Cuesta hablar de Fidel y Cuba. En especial, cuando no se ha puesto un pie en la isla separada por 140 km de mar, del gigante del norte. La prudencia invita a tomar un respiro. Porque estamos invadidos de referencias y testimonios contrapuestos, cargados ambos de un sentido escatológico. Ya sea, porque para unos el anciano barbudo, sería la mano derecha de Mefistófeles -y para los otros- la experiencia viviente del Arcángel Gabriel.
Y si el personaje es contradictorio, Cuba, desde la lejanía de la pantalla no deja de tener lo suyo, con sus pintorescos vehículos del año de la pera, sus envidiables atletas, su música, su sistema de educación, sus profesionales de la salud. De los cubanos que he tenido el gusto de conocer en mi país: mecánicos, vendedores, dueños de tienda, un par de choferes de UBER -y por supuesto- profesionales de diversas ramas del conocimiento, tienen una característica particular: ninguno de ellos es un ignorante, un desinformado. Se trata de gente amena y culta.
Esa distancía física, no puede actuar como impedimento a la hora de establecer una mirada, reconociendo que se escribe desde otra esfera -y en consecuencia- influenciado por categorías culturales e intelectuales distintas.
No se puede entender la historia de América Latina de los últimos cincuenta años, sin considerar la revolución cubana como un elemento relevante -y a Fidel Castro, como un actor de la misma envergadura. Para moros y cristianos, es un hecho indesmentible.
La irrupción del “Movimiento 26 de julio” el año de 1959, desencadena de inmediato la discusión de las izquierdas en el continente. Porque la posibilidad de “la copia feliz del Edén” era un camino posible. Como buen general después de la batalla, José Rodríguez Elizondo, en una columna escrita en El Mostrador[i] carga los dados de un modo particular, sobre el líder cubano: “Cuando dictaminó que su revolución armada y socialista había echado a andar por toda la región, con paso de gigante, las izquierdas y centroizquierdas democráticas quedaron entre dos fuegos: al frente, las élites tradicionales, respaldadas por los Estados Unidos; a sus espaldas, los castristas emergentes”.
Si aceptamos la premisa que las revoluciones sociales son un acontecimiento, usando el concepto en el sentido que lo entiende Alain Badiou, como una novedad radical; capaz de trastocar las maneras de conocer establecidas -y por tanto- apta para la elaboración de discursos de verdad, en su dimensión de saber-poder, sin previo aviso y respaldados por el hecho irrefutable de la novedad. ¿Por qué la revolución cubana tendría que haberse inhibido de aquello? O ¿Sólo es posible la construcción de nuevas formas de relación política y social; cuando provienen en lengua francesa, anglosajona o rusa?
¿Por qué negar a los revolucionarios cubanos esa posibilidad? Otro cuento, es la evaluación política de cómo se asume dentro de la región dicha contingencia, culpar a la revolución cubana y en particular a Fidel Castro, de los procesos dictatoriales de América Latina, lo considero sencillamente un atentado a la inteligencia. Porque la única viabilidad del argumento, tendría que sostenerse en la ignorancia e ineptitud de las izquierdas del continente. Puedo entender al converso Roberto Ampuero[ii], con sus diatribas permanentes, contra todo lo que huela a socialismo: es parte de su nuevo credo. No sé si en Chile, ha tenido el coraje de preguntar mientras comparte el bajativo con los patrones, por la vergonzante Colonia Dignidad, por la suerte de algunos conocidos o ex-compañeros detenidos, ejecutados y desaparecidos, si es que los tuvo.
Lo indecoroso, es culpar a Fidel del golpe de Estado en Chile, como si el asesinato del General René Schneider en octubre de 1970, fuera una referencia aislada; y la conformación de cofradías[iii], cuyo objetivo era atentar contra el feble sistema democrático desde 1968, pudiera eludirse. Me defrauda la sumisión de su columna, con la más majadera de las tesis históricas esbozadas por el conservadurismo chileno, al asegurar que la violencia política en nuestro país, se inicia en la década del sesenta. Como si el uso del terror por parte de los poderosos de siempre, recurriendo al argumento de las armas, hubiera estado vedado.
Ahora, desde nuestra idiosincrasia. Desde nuestra capitanía general, la posibilidad del partido único es tan impracticable, como el actual sistema binominal, del mismo modo; la eventualidad de un dirigente único por cuarenta años, llámese Francisco de Asís o Dalái Lama, causaría tal número de intrigas, contubernios y levantamientos, que obligaría a tener las cabezas de los caciques a las puertas de Santiago. Lo que es muy viable en la patria de las verdades a medias, es llamar libre competencia al festín de los monopolios, Constitución Política a las reuniones de fronda, donde los dueños de Chile ajustaron las leyes de la republiqueta a su medida; para que en última instancia siempre pague Moya, es cosa de ver los casos La Polar, PENTA, Banco de Talca, Ferrocarriles del Estado, colusiones del papel higiénico, farmacias etc.
Las enseñanzas de la revolución cubana, nicaragüense y las luchas anti-dictatoriales de la región, como dirían los orientales, es muy pronto para evaluarlas en toda su longitud. Sin embargo, desde el impacto. Desde el brío occidental de los que participamos de algunas de esas luchas, sin beatería o culto pagano de ningún tipo, porque tenemos visión crítica y sabemos que los cambios sociales se hacen respetando las particularidades, los derechos de los otros. Desde esa vereda, resulta decepcionante el nivel intelectual de quienes pretenden ajustar cuentas con la historia, el abanico de discursos colonizados, puritanos, beatíficos o en su manera más degradada de liberales acomodaticios, lucen su incapacidad de articular algún tipo de emancipación discursiva. La crítica no exculpa a la producción cultural y política de las propias izquierdas, donde en muchas ocasiones se prefiere el verbo entusiasta, de una burguesía progresista alicaída, a la voz y el espejo de los subalternos.
Es lamentable. Ni siquiera pueden apelar a la decencia de la novedad, unos y otros se inclinan ante los muros del templo que más les acomoda, en su afán maniqueo de condenar al infierno o sentar en el paraíso, al líder de la revolución cubana.
Por Omar Cid
Crónica Digital
Santiago de Chile 5 de diciembre 2016
[i] http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2016/11/26/los-exagerados-90-anos-de-fidel-castro/
[ii] http://www.elmercurio.com/blogs/2016/12/04/47073/CEPAL-celebra-al-dictador.aspx
[iii] https://www.lemondediplomatique.cl/El-golpe-civico-militar-y-el.html