Tuve el privilegio de verlo en un concierto en la ciudad de Colonia, Alemania hace algunos años. Se valió de una invitada especial, Vonda Shepard, una pianista rubia con poderosa voz que ponía a prueba en cada nota al espléndido ruiseñor.
No era un duelo, sino el espectáculo divino que ofrecía en sus presentaciones Al Jarreau. Sus cuerdas vocales retozaban con la música, decidían cautivar al público, embelesarlo con cortinas aterciopeladas, para luego acentuar tonos más profusos.
Fue un recital prolijo que no dejó nada al olvido. Vonda Shepard tuvo espacio para el lucimiento, se atrevió al dúo con Jarreau en baladas románticas y cortinas de improvisaciones de jazz.
Y cuando los espectadores salíamos del teatro, nos mirábamos exultantes por el enorme disfrute de la velada.
Ahora que su desaparición física es un hecho, más allá del luto, hay razones para recordarlo con la alegría que proyectaba en sus interpretaciones.
Podía batirse relajadamente con Bobby McFerrin, retar a George Benson, pero siempre con esa calidez con la cual adornaba el pentagrama, acompañándolo de una amplia sonrisa.
Al Jarreau nació en Milwaukee, Estados Unidos, el 12 de marzo de 1940 y aunque su voz era como un regalo divino, comenzó su carrera profesional tardíamente, casi a los 30 años de edad.
Se graduó en psicología y cuando hizo acto de presencia en los escenarios, mostraba un dominio sorprendente.
Iba a cumplir 77 años y poco antes de su fallecimiento acababa de anunciar su retiro de la vida profesional del espectáculo. Sus admiradores lo recordarán por aquella manía de arrancar los conciertos con acordes de la balada-soul Luz de Luna, la inolvidable canción que compuso para la serie televisiva del mismo nombre.
La comedia televisiva se llamaba Moonlightning (1985-1989), conocida en español como Luz de Luna, que fuera protagonizada por Bruce Willis y Cybill Shepherd.
Versátil, identificado como un intérprete genuino de jazz, tuvo la singularidad de convertirse en el único artista en la historia de ganar Premios Grammy en tres géneros diferentes, jazz, pop y rhythm blues.
Dentro de sus 26 discos, uno en particular le devolvió el sitio que merecía como un verdadero ruiseñor de timbres complejos y diversos. Lo apodaron en la universidad The Voice (La Voz) y más adelante algunos críticos lo llamaron The Nightingale of the song (El ruiseñor de la canción).
ASCENSO A LA CÚSPIDE
Fue en la universidad donde comenzó su amor por la música. Allí cantaba con un grupo llamado The Indigos. Después de su graduación se fue a San Francisco donde se puso de acuerdo con la leyenda del jazz Geroge Duke para formar un trío de este género.
Cuando se decidió a dedicarse a la música a tiempo completo, Jarreau se trasladó al sur de Los Ángeles, donde llamó la atención de la disquera Warner Bros con la cual firmó como solista.
Aunque Jarreau comenzó a cantar a los cuatro años, con sus hermanos mayores que gustaban de la música y continuamente le animaban a que escuchara jazz, el pequeño Al haría las cosas de otro modo.
Trabajó en una institución de San Francisco, en la que asistía a personas que habían sufrido diversas adicciones en calidad de psicólogo y con 28 años de edad, la música se antojaba un hobby.
En la populosa ciudad californiana de Los Ángeles llegó el ascenso a la cúspide. Desplegaba alas con un álbum debut que sería un éxito de crítica y público We Got By. Y ya en 1977 Jarreau se haría acreedor del primero de sus siete premios Grammy por su álbum en vivo Look to the Rainbow.
Un año después salió a la venta su segundo disco Glow, con el que cual repitió el galardón del Grammy.
Heaven and earth, sería tal vez uno de los discos más intimistas en la carrera de Al Jarreau. Exquisito, con dos melodías entrañables como la propia que dio nombre al album junto con It´s not hard to love you, no pasaba inadvertido. Conquistó su quinto premio Grammy, primero en la categoría de R&B, en 1992.
Ya en pleno siglo XXI disminuyó su producción, pero tampoco colgó los guantes. Brilló también con Tomorrow Today (2000), All I Got (2002) y Accentuate the Positive (2004). Luego en 2006, grabó con el guitarrista y cantante estadounidense George Benson Givin It Up, otro Premio Grammy, en este caso en la categoría de Mejor Interpretación R&B.
Podía transitar con facilidad de un registro nasal a uno grave y profundo. Era capaz de hacer de la voz un instrumento que interactuaba con el resto dentro de orquestas llevadas al pedestal de la sinfonía.
Lo más reciente y preciosista -si cabe de alguien amante del ideal de la música- fue el disco homenaje al pianista George Duke de 2014, titulado My old friend: Celebrating George Duke.
Con la partida de este ruiseñor de la canción, el pentagrama dice adiós a una de las voces más emblemáticas del jazz, el blues y el soul en Estados Unidos.
Por Fausto Triana
Santiago de Chile, 2 de marzo 2017
Crónica Digital /PL