Las protestas sociales han remecido al país durante los últimos años. La indignación popular generada frente a hechos como las repactaciones unilaterales de “La Polar”, el proyecto Hidroaysén que produjo una fuerte toma de conciencia respecto al carácter depredador del sistema, y el alza general del costo de la vida en este gobierno de corte neoliberal, han producido un gran despertar de la ciudadanía en cuanto a exigir lo que le corresponde, al ver sus derechos al arbitrio de las caprichosas y deshumanizadas lógicas del mercado.
Sin embargo, las manifestaciones sociales, sin dejar de ser una expresión más que útil, no pueden ser fines en sí mismos. Lo demostraron, por ejemplo, los movimientos civiles de los Estados Unidos en los 60, que si bien tuvieron un gran peso simbólico en la época dela Guerrade Vietnam, no lograron transformarse en un factor de cambio político potente en aquel país. En Chile, el movimiento estudiantil de 2006 solo logró cambios cosméticos.
El movimiento estudiantil que emergió el 2011 logró una influencia mayor debido a la profundidad de sus planteamientos, que eran un ataque a la estructura basal misma del modelo económico.
Es evidente que la gente quiere un cambio, pero un cambio de verdad, una superación completa del modelo vigente. Sin embargo, no basta con la indignación. Es necesario gestar un proyecto económico nuevo, adaptado a las necesidades y a la idiosincrasia de nuestro país y a las sensibilidades del ciudadano común y corriente que es el que sufre en carne propia día a día los efectos del neoliberalismo.
¿Cómo diseñar este proyecto? ¿Qué es lo que queremos? Vayamos al grano.
Aquel sector que se opone a los cambios sostiene que sería una regresión al pasado, refiriéndose a los proyectos de Estado llevados a cabo entre 1938 y 1973, época en la que se fundala Corporaciónde Fomento dela Producción.Digamosque en aquella época existía una educación pública, gratuita y de calidad, y nunca la brecha social se mantuvo tan a raya como en ese entonces. El Estado desarrollista fue el que permitió la aparición de las clases medias, sectores que lograron salir de la pobreza y tener una vida mucho más digna, familias que por primera vez vieron a sus hijos ingresar a la universidad. Sin embargo, hay que asumir las limitaciones de un proyecto demasiado concentrado en la gestión del Estado.
Con la caída del Muro de Berlín en 1989 se suele decir que cayeron los “socialismos reales”. Sin embargo, en realidad lo que cayeron fueron los capitalismos de Estado, los que al final terminaron reproduciendo y agravando patrones de explotación idénticos a los producidas por el capitalismo clásico. Pero el proyecto socialista, en cuanto a su amplio concepto, se mantiene incólume. Este horizonte no puede ser un horizonte liberticida, ni tampoco es el ideal que el Estado termine reproduciendo las lógicas del mercado.
Es evidente que el Estado es importantísimo en un nuevo proyecto de sociedad, y que sus roles no pueden ser meramente subsidiarios. De hecho, debiera asumir un papel protagónico en lo estratégico: los recursos naturales (cobre, agua, litio, etc.) tienen que estar bajo su propiedad y manejo. Pero esto no es un fin en sí mismo.
En el caso de la educación, sin duda la mayoría de los colegios hoy en manos de los municipios deben volver al estado. Sin embargo, también se le debe abrir un espacio a los proyectos cooperativos y comunitarios sin fines de lucro. Un ejemplo es el colegio Raimapú deLa Florida, fundado por profesores y apoderados y cuya financiación es compartida hasta hoy en labor conjunta por profesores, apoderados y funcionarios. No se puede negar que ha sido un proyecto educativo exitoso y noble desde el momento en que su financiación es solo para mantener las actividades propias de la institución y mantenerla, y no con fines lucrativos.
El área de transporte debiera fundarse una cooperación mixta entre el Gobierno y la ciudadanía que es la que recurre a servicios como el Transantiago, el que ha sido el nefasto producto de un verdadero contubernio estatal–privado, donde por lo demás el área estatal recibe muy poco y no se ve ningún beneficio concreto de este sistema.
Finalmente, en el área productiva, no podemos olvidar que aquellas personas que forman una PyME, un pequeño almacén, una pequeña gelatería, o un simple puesto de mote con huesillos también son pueblo, gente que tiene anhelos de surgir y deben ser apoyados y también se debe promover la integración entre ellos y la colaboración, no la competencia, para que si surge uno, surjan todos juntos. El Estado debe ayudar este tipo de iniciativas y asumir un rol articulador, pero no un rol impositivo.
En cuanto a las grandes empresas, hay que ser firmes, pero sin caer tampoco en la insensatez. El presidente Hugo Chávez en Venezuela deja que se desarrollen mientras no infrinjan las leyes laborales; cuando esto se produce después de varias advertencias se ha procedido a la expropiación. No obstante, no con tal de asignarle el poder total de esa empresa al Estado, sino generando sociedades sustentadas en cooperativas ciudadanas, en un sistema solidario que ha dado frutos inobjetables.
En Chile es necesario cambiar el Tribunal dela Libre Competenciapor un organismo de otro carácter, con total independencia del mundo empresarial, endureciendo las leyes contra los monopolios u oligopolios privados y también las leyes contra los delitos económicos. En el último tiempo el país ha visto con estupor como los ejecutivos deLa Polar, auténticos delincuentes de cuello y corbata, han salido en libertad bajo el burdo disfraz de “’pena remitida”. También se ha enterado de los reiterativos “perdonazos” del Fisco a influyentes empresas del retail.
Estas son solo algunas ideas, para analizar, cuestionar, aportar, mejorar y construir el proyecto de sociedad que soñamos para un Chile más humano, solidario y fraterno.
Por Ricardo Álvarez Salas. El autor es estudiante universitario.
Santiago de Chile, 5 de marzo 2013
Crónica Digital