Por Marcel Garcés Muñoz: TENSIONES AMENAZAN ESTABILIDAD Y COHESIÓN DE NUEVA MAYORÍA

Por Marcel Garcés Muñoz 

Para nadie es un secreto que la Nueva Mayoría enfrenta horas decisivas.

El inicio del llamado “año político”- un periodo marcado por las elecciones presidenciales y legislativas del 19 de noviembre de 2017.- se está caracterizando por tensiones internas en la coalición de gobierno, que amenazan su estabilidad y cohesión.

Y por cierto su calidad de alternativa efectiva a la amenaza de la regresión que afila sus machetes tras la ofensiva empresarial-derechista que se empeña en restablecer un poder absoluto sobre la sociedad chilena, el país y todos sus instituciones y estamentos de poder.

Así, la próxima Junta Nacional del Partido Demócrata Cristiano (PDC), el 11 de marzo, se ha convertido en un hecho crucial, y un campo de batalla político e ideológico interno, tanto como en la escena política general, con efectos que pueden llegar a ser telúricos en la Nueva Mayoría, coalición donde la DC ocupa un lugar relevante.

Algo que se veía venir desde hace tiempo por lo demás, y que conforma un escenario donde un sector muy publicitado en la prensa de Derecha de la colectividad de la flecha roja, con la argumentación falaz de rescatar una identidad busca un camino “propio”. O reviviendo confrontaciones políticas bastardas, reviven la imagen del “enemigo” en el Partido Comunista, con argumentos y caricaturas propias de la Guerra Fría,  para dividir a la coalición de Gobierno en procura de hacer méritos para una alianza con la Derecha.

Es decir buscan renunciar a sus definiciones programáticas y compromisos, que ubican a la DC en la centroizquierda progresista y democrática, y coquetea con una Derecha, que tanto los fustiga con el garrote como los intenta seducir con las zanahorias.

El objetivo estratégico, que nadie intenta ocultar ni disfrazar, es erosionar la unidad de la Nueva Mayoría, hacer abjurar a algunos de su lealtad con principios y promesas, para devolver el poder a la Derecha empresarial y pinochetista.

Por lo demás, la señora Aylwin, los señores Martínez, Walker, Pérez Yoma, y otros “príncipes”, no han ocultado desde el principio del gobierno de la presidente Michelle Bachelet su determinación divisionista en lo interno y su permanente acción fraccional en el seno de la Nueva Mayoría, de franca oposición a los objetivos del programa del gobierno y sabotaje desde el interior a las iniciativas y políticas de La Moneda.

A este panorama lamentable de por si se suman expresiones de caudillismo, falta de coherencia orgánica,  sectarismos, desconfianzas mutuas, caricaturas o  prejuicios, en otras colectividades de la NM, que son precisamente lo contrario a una conducta y práctica de coalición política y de responsabilidad histórica.

Es por ello que ante las fuerzas democráticas y progresistas, una centroizquierda donde tienen espacio quienes tienen raíces históricas, respetables (la Nueva Mayoría), pero también expresiones de una modernidad (el Frente Amplio y otras sensibilidades) que se instala en el escenario por una objetividad sociológica, por méritos propios y con una vocación de protagonismo que necesita madurar como fuerza objetiva, se plantean tareas urgentes, desafíos y un amplio horizonte de perspectivas.

Lo que la Nueva Mayoría- si logra remontar de su actual y evidente crisis, y precisamente para ello- sus partidos, sus diversas tendencias, sus dirigentes, su militancia, deben evaluar si su proyecto colectivo es viable, corresponde a las condiciones objetivas de la sociedad y perspectivas del Chile que soñamos y por el cual los ciudadanos, el pueblo es capaz de luchar.

Es decir, si el proyecto reformista, de profundización democrática, de progreso social y eficacia económica sigue vigente en la demanda, voluntad y decisión de los ciudadanos, si sus contenidos, propuestas e implementación son no solo justos en un sentido ético sino que posibles, realizables, corresponden a la necesidad y capacidad de movilización de los ciudadanos para su materialización.

Lo que se requiere es no solo la voluntad de hacer, sino la capacidad de sostener los proyectos, coincidiendo con los objetivos, demandas de los ciudadanos, y la maduración de las condiciones objetivas y subjetivas de la sociedad.

Solo así se puede- y se debe- elaborar plataformas, “el programa”, y poner las metas electorales, en concordancia con las demandas, reivindicaciones objetivas, los sueños de las mayorías de la sociedad, la gente, los trabajadores, los estudiantes, las mujeres, los pueblos indígenas, los artistas, las regiones, las minorías sexuales.

Y tener así la potencia, la voluntad de triunfo, la< fuerza y las mayorías para vencer la resistencia de los enemigos de la democracia, el progreso, el bienestar de la sociedad.

La Nueva Mayoría, o la coalición que represente estos ideales (si se produjeran hechos indeseables) debe potenciar sus capacidades de convencer, de atraer, de encantar a la ciudadanía, recuperar la épica de ser la avanzada en una confrontación de principios y objetivos, en que los términos reales de la discusión nacional es: El poder de los poderes facticos y clanes económicos o la profundización  y ampliación de mla democracia; El imperio de la corrupción y el lucro o la transparencia y decencia en la vida pública, en la política y en la sociedad; El secuestro o la destrucción del Estado y la institucionalidad o la democracia plena, representativa y participativa, expresada en la soberanía popular, el regionalismo, los derechos constitucionales de los pueblos originarios

Por cierto se requiere de una discusión que actualice las demandas, los conceptos, las metas inmediatas y los horizontes estratégicos, la que debe darse con teniendo en cuenta las legitimas diferencias, pero también con el compromiso de respeto por la palabra empeñada con los ciudadanos, definiendo las metas y los tiempos, pero sin presiones ni chantajes.

La Nueva Mayoría y por cierto, la Concertación de Partidos por la Democracia han cumplido, desde su lucha contra la dictadura militar-derechista de Augusto Pinochet y sus cómplices civiles, un rol histórico en la historia contemporánea de Chile, en la transición y recuperación de la democracia, en su progreso económico y social, en el desarrollo de una institucionalidad y una práctica democrática.

Pero hoy, al mes de marzo de 2017, tiene trascendentes desafíos y tareas históricas – políticas y sociales- ineludibles, si quiere cumplir honrosamente con su destino.

La coalición, mas allá de la búsqueda del triunfo electoral presidencial y parlamentario del 19 de noviembre, tiene una responsabilidad histórica de superar la desconfianza y el rechazo ciudadano a la política y a los políticos, la bomba de tiempo que sembró la dictadura, pero que ha sido incapaz de desactivar gracias a las malas prácticas que la clase política y el populismo han evitado eludir.

De manera que, en lugar de enredarse en polémicas de conventillo, o agendas de falsas contradicciones, desnaturalizaciones y descalificaciones, deberían enfrentar los verdaderos desafíos del Chile del presente y del futuro.

Por otro lado, no se construye unidad ni una perspectiva de alianza política o coalición seria desde la pretensión de la “superioridad moral”, o del destino manifiesto de “los legítimos” o de la necedad de atribuirse el monopolio de ser los únicos profetas de la democracia, la justicia y las libertades.
Con la intransigencia y tozudez, el empecinamiento y la obcecación no se construye unidad, sino que se levantan muros, se producen abismos sociales, políticos y hasta nacionales, y sabemos los chilenos a donde conducen tales prácticas y que resulta de ello.Por Marcel Garcés Muñoz
Director de Crónica Digital

Santiago de Chile, 28 de febrero 2017
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