El pasado día 12 de septiembre los ministros de Educación, Nicolás Eyzaguirre, y de Cultura, Claudia Barattini, presentaron formalmente el Plan Nacional de Educación Artística, cuya inversión inicial es de 8.900 millones de pesos y que contempla, a partir de 2015, la generación de material de apoyo para el trabajo en aula y la entrega de equipamiento a alrededor de mil colegios, con la perspectiva de que dicha cobertura se extienda, durante los próximos tres años y medio, a la totalidad de los establecimientos que hoy son de dependencia municipal. El programa implica, asimismo, la ampliación y diversificación de las experiencias artísticas de los estudiantes en distintas disciplinas, para lo cual serán conformadas 15 mesas regionales que diseñarán estrategias pedagógicas, atendiendo a las realidades locales y articulando la capacitación de artistas tradicionales que, a partir de la escuela, puedan acompañar el cometido de los niños y jóvenes. En la Región Metropolitana, por ejemplo, se ha dado comienzo a un plan piloto que aplica la iniciativa en 11 colegios que exhiben baja asistencia, sistemática disminución en la matrícula y altos índices de vulnerabilidad.
Con tales medidas de intervención, la autoridad espera recuperar estudiantes para la educación pública y revertir el bajo rendimiento observado. Al respecto, cabe decir que las expectativas son, a lo menos, exageradas. Recuperar la educación artística en un país que durante los últimos años no ha hecho sino cercenarla, es sin duda plausible, particularmente porque la creación es, por sí sola, la cara fundamental de todo aprendizaje. Pero no olvidemos que los indicadores objetivos que se pretende remontar obedecen a causas igualmente objetivas, como lo son las carencias socioeconómicas, frente a las cuales toda gestión, por innovadora y estimulante que resulte, choca con la realidad.
Señores ministros, los estudiantes pobres existen porque existe la pobreza; una pobreza agravada por la discriminación de clase en la matrícula y porque esta sociedad de consumo, fuera del aula, no promueve el arte, sino que lo cosifica y lo vende. La promoción del arte y de la educación artística tendrá su mejor oportunidad cuando la riqueza sea redistribuida. Mientras, el plan anunciado es una buena noticia en otro sentido. Por una parte, implica el comienzo de una necesaria coordinación entre las carteras de Educación y Cultura, con miras a que la segunda se conviertaen un ministerio propiamente tal. Por otra, supone al fin un primer esfuerzo concreto por introducir modificaciones a los contenidos y fórmulas pedagógicas del hasta ahora miserable currículum escolar oficial.
Eso significa, en la práctica, incursionar en el abandonado debate relativo a la calidad de la educación, y he ahí una prioridad de política pública impostergable, pues de nada nos servirá avanzar hacia la gratuidad en la enseñanza si ésta sigue siendo, como hasta ahora, mugre. Aquí cobra literal validez la reflexión de Paulo Freire cuando advertía sobre lo inocente que resultaría esperar que las clases dominantes lleguen a promover una educación que verdaderamente permita a los explotados comprender por qué lo son. Por eso es que, en el pasado, a diferencia de hoy, la gratuidad de la educación logró ser más de una vez materia de consenso. Lo que jamás se ha conseguido con la venia de la élite ha sido el contenido de esa formación. Es en ella donde hay que avanzar, porque en esa contienda se juegan los intereses de los trabajadores.
Por Academia Libre
Santiago de Chile, 19 de septiembre 2014
Crónica Digital