La realización en las costas y mares chilenos de una de las operaciones navales multinacionales de mayor envergadura en el escenario del Pacífico Sur,(14 naves de 12 países), la versión 2015 de Unitas, constata el interés estratégico de la región para los objetivos geopolíticos de la potencia dominante, Estados Unidos.
Y al mismo tiempo pone en evidencia, mediante la imposición del TPP ( Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica), los objetivos de la metrópoli y su poder económico, militar y político de imponer la subordinación o dependencia de los países del espacio del Asia Pacìfico en lo económico y comercial, tanto como en la seguridad y la defensa.
La disyuntiva es entonces, hoy como ayer, entre la dignidad patriótica y la obsecuencia, en definitiva ser naciones independientes y soberanas, o subordinadas tanto de un modelo económico, de un coro político cuya batuta está en Washington, como de una doctrina estratégica bélica que nos pone en roles dependientes, de fuerzas de ocupación, tropas de asalto o masa uniformada para tareas sucias de orden interno o estrategias que nos son ajenas.
Como se ha señalado oficialmente, Unitas 2015, es una oportunidad para que las fuerzas navales de los países participantes (Chile, país “anftrión”, Estados Unidos país “mandante”, Brasil, Colombia República Dominicana, Ecuador, El Salvador, México, Guatemala, Honduras, Nueva Zelanda y Panamá), “entrenen en una variedad de escenarios marítimos y mejoren su capacidad para operar como una sola fuerza multinacional”.
Hasta el 24 de octubre, en el Teatro de Operaciones del Pacífico Sur,7.500 efectivos navales y aéreos, de desembarco, inteligencia, operaciones cívicas, guerra sicológica, además de las consabidas visitas “sociales” y “protocolares” a escuelas, bares y otros lugares de esparcimiento, tendrán mucho trabajo en entrenarse en tareas, misiones y operaciones de mantención del orden imperial global en el escenario, hacer amistad y confraternizar con sus colegas gringos, algunos de los cuáles, claro hablan “spanglish”.
De manera explícita, aunque cuidadosa, el Contraalmirante George Ballance, comandante de las fuerzas navales del Comando Sur de los Estados Unidos, señaló que el objetivo de UNITAS es “desarrollar y mantener lazos que mejoren la capacidad de las fuerzas navales de Estados Unidos y países socios”.
Si uno lee con atención las notas entusiastas de algunos medios y los documentos oficiales entregados, se puede entender claramente que el “intenso entrenamiento se centra en el fortalecimiento de coaliciones y de cooperación multilateral en seguridad marítima, así como en profundizar lazos de amistad y profesionales y el mutuo entendimiento”.
Obviamente no se trata solo de un objetivo de entrenamiento operativo. El ejercicio, como se conoce bien en América Latina, representa una oportunidad para el adoctrinamiento ideológico y político de las tropas “nativas” y la creación de vínculos estrechos de camaradería castrense y compromisos suboficiales, oficiales y altos mandos locales.
En concreto se trata de un supuesto bélico contra los “nuevos enemigos” de Washington: el “terrorismo islámico”, los “estados canallas”, el desafío de algún líder popular indeseable (por lo tanto, populista) que aparezca en la región, y quizás lo más importante la seguridad de las vías marítimas del área para el comercio estadounidense y el desplazamiento seguro de sus “fuerzas de tarea o grupos de batalla”.
Oficialmente se habla en los medios navales chilenos de “prácticas de guerra electrónica, antiaérea y antisubmarina, maniobras marítimas y de superficie, además de teoría y prácticas en escenarios de enfrentamientos a barcos civiles que simulan cometer delitos”.
O sea, se trata de guerra. Nada de sonrisas para la tele o de buenas maneras.
La hipótesis de conflicto de Unitas 2015, como de la Casa Blanca y el Pentágono, habla de terrorismo- concepto amplio que abarca cualquier confrontación a la política imperial, y cuya caracterización es tan amplia como los países, grupos sociales o políticos, jóvenes estudiantes, sindicalistas, aborígenes que pongan en riesgo los intereses políticos y económicos de Estados Unidos, o de las transnacionales de la banca y las finanzas e inversiones internacionales.
No es casual la participación estelar en estos ejercicios del portaviones nuclear “George Washington”, naves que cumplen el rol de avanzada de las fuerzas expedicionarias de ocupación, dado su poder de fuego, su proyección de poder aéreo, y su intimidante poder de destrucción, instrumento esencial para cumplir el rol autoasignado de plataforma esencial de las fuerzas de intervención a nivel global.
Pero el análisis del ejercicio de guerra naval, que ha despecho de del carácter de zona desnuclearizada que ostenta América Latina (Tratado de Tlatelolco), contempla la presencia del “George Washington”, no sería completo sin considerar el acuerdo comercial conocido como TPP, que Estados Unidos acaba de imponer en estos mismos días a países del área.
Desde luego, los portaviones y su función bélica, corresponden a una política de expansión del poder de Estados Unidos, en los diversos mares del mundo, el símbolo de su potencial bélico naval, la cabeza de las flotas que ejecutan la política de dominio global.
Ya no se trata simplemente de “mostrar el pabellón”, intimidar con la presencia en el horizonte, ejercer un poder de disuasión,, sino de imponer un modelo de accionar, de uniformar metodología, instrucciones, estandarizar respuestas bélicas ante los “nuevos desafíos”, que tienen en común con los “antiguos”, su esencia antipopular, antidemocrática, agresiva.
Estados Unidos busca, además de comprometer a la región en su guerra global contra lo que define como “terrorismo”, alinear a las Fuerzas Navales del area del Asia Pacifico, con su estrategia de contención de China, de Rusia, el mundo musulmán y cualquier otro contrapoder que emerja en el escenario del mundo multipolar de hoy y de mañana, al tiempo de mantener el control político y económico de los países de la región, a través del TPP.
Las consecuencias internacionales, estratégicas y prácticas, de esta línea de compromisos no pueden ser eludidas por nuestras autoridades diplomáticas, gubernamentales, económicas y políticas, tanto desde el punto de vista de los intereses nacionales, como de su independencia y dignidad.
Uno esperaría mas claridad y entereza, cuando se amenaza la independencia y la soberanía nacional y se dan pasos que comprometen el futuro del país, su seguridad y su soberanía.
Por Marcel Garcés Muñoz
Director
Crónica Digital
Santiago de Chile, 20 de octubre 2015
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