La peor recesión que ha afrontado la economía chilena después de la depresión de los años 1980 fue la de 1998-1999. En el mundo se conoce como “Crisis Asiática” o “Crisis FMI”, porque empezó en Tailandia y fue muy severa en esa región por las políticas de “austeridad” impuestas por el FMI y Banco Mundial, según han reconocido ellos mismos posteriormente.
Probablemente, marcó el inicio de la que se hoy se denomina “crisis secular” que se abatió el 2000 sobre las economías desarrolladas y perduró a lo largo de toda esa década, de la cual todavía no logran recuperarse del todo. En Chile se llamó “Recesión Massad” en triste recuerdo del entonces Presidente del Banco Central, cuyo torpe manejo provocó la innecesaria severidad que tuvo en el país, a raíz de lo cual se derrumbó el apoyo al gobierno de Frei y poco faltó para que Lagos perdiera la elección frente a…¡Lavín!
Hoy se corre un riesgo parecido debido intento de los actuales Ministro de Hacienda y Presidente del Banco Central, “Los Rodrigos”, Valdés y Vergara, de aplicar políticas contractivas con evidentes aunque inconfesables motivaciones, política de frenar las reformas y económica de intentar favorecer a los grandes deudores en dólares. Ello resulta suicida en medio de la peor crisis política desde el término de la dictadura y el desplome general de las economías emergentes por el gran vuelo de los capitales golondrinas regresando al Norte en la segunda década del siglo, que está derrumbando lo que su visita durante la primera había insuflado en el Sur. Resulta imperioso evitar las imprevisibles consecuencias económicas y políticas de la inminente “Recesión Valdés-Vergara”.
El primero asumió el cargo en dupla con el recién renunciado exministro Burgos con la auto asignada y explícita misión de frenar las reformas del gobierno, pretextando en su caso la mala situación económica la cual se ha encargado de agravar recortando el gasto público. Se ha empeñado en esa mezquina tarea a tiempo completo a sabiendas que está precipitando una recesión artificial, todo lo cual su tocayo Vergara ha aplaudido y secundado de manera entusiasta desde el Banco Central.
Es una enorme irresponsabilidad. No sólo deberían estar dedicados a evitar que la economía caiga en recesión y ayudar a sacar adelante el impostergable y tímido programa de reformas comprometido por la Presidenta para apuntalar la tambaleante institucionalidad democrática, sino también a delinear la madre de todas las reformas: como girar desde una economía rentista a otra basada en la producción de valor agregado, cuestión tan evidente que la han comprendido hasta los jeques de Arabia Saudita. Valdés-Vergara juegan con fuego porque no saben la chichita con que se están curando, entre otras cosas porque eran apenas unos muchachos para la crisis de los años 1980, que es la referencia principal a tener en cuenta hoy.
Este insólito comportamiento, a contracorriente de los denominados “fundamentos” de los mercados, es decir, la relación entre la oferta y demanda productiva para consumo final, se explica porque los precios de las materias primas y todos los productos escasos dependen exclusivamente de la demanda, a diferencia del resto que son determinados por sus costos, por lo cual los primeros cambian a cada instante mientras los segundos bajan lenta y suavemente al ritmo de la innovación tecnológica. El comportamiento errático de los precios de aquellos los vuelve irresistibles a los especuladores, cuyas apuestas a su alza o baja los hacen aún más volátiles. De este modo, como descubrió la economía clásica hace más de dos siglos, la demanda de los productos escasos no tiene una sino dos componentes, producción para consumo final como todo el resto y… especulación.
La reciente crisis ha demostrado de modo palmario y sorprendente que es la segunda componente y no la primera la que ha determinado el mentado “súperciclo”, al menos a lo largo del último medio siglo. Los capitales que no encuentran oportunidades de inversión productiva en las economías principales durante sus fases de crisis secular, se volcaron en esos momentos a la especulación en economías emergentes, insuflando allí los precios de materias primas, pero también sus monedas, bolsas de valores y la deuda de sus gobiernos y empresas, entre otras cosas. Dicho flujo se revirtió violentamente cuando las economías principales iniciaron su recuperación secular, derrumbando lo que antes insuflaron.
Sólo de esta manera se puede explicar que el precio del cobre, hierro, petróleo, gas y todas las materias primas, se dispararan justo a partir del año 1998, cuando se precipitó la “Crisis Asiática” y luego de multiplicarse por cuatro a lo largo de la turbulenta década del 2000, se derrumbaron a menos de la mitad, justo cuando las economías desarrolladas iniciaron su recuperación secular, aunque a trastabillones, en el año 2010. Todas las materias primas se movieron al unísono y en paralelo con las monedas, bolsas de valores, y el endeudamiento de gobiernos y empresas, en países emergentes.
De todos los efectos del retorno a casa de los capitales golondrinas, el que resulta más letal es el endeudamiento de las empresas. A principios de los años 1980 la economía chilena se vino abajo porque los grupos Vial y Cruzat, principalmente, no pudieron hacer frente a las abultadas deudas en dólares contraídas cuando corría la “plata dulce”, los petrodólares, como se los llamaba en los años 1970. Al repatriarse esos capitales en los años 1980, se depreció el peso y nadie les renegoció las deudas, con lo cual el imperio que habían formado se desmoronó como el castillo de naipes que era, arrastrando a todo el sistema financiero y la economía en su conjunto.
Cuarenta años más tarde todo se repite más o menos de la misma manera. Por estos días el gigantesco grupo telefónico brasileño
OI ha declarado el mayor default de la historia de ese país, sobre una deuda acumulada de 65.000 millones de dólares, más o menos el doble de la deuda pública chilena. Hace pocas semanas,
LATAM declaró ante la Securities Exchange Commission de los EE.UU., algo así como nuestra SVS, “No podemos asegurar que en el futuro seremos capaces de cumplir con nuestras obligaciones de pago”. Una situación parecida enfrentan hoy todos los grandes grupos empresariales chilenos, que cual más cual menos crecieron como la espuma con la “plata dulce” de los 2000 y ahora deben servir deudas que han crecido en la misma medida que se deprecian sus ingresos en pesos y reales.
El riesgo de repetir la crisis de los años ‘80, que por algo se llamaron la década perdida de AL, es muy grande. Cualquiera puede imaginar lo que pasaría en el plano político sólo recordando entonces la crisis puso de rodillas a una dictadura feroz que empezó la década en la cima de su poder. Ahora deberemos enfrentar lo que venga con una institucionalidad en crisis terminal. Mala cosa. Ese es el escenario realista sobre al cual hay que diseñar las estrategias económicas, en vez de jugar a provocar una recesioncilla para intentar frenar unas reformitas, como pretenden Valdés-Vergara.
El gobierno y el país requieren iniciar de inmediato la discusión de fondo, que no es otra que responder la gran pregunta de cómo curarnos de la adición a la renta y pasar a una economía moderna basada en la producción de valor agregado por el trabajo de las chilenas y chilenos aplicado a la producción de bienes y servicios que se vendan en el mercado en condiciones competitivas, igual que está intentando hacer Arabia Saudí.
Algunos lineamientos de la nueva estrategia están contenidos en el informe de la Comisión Litio a la Presidenta Bachelet, que delinea los elementos principales de una política racional de recursos naturales recomendados por la ciencia económica y más o menos universalmente aceptados en el caso de minerales estratégicos como petróleo y gas. Algunos de sus elementos principales son recuperar su propiedad efectiva y reservar su explotación a empresas del Estado o asociaciones controladas por éstas e invertir parte de su renta en estimular la producción de valor agregado en los encadenamientos previos y posteriores a la explotación misma. En el caso chileno parece evidente la conveniencia de medidas como las adoptadas recientemente por Brasil en cuanto a la integración nacional en insumos y maquinarias de la minería, o las de Indonesia respecto de la exigencia de refinación de todo lo exportado. Otro eje consiste en reorientar el desarrollo hacia adentro de AL, ingresando al Mercosur y recuperando el liderazgo en el proceso de integración que Chile tuvo antes del golpe, lo que ayudará de paso a resolver los graves conflictos con nuestros vecinos.
Junto a lo anterior, hay que avanzar con decisión en las reformas en marcha, asegurando que cada una de ellas refuerce la confianza política de la ciudadanía en la institucionalidad democrática, la que se ha deteriorado como siempre sucede, precisamente por su incapacidad para superar la resistencia de intereses creados y terminar de corregir las graves distorsiones heredadas del extremismo neoliberal continuado de manera más moderada por la Concertación. Hay que avanzar rápido en educación, terminando de inmediato con el infame esquema de CAE/becas en ES y las subvenciones escolares en básica y media, reemplazándolos por el esquema de gratuidad, asociado en el último caso a un componente territorial en requisitos de acces que permitirá en breve tener un muy buen colegio público gratuito en cada barrio, donde los niño se puedan ir caminando, con enorme impacto en la congestión vehicular, respecto de la cual hay que estatizar el Transantiago y avanzar rápidamente en corredores exclusivos que alivien este suplicio cotidiano
Es necesario meter mano a la reforma de salud adoptando la propuesta de la Comisión Cid y pensiones adoptando la propuesta C de la Comisión Bravo, que demuestra que terminando las AFP y restableciendo el esquema de reparto se puede reducir la edad de jubilación efectiva a la legal y duplicar todas las pensiones, al tiempo que ahorrar al fisco dos billones de pesos anuales en subsidios monetarios, los que no vendrían nada mal a la DIPRES. Algunas de estas cuestiones no estaban en el programa presidencial, pero tampoco las importantes propuestas de democratización del financiamiento de la política y funcionamiento de los mercados surgidos de la Comisión Engel creada a raíz de la erupción de ira popular contra la corrupción, muchas de las cuales ya son ley.
Lo importante es iniciar ahora la discusión de estas materias, como se ha hecho con gran éxito en el proceso Constitucional. En la medida que la situación económica y política se deterioren, como probablemente ocurrirá, ello proporcionará la energía requerida para que éstas y otras reformas indispensables y largamente postergadas finalmente se lleven a cabo. Al tomar la iniciativa de iniciar su discusión ahora, el gobierno estará en mejor posición para conducirlas responsablemente en caso que se den las condiciones.
Paralelamente, las autoridades de Hacienda y el Banco Central deberían concentrarse en continuar apuntalando la tambaleante economía, medio groggy por la violenta caída del precio del cobre pero que hasta marzo pasado seguía con la ocupación, remuneraciones y actividad creciendo a más del 2 por ciento anual (ver
IMACEI-CENDA). Ello no se logra contrayendo sino ampliando razonable y sostenidamente el gasto público orientadao principalmente a sostener la capacidad de consumo popular, tal como se hizo en el primer mandato Bachelet. Podrían empezar ahora mismo, reajustando más el salario mínimo como hizo el Ministro Aninat en 1999, para compensar en parte las embarradas de su camarada y profesor Massad, o acaban de hacer el gobierno conservador británico y varios estados de los EEUU.
Ojalá que avancemos por este camino que resulta beneficioso para todos y no sigamos marchando irresponsablemente a caer en la recesión Valdés-Vergara.
Por Manuel Riesco
Santiago de Chile, 26 de junio 2016
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