Por Mannuel Riesco: RULETA

 El Mercurio tituló en portada que los fondos AFP perdieron en enero todo lo que ganaron el año 2015. Lo han recuperado en parte, pero pronto incurrirán en nuevas y mayores pérdidas y así sucesivamente, hasta que su rentabilidad de largo plazo se ajuste a los rendimientos de los mercados financieros mundiales. Puesto que el dinero no crea dinero por sí mismo, es evidente y la crisis ha recordado que éstos no pueden exceder el incremento del producto interno bruto (PIB) mundial, el que a su vez crece más o menos al ritmo del aumento global de la fuerza de trabajo urbana que es la que produce mercancías.
De este modo se esfuma la utopía fundante del sistema de AFP, que promete rendimientos de largo plazo superiores al incremento de la masa salarial, que es la que sostiene los sistemas de reparto y asimismo crece a un ritmo similar al PIB. Queda así al desnudo el verdadero carácter de este sistema, que no busca mejorar las pensiones sino transferir una proporción siempre creciente de las remuneraciones a los mercados financieros, para ganancia suculenta y exclusiva de sus operadores y los grandes grupos económicos que reciben parte de este flujo como préstamos y capital accionario, ni un peso de lo cual van a devolver jamás puesto que su masa acumulada siempre crece. Hay que terminar cuanto antes con este abuso monstruoso.
En los últimos seis meses los fondos AFP perdieron más de cinco billones de pesos, que equivalen a poco menos de las cotizaciones de un año completo. En dos días de febrero recuperaron un billón y lo probable es que a poco andar lo vuelvan a perder con creces y por mucho tiempo sigan oscilando como lo han venido haciendo desde el inicio de la crisis a mediados del año 2007, período en que el fondo A arroja pérdidas y el fondo total ha rentado 1,6 por ciento anual, cifra que se aproxima al rendimiento de los mercados financieros en los últimos cien años.
La bullada rentabilidad promedio de más de ocho por ciento acumulada por el fondo desde su creación se explica porque ésta coincidió con la sima de los mercados financieros internacionales tras la crisis secular de las economías desarrolladas en la década de 1970. De este modo, los fondos AFP se beneficiaron del auge financiero de los años 1980 y 1990, y luego del burbujazo de los mercados emergentes en la década del 2000, que explican asimismo la elevada rentabilidad de los multifondos desde su creación el 2003, en plena sima de las bolsas mundiales tras el estallido de la burbuja “punto com”. Esa gran ilusión se vino abajo definitivamente con la crisis mundial.
El sistema de AFP está muerto desde entonces, solo que todavía no se dan cuenta. Un derrumbe similar sobrevino a los sistemas de pensiones basados en la capitalización individual que algunos países europeos habían creado antes de la crisis de 1929. El diagnóstico de la Comisión Bravo correctamente proyecta rentabilidades razonables hacia el futuro, las cuales calcula que no serán capaces de autofinanciar pensiones de más de un quinto de las remuneraciones promedio. El asunto no tiene vuelta, hay que terminar cuanto antes con este sistema.
La propuesta C de la referida comisión, presentada por la Profesora Leokadia Oręziak, demuestra que al terminar con las AFP y restablecer el sistema de reparto es posible jubilar hoy a todas las personas que han excedido su edad legal de retiro, lo que significa aumentar el número de pensionados por edad en un 40 por ciento y reducir la edad efectiva de retiro, que hoy es cercana a los 70 años, a la edad legal, la que no es necesario modificar por mucho tiempo. Luego se puede duplicar el monto de todas las pensiones existentes y reajustarlas sucesivamente según las remuneraciones.
Todo ello se puede sostener exclusivamente en base a las cotizaciones, cuya tasa se puede mantener sin cambios asimismo por mucho tiempo ahorrando al fisco más de dos billones de pesos al año que gasta en subsidios directos e indirectos a las pensiones AFP. Ello es sustentable hasta donde se puede proyectar, bien entrada la segunda mitad del siglo, aun considerando escenarios demográficos y de crecimiento económico extremadamente conservadores.
Todo ello resulta bien evidente si se considera que en octubre recién pasado, el último mes disponible, las cotizaciones sumaron 461.315 millones de pesos, mientras que todas las pensiones pagadas por el sistema de AFP en su conjunto, incluyendo pensiones vitalicias, sumaron 217.133 millones de pesos y en los últimos doce meses el monto de las cotizaciones recaudadas fue 2,2 veces más que las pensiones pagadas.
El dinero de las cotizaciones debe utilizarse para pagar pensiones y no para jugar a la ruleta de los mercados financieros internacionales, para ganancia de unos pocos, mientras se pagan pensiones miserables.

Por Manuel Riesco

Santiago de Chile, 20 de febrero 2016
Crónica Digital

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Un experimento realizado por un equipo internacional de neurocientíficos demuestra por qué la gente puede ser coaccionada con facilidad, divulgó hoy la revisa Currente Biology. Los resultados del estudio revelan que cuando alguien nos da una orden nos sentimos menos responsables de nuestras acciones. Según los investigadores, ante una situación en la que se obliga a hacer algo, el cerebro establece una distancia emocional entre nuestros actos y sus consecuencias negativas para reducir la conexión entre ambos. «Resulta útil saber que no experimentas la misma sensación de responsabilidad cuando actúas obligado que cuando lo haces por voluntad propia. Pero si sabes que existen estos riesgos, puedes evitarlos», explicó Patrick Haggard, investigador en la University College de Londres, en Reino Unido. El también autor principal del estudio subrayó que el trabajo resulta relevante no solo para quienes obedecen, sino también para aquellos que dan las órdenes. «Mientras los primeros pueden no sentirse responsables de sus actos, quienes dan una orden quizás sean incluso más responsables porque les dicen a otros lo que tienen que hacer», destacó el experto. Para llegar a estas conclusiones, los científicos realizaron dos experimentos con parejas, que desempeñaban los papeles de «agente» y «víctima»; en un principio, los primeros decidían libremente qué hacer y más tarde el encargado de dirigir la prueba era quien les decía cómo actuar. «En la primera prueba, el agente podía conseguir dinero quitándoselo a su víctima (daño económico); en la segunda, para tener un beneficio económico, el agente debía darle una descarga eléctrica a su compañero (daño físico)», rememoró Haggard. Los neurocientíficos estudiaron el «sentido de agencia» de los participantes en los experimentos, es decir, la conciencia de que uno es responsable de las acciones que lleva a cabo y sus consecuencias. «El estudio demuestra que una persona puede estar diciendo la verdad cuando declara no sentirse responsable de las consecuencias si actúa obedeciendo órdenes, y este argumento no será utilizado como mera excusa para evitar un castigo», enfatizó el especialista. Según los autores, los resultados de la investigación podrían tener implicaciones importantes en términos de responsabilidad legal y social, aunque subrayan que, en todo caso, no justifica la comisión de un delito. Sugieren, por ejemplo, que la justicia se centre no tanto en quien acata sino en quién da las órdenes, para evitar que abusen de su posición. «No obstante, la ley debe tener en cuenta los hechos objetivos para determinar la culpabilidad de alguien y no solo su experiencia subjetiva de sentirse responsable o no», concluyó Haggard. Washington, 20 febrero 2016 Crónica Digital / PL

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