LAS TRES ANITAS Y SUS VIVOS MUERTOS. ENCLAVE TESTIMONIAL. 40 AÑOS

Mi Juanito… Mi Juanito», dice la señora Ana González cada vez que se encuentra con Anita Altamirano; la abraza, le apreta una mano y la mira fijo a los ojos. Se refiere a Juan Gianelli, detenido, haciendo clases, a quién conoció en su casa cuando estudiaba con su hija Ana María para graduarse de profesores normalistas. Frecuentemente, también, se reunía con su marido, Manuel Recabarren, que fuera secuestrado una mañana cuando salía en búsqueda de dos de sus hijos, que fueron subidos a la fuerza a un vehículo la noche anterior, incluyendo a la esposa de uno de ellos, embarazada de tres meses y que nunca se supo si el bebe nació o no. Ocurrió en 1976. Todos ellos desaparecieron.
Corrían los últimos días de julio de 1976, cuando la señora Ana, que había hecho de la Vicaría de la Solidaridad prácticamente su segunda casa, divisaba por los pasillos la llegada de una mujer muy angustiada y desorientada. Era la profesora Anita Altamirano. Buscaba ayuda, siguiendo los consejos que le dejara su propio marido en caso de que lo detuviesen. Pese a que no la conocía, pero como su corazón es grande y lo hacía con muchas que llegaban en las mismas condiciones, fue a su encuentro para preguntar que le pasaba, la escuchó y la invitó a una actividad por la tarde. No podía quedarse. Debía regresar a la escuela y después correr a cuidar a sus hijos de 5 y un año y medio. Ellas tenían 50 y 34 años.

Al día siguiente, nuevamente se encuentran. Regresaba a firmar los escritos de un recurso de amparo. Al verla, de nuevo se acerca, la saluda, diciendo: «No me habías dicho que era mi Juanito al que buscabas». Y claro… lo conocía. En la Escuela Normal, fue compañero de curso de Ana María, su hija, estudiaban juntos en su casa, donde también se reunía frecuentemente con Manuel Recabarren, su marido. Militaban en el partido Comunista, vivían en la popular y combativa comuna de San Miguel y siempre se topaban en actividades culturales y políticas que tenían lugar en el teatro municipal Domingo Gómez Rojas, que ya no existe.

La mañana del 30 de abril de 1976, su marido, Manuel Recabarren Rojas, (50 años), fue secuestrado al salir de su casa en búsqueda de información que diera luces del paradero de sus hijos Manuel, (Mañungo), 22 años, Luis Emilio, 29 años y su esposa, Nalvia Mena Alvarado (20 años), embarazada de tres meses. La noche anterior, a los tres los habían subido a la fuerza a un vehículo, incluyendo al pequeño hijo, Luis Emilio, de apenas dos años, a quien al cabo de un par de horas un hombre lo baja de un vehículo, dejándolo solo y llorando a seis casas de la familia.
Esa noche, este llanto desconsolado interrumpió la película que veía la señora Ana, con uno de sus hijos, en la televisión. Al salir a la puerta se percata era su nietecito que estaba con una vecina; el comienzo de una historia, que en menos de 24 horas, le cambiaría completamente la vida. Un poco antes, le había mostrado a su marido («Mi Negro», lo nombra) un bosquejo de un panfleto para el día de los trabajadores. La felicitó y previo a trasladarse a otra habitación le envía un beso, el último que sellaría su despedida. Él le enseñó a cocinar, hacer el amor, la llamaba «La consentida». «El Samurái», le apodaban sus compañeros por su personalidad guerrera, fuerte, un gran defensor del pueblo. Había trabajado en el diario El Siglo, en las editoriales Universitaria y Nascimento y durante el gobierno del presidente Allende dirigía todas las Juntas de Abastecimiento y Precios, JAP de San Miguel. Su hijo, Manuel, trabajaba de gasfiter y Luis Emilio, también del gremio gráfico era dirigente de la asociación de Funcionarios de la Universidad Técnica del Estado.

Tres meses después, el lunes 26 de julio, en el marco de la serie de operativos represivos contra la dirección clandestina e importantes dirigentes de masas del Partido Comunista de Chile, el profesor, Juan Gianelli Company, era detenido por un grupo de civiles en la Escuela de Niñas N°24. Regresaba de sus vacaciones de invierno. Había firmado, junto a 17 dirigentes sindicales, una carta enviada al Ministro de Hacienda en la que daban a conocer su preocupación por los cierres de industrias, despidos masivos de trabajadores y su rechazo al modelo económico neoliberal que por entonces hacía su estreno. Fue uno de los fundadores del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación (SUTE), disuelto por decreto, al igual que el sistema de Escuelas Normales que puso fin a una época de más de un siglo de formación del profesorado chileno. Tenía 29 años.

Anita, recuerda que por su liderazgo era capaz de hacer callar un teatro lleno de trabajadores y por la tarde, en medio de folcloristas y bailarines del conjunto «Millaray» y «Cantos y Danzas de Chile, Héctor Pávez», se volvía un bailarín, un artista, «cara a cara, pecho al frente», el mejor de la cueca larga chilota y cueca zapateada. Ese día no llegó a la cita. Cada año, el día 26 de julio, visitaban a la señora Ana Julia, mamá de Anita, con ocasión de su cumpleaños. Paradojalmente, los tres profesores reunidos en torno a esta fecha conversaban siempre sobre su importancia y significado: el inicio de la revolución cubana, la ejecución del inca Atahualpa, los cumpleaños de Eva Perón, Unamuno, Machado y Mozart, el día de Santa Ana. La señora Ana González, también cumple años.

Las madres de todas las protestas
«Mi Juanito», «Mi Juanito», empezó a repetirse en reuniones e innumerables actividades organizadas por la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD). ¡Nuestra Vida por la Verdad!, era la consigna que levantaban en lienzos, pancartas y fotografías. Los buscaban en las listas de prisioneros que se daban a conocer en las afueras de los recintos de detención; los paquetes que les dejaban eran devueltos. Los buscaban la en la morgue, hospitales y postas de urgencia… ¿Dónde están?, preguntaban. Ni los santos son tan santos, era la respuesta, los negaban, llegaron a decir que no existían, que no habían nacido nunca o que algunos estaban sumergidos o habían salido del país con otras mujeres.

En junio de 1977, las dos anitas, junto a un grupo de 26 personas, todas familiares de detenidos desaparecidos, participaron en la primera huelga de hambre* que realizaron en la sede de la Cepal. Esta, que fue la primera manifestación pública en plena dictadura militar, les significó ser reconocidas como las madres impulsoras del movimiento por la verdad y la justicia, promoción y defensa de los derechos humanos, la libertad y recuperación de la democracia. «A las mujeres de Junio», titulaba su poema, Violeta Zuñiga, esposa de Pedro Silva y Aminta Traverso, poco antes de abandonar la sede internacional, escribía en un pizarrón de una de las salas de reuniones: «El dolor del hambre no se compara con el dolor de no tener al frente al ser amado»; una frase grabada en medallas, pulseras, arpilleras y todo lo que salió de las manos de artesanos solidarios con destino a Europa.

Por participar en esta huelga, Anita perdió su trabajo de profesora en la escuela Parroquial Inmaculada Concepción de Vitacura. A diferencia de la directora de la escuela de la comuna de San Miguel, que le daba permiso y dinero para el taxi, pese a que le solicitaba se mantuviera en segundo plano y tratara de no salir en las fotos durante las protestas, este director, que era un sacerdote holandés, la despidió, acusándola de trabajar para la resistencia. Un par de meses después, el 23 de noviembre de 1977, la señora Ana González, Gabriela Bravo y Ulda Ortiz, esposa del diputado Carlos Lorca y José Baeza, ambos detenidos desaparecidos, fueron impedidas de ingresar al país. Les dieron el titulo de Terroristas por las denuncias formuladas ante la Comisión de Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Fueron estas mismas gestiones las que finalmente lograron revertir dicha prohibición. La señora Ana no quiso asilarse, regresó a Chile y siguió su lucha como si nada. En 1978, prosiguieron nuevas huelgas de hambre, ayunos, encadenamientos a las rejas del Ministerio de Justicia y protestas por las calles. ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!… gritaban por las calles con las fotografías de sus seres queridos clavadas al pecho como si fueran los clavos de la cruz al madero. No tenían miedo, aunque muchas veces las declararon públicamente sospechosas de delitos. De hecho, en varias oportunidades, las acusaron de trabajar para el comunismo internacional y los «frailes izquierdizantes», según les decían.

Por esos años, entre noches en vela, incertidumbres, pesares, angustias, durante las horas de mayor desasosiego cuando participaban en la primera huelga de hambre, las dos anitas, mientras no sabían si al salir las detendrían, las expulsarían del país o las harían igualmente desaparecer, recordaban a los suyos, abarcando, incluso a Ana María, la hija de la señora Ana que fuera compañera de curso de Juan Gianelli.

Más de una vez, tratando de recuperar este pedazo de historia, Anita le ha preguntado a la señora Ana, sí ellos fueron pareja. La duda proviene, a partir de una fotografía de una gira que realizó dicha promoción de profesores y que ella encontró guardada como si fuera un tesoro en un maletín de su marido. A ello se suma lo que le dijera la dueña de la residencial, donde alojaron durante su luna de miel en Chiloé. Al llegar, ella, una mujer ciega, al palpar su rostro, exclamó… ¡usted no es la misma Anita que antes acompañaba a este encantador joven profesor!.

Cada vez que Anita hace esta pregunta, la señora Ana, la escucha, enciende un cigarro, lanza el humo, mira hacia el horizonte y responde un No, seguro y firme, aunque en una oportunidad, en uno de los desvelos en la Cepal, respondió que en caso de que a ella le pasara algo, le dejaría a su cuidado a su nieto Rodrigo, el primer hijo de Ana María, que había salido fuera de Chile.

Ana María Recabarren, murió el 16 de marzo de 2007, precisamente, el día de cumpleaños de su hijo Rodrigo y de Anita Altamirano. Desarrolló un cáncer fulminante, se le desató poco tiempo después de escuchar en una reunión, – en el marco de la Mesa de Dialogo (1999-2000),- que a su hermano, Luis Emilio, lo habían lanzado a las aguas del puerto de San Antonio. En esa oportunidad, un grupo de representantes de las Fuerzas Armadas dieron a conocer una lista de detenidos desaparecidos que fueron arrojados, desde unos helicópteros, al mar abierto dentro de unos sacos y amarrados a un riel. Un estridente y desgarrador grito brotó de lo mas profundo de ella, dejándola inconsciente. Parecía su alma, salía de sí. Fue tratada por médicos y psicólogos, pero no logró sobreponerse. Ya no soportaba tanto sufrimiento, tanto dolor crónico, todas sus heridas abiertas. Su partida concretaba un sexto arrebato al interior de la familia Recabarren González.

Por tu vida, mi vida

Las dos Anitas podrían no estar contando esta historia. La señora Ana se salvó ese día que se llevaron a su marido porque se retrasó al vestir a uno de sus nietos y el más pequeño, el hijo del matrimonio secuestrado, seguía llorando de manera desconsolada y Anita, la profesora, una noche en la calle fue acuchillada. No murió desangrada porque una mujer, que después supo había sido alcaldesa, la llevó de inmediato a una Posta de Urgencia.

Viviana, Berta, Tolita, Sola, otras Anitas, entre ellas, Ana Rojas y Anita Molina, madre de Pedrito… creían al comienzo de su lucha los encontrarían vivos, pero al pasar de los años, poco a poco, la verdad empezaba a emerger. Los habían asesinado y ocultado. Varias no han podido llorar, otras lo han hecho a mares, algunas ya no tienen más lagrimas, se les secaron, tuvieron que aprender a volver a sonreír por sus hijos y nietos. A muchas se les detuvo el tiempo o quedaron fuera de este; siguen esperándolos con un plato puesto a la mesa, les planchan las camisas y preparan la cama por si regresan a altas horas de la noche. También se cuentan varios suicidios de madres, hijos o bien enfrentan profundos traumas y conflictos. En 2008, la señora Otilia Vargas, dijo en su agonía que su marido la venía a buscar y que estaba a la espera de sus cinco hijos; dos de ellos desaparecidos y tres ejecutados.

La señora Ana dice que el amor a los suyos y al pueblo es lo que la ha mantenido en pie, levantarse cada día, seguir entera, salir a la calle y continuar su lucha año tras año. «Todo mi amor está aquí y se ha quedado pegado a las rocas, al mar, a las montañas», se lee en el Memorial del Detenido Desaparecido y Ejecutado Político, que fue construido dentro del Cementerio General de Santiago; el primero que en el Chile de la transición se inaugura en 1994, representando a 3.079 víctimas de la tiranía sanguinaria.

La señora Ana fue detenida nueve veces, estuvo en calabozos y la Cárcel de Mujeres. Estando en la prisión, en vez de quejarse, se dedicaba a limpiar los baños y a compartir con sus compañeras pensamientos positivos. Por su coraje, fuerza, bondad y actitud de vida ha sido reconocida como un baluarte emblemático, un monumento viviente a la dignidad humana y a todas las memorias de lucha. Así y todo, la han tratado de mentirosa. En 2009, la diputada Carla Rubilar, aseguró que Luis Emilio Recabarren, estaba vivo y que residía en Buenos Aires. Al enterarse de esta noticia, Luis Emilio, llamó desde Suecia, anunciando que padre estaba vivo. Al otro lado de la línea, su tía Patricia, respondía que esa no era la realidad. «Yo quiero decirle al país que afortunadamente en el mundo existe vivo un Luis Emilio Recabarren, pero este Luis Emilio Recabarren no es mi hijo, es mi nieto, el nieto de dos años y medio que dejaron abandonado y que sobrevivió a todos los dolores, a todas las torturas, a todo lo que se sufrió en este país y está vivo en Suecia, al lado de su abuela materna», declaraba públicamente la señora Ana, desmintiendo a la parlamentaria y a sus sombrías fuentes de información.

Frente a frente al fantasma de la impunidad que recorre el país, recuperada la democracia, «Mi Juanito», sigue presente en protestas y mitines, ahora, rechazando las rebajas de condenas de autores de brutales asesinatos o cuando se persigue aplicar la Ley de Amnistía. ¡Ni perdón, ni olvido, es la consigna. «Mi Juanito», «Mi Negro», escuchan sus oídos, quizás sea un intento de traerlos a la vida, un lenguaje de resistencia, una suerte de sustitución viviente… algo así como si los llevaran vivos adentro de ellas o como si ellas fueran sus criptas. Son sus muertos vivos, aquellos que nunca vieron apagarse, que nunca enterraron, que no tienen donde ir a poner flores; solo saben, los mataron, los enterraron y después los desenterraron para ocultarlos para siempre, que los lanzaron al mar,

A 40 años, Anita Altamirano, sueña con un pasaje de avión que la lleve a un lugar que le permita liberarse de vivir atrapada de un puñal que lleva metido en sus huesos y venas vacías. Ricardo, su hermano poeta, escribió «Las Buenas Costumbres», que le enseñaron «la pe con la a», «el Mío Cid en castellano antiguo» y «la libertad de decir cualquier cosa»… mientras piensa en su hermana profesora, bailando solitaria su eterna cueca sola. Es la cueca que interpreta el conjunto folklórico de la agrupación que relata lo dichosas que eran cuando sus días eran apacibles antes de que les llegara la desventura.

La señora Ana, en su casa que parece un museo lleno de fotografías, obras de arte y recuerdos, ya no fuma, quiere seguir luchando, quiere que la visiten, que le vayan a cantar. Es pueblo y necesita a su pueblo. El barrio donde vive está lleno de murales a todo color que ella misma ha pintado con tarros, brochas, pinceles y su camisa amaranto de la Brigada Ramona Parra. Pareciera que estas murallas verde esperanza guían a todos quienes la visitan. Al cumplir 91 años, en una silla de ruedas, a la mesa de la cocina, escucha a Manuel, contándole su día, tal como era antes por las tardes. Un llamado telefónico interrumpe este lapso. Antes de responder, se vuelve a él, cierra los ojos y dice: Manuel, he envejecido, en cambio tú, estas igual… (este el fin de su libro autobiográfico que escribe desde hace un par de años).


Por Myriam Carmen Pinto. Zurdos no Diestros. Historias humanas de humanos demasiados humanos. Julio 2016.
Fotografías: Fernando La Voz. Reportaje fotográfico La señora Ana; Pedro Martínez Rodríguez, (fotografía muestra “Chile, memorial del silencio”, España); arpilleras exposición Memorarte (web Prodemu); albúm familiar Anita Altamirano.
*La primera huelga de hambre fue realizada por los prisioneros del campamento de Puchuncaví, luego de tomar conocimiento del operativo publicitario destinado a encubrir la desaparición de 119 personas en 1975.

Santiago de Chile, 30 de agosto 2016
Crònica Digital /http://www.gritografiasenred.org/

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