La mirada internacional vuelve a posarse sobre los magros resultados que exhibe la educación superior chilena. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) acaba de emitir un informe que sitúa al país como uno de los que muestra los más altos costos del mundo en materia de enseñanza superior, al tiempo que el sistema de becas y subvenciones es considerado mínimo. El bloque divulgó el documento “Panorama de la Educación 2014”, que señala que Chile muestra el mayor gasto privado en el sector, correspondiendo al 40% en el nivel primario y disparándose al 76% en el terciario, donde, a la inversa, esta última cifra corresponde en ese grupo al promedio de inversión pública en el sector.
El informe es particularmente relevante si se toma en cuenta que logra establecer una relación directa entre ese mayor desembolso privado y las abultadas cifras que presentan los aranceles por carrera universitaria y técnico-profesional. “Los países con altos niveles de aranceles tienden a ser aquellos en que las entidades privadas contribuyen más al financiamiento de las instituciones de la educación superior”, indica el estudio, en el que se denuncia, además, que los estudiantes chilenos reflejan “grandes diferencias en el rendimiento, basadas en las condiciones de género y socioeconómica”. Los porfiados hechos, ante los cuales los que lucran prefieren hacer oídos sordos, tienen aquí números igualmente porfiados que dan cuenta tanto de la sórdida situación como del papel que cumple la institucionalidad pedagógica local en la profundización de las brechas sociales. “Los estudiantes de familias desfavorecidas tienen menos probabilidades de lograr altos niveles de rendimiento. Más del 23% de la diferencia en el rendimiento de los estudiantes se puede atribuir a su condición socioeconómica, mientras que en el nivel socioeconómico promedio de los países de la OCDE representa el 15%”.
Por otra parte, el informe del bloque da cuenta de que la creciente cobertura educativa está lejos de dar pie a conclusiones optimistas, y en esto los síntomas son ya aplicables a todo el globo. Según el documento, en la franja de edad entre 55 y 64 años, el 9% de las personas tiene calificaciones más bajas que sus padres, pero la cifra sube a 12% en el tramo de 35 a 44 años y se empina hasta el 16% en el caso de quienes se ubican entre los 25 y los 34 años. En este tramo etario, asimismo, pese a que la tasa de titulación en enseñanza superior aumentó al 43%, el 65% de quienes tenían al menos un padre con educación superior obtuvieron mejor calificación que ellos, mientras que los adultos con padres poco o nada calificados sólo lo hizo en un 23%. A ese respecto, el llamado hecho por el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, con miras a “romper la relación entre el entorno social y las oportunidades de educación”, desliza la idea de que bastaría resolver los problemas de acceso a una enseñanza de calidad para generar cambios. La experiencia chilena muestra de manera nítida que ello no se sostiene. Son las condiciones sociales las que hay que modificar urgente y sustantivamente si se quiere desembocar en un proceso pedagógico cuya asimilación implique emparejar hacia arriba. De lo contrario, toda reforma posible no pasará de ser un modesto ejercicio de remozamiento escolar, en el cual los establecimientos educativos sean, como hasta ahora la televisión, un triste instrumento de contención social.
Por Academia Libre
Santiago de Chile, 13 de septiembre 2014
Crónica Digital