GAZA: LA ESPINA EN EL COSTADO DE ISRAEL

El Cairo.   Humeante aún por los impactos de los misiles, las bombas y las balas de cañón disparadas por el Ejército israelí, Gaza sigue siendo a pesar de los muertos y la devastación, una espina en el costado de Tel Aviv.

Una escalada de ataques de ocho días, aunque los combates comenzaron a gestarse tres semanas atrás, dejó profundas heridas en la franja costera palestina, pero, como suele ocurrir, significó la ruptura de un estado de cosas insostenible para el millón 700 mil personas residentes en el territorio, uno de los más pobres y superpoblados del planeta.

Tanques israelíes apostados en los bordes con la franja realizaban desde entonces disparos esporádicos contra zonas residenciales y aviones no tripulados atacaban a miembros de la infraestructura de Hamas (Fervor, árabe), la organización islamista que gobierna en la zona.

Pero bien mirado, la ofensiva había comenzado mucho antes, a principios de septiembre pasado, cuando el ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, declaró a la prensa que el Gobierno del primer ministro Benyamin Netanyahu estaba sopesando la posibilidad de ocupar Gaza.

El escenario era propicio, ya que el titular hizo las formulaciones tras impartir una conferencia sobre la Operación Plomo Fundido, la serie de ataques masivos contra Gaza entre fines del 2008 y principios del 2009 durante la cual murieron mil 400 palestinos, y miles sufrieron heridas.

A pesar del número de víctimas y la devastación de la infraestructura del territorio, Gaza siguió en pie y, en octubre pasado, recibió al Emir de Catar, Hamad Bin Jalifa al Thani, quien anunció la creación de un fondo de 400 millones de dólares para restañar las heridas de la operación israelí de tierra arrasada.

Hoy derribamos el muro del bloqueo (israelí) gracias a esta visita histórica y bendita, dijo el primer ministro de Gaza, Ismail Haniyeh, en alusión al cerco de casi seis años tendido por Tel Aviv en torno a la franja para asfixiar a sus habitantes.

Y esa es una posibilidad que Netanyahu no estaba dispuesto a admitir, mucho menos en el contexto político interno de su país, signado por la convocatoria a elecciones anticipadas, diseñadas para completar el superobjetivo de liquidar cualquier posibilidad de reinicio de las negociaciones con los palestinos, suspendidas desde hace más de dos años.

Además, en el curso de lo que ha dado en llamarse la segunda guerra de Gaza, surgieron revelaciones sobre la existencia  en la costa de ese territorio de importantes yacimientos de gas, cuya explotación liberaría a Israel de la dependencia exterior y ahorraría sumas importantes a su atribulada economía.

Sobre todo ello, está la intención explícita de los sectores más sionistas de Israel, a los que representa la coalición Likud y su nuevo integrante, el partido Yisrael Beitenu, del canciller Avidor Lieberman: arrojar a los palestinos a la vecina Península del Sinaí, en Egipto, y apoderarse de facto de la franja, para satisfacer su necesidad de espacio vital.

El indicio más evidente al respecto fue la preparación en medio del paroxismo de los ataques de una ofensiva terrestre para la cual fueron movilizados decenas de miles de reservistas y medios blindados que fueron concentrados en los límites de Gaza, en espera sólo de la orden de avanzar.

Otro factor importante en todo este paisaje es la iniciativa de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) de solicitar en la ONU la elevación de su estatuto de entidad observadora a la de país no miembro, cuya importancia está dada por el grado de oposición que despertó en Estados Unidos, el principal sostén de Israel.

El apoyo manifestado por Hamas a la propuesta, difundido en medio de esfuerzos conciliadores entre ambas organizaciones, añade un elemento favorable a la tesis según la cual la unidad palestina sólo perjudica a sus enemigos.

Una solución  final se imponía,  y esa fue la operación que se estaba preparando desde hace tiempo y que estalló el 21 de noviembre por el disparo de un misil que mató al jefe militar de Hamas, Ahmed Yaabari y a su menor hijo.

El resto es conocido: una vez más Israel tomó a Gaza como un polígono de ejercicios militares, una especie de cacería con seres humanos inermes como blancos vivos.

Ahora, transcurridos los primeros días del acuerdo de cese de hostilidades, en el que Washington tuve una participación esencial, aunque discreta, resulta obvio que la operación ha resultado el clásico tiro por la culata.

Las posibles presiones de Washington sobre Tel Aviv evidencian las  aprensión en el seno de la diplomacia estadounidense por su imagen entre los países árabes, que fueron categóricos al rechazar los ataques israelíes y en criticar las declaraciones estadounidenses que colocaban a agredidos y agresores en el mismo plano.

El acuerdo de tregua despertó críticas en los medios más belicistas israelíes, a los que no falta razón cuando aducen que el texto favorece a los palestinos y que la ofensiva significó un gasto de recursos que no justifica los beneficios.

Y los asiste la razón: de los cuatro puntos del acuerdo, uno de los cuales especifica que Egipto es el garante de su cumplimiento, dos responden a demandas palestinas de larga data, a saber, cese de los asesinatos selectivos de dirigentes de Hamas y flexibilización del bloqueo contra la franja.

En el interés de Tel Aviv se cuenta el cese de los disparos de cohetes palestinos, que en realidad son el efecto y en modo alguno la causa del conflicto.

Es aquí donde yace la certeza de los palestinos de que,  a pesar del crecido número de víctimas y el grado de destrucción, comprensible dada la asimetría de fuerzas, salieron vencedores de la conflagración.

Santiago de Chile 30 de noviembre 2012
Por Moisés Saab Prensa Latina en Egipto
Crónica Digital

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