Por Silvio Reyes y Cristián Cepeda: LA GESTIÓN INSTITUCIONAL PARA LA CONTRACULTURA

En una oportunidad anterior discutíamos algunas tareas a las que debiera avocarse el FA en el contexto del Chile contemporáneo. En esta ocasión quisiéramos remitirnos a la dimensión cultural de la construcción social y cómo desde allí trabajar la edificación de un bloque histórico que nos permita reemplazar la hegemonía del imperialismo cultural occidental (norteamericano) sustentado en los ya sentidos comunes derivados de la doxa neoliberal.

En la llamada sociedad de la comunicación y el conocimiento los aparatos técnico-digitales de comunicación de masas tienen un papel fundamental en la reproducción ideológico/subjetivas a la hora de crear sentidos comunes y sementar formatos y aparatos necesarios para ello. No obstante, y pese al vasto desarrollo de los aparatos que reproducen esta cultura neoliberal, hay intentos cada vez más mayoritarios por generar una expresión contracultural a estas lógicas. Llámense radios comunitarias, podcast, canales de youtube, editoriales independientes, etc. Si a esto le sumamos otras plataformas que se ha utilizado en algunos casos (twiter, facebook), nos damos cuenta de cómo en los últimos años el dominio cibernético se ha vuelto cada vez más totalitario en lo cotidiano.

En este contexto, queremos dar la discusión de cómo poder trabajar la construcción de un bloque histórico que permita ir desplazando la hegemonía neoliberal, utilizando estos nuevos soportes técnico-cibernéticos, en conjunto con formatos “análogos” o tradicionales que faciliten la mediación cultural.

Tenemos claro que cualquier cambio que necesite solventarse en el tiempo debe tener algún tipo de legitimación, ya sea jurídico-institucional o ético-cultural, y los grandes medios de comunicación no han de ayudar en nada en ese objetivo transformador. En algunas ocasiones la presidente Bachelet ha comentado que el gobierno ha perdido la batalla comunicacional; pues claro, si en rigor nunca entraron a disputar lo comunicacional, cambiando la concepción jurídica, de contenido y funcional del llamado canal del Estado, así como hacer cambios sustantivos en la ley de prensa o haber provocado un mayor fortalecimiento de las radios locales en la ley de radios comunitarias, pese a pequeños avances.

Algunos han argüido que hoy en día los sujetos militamos en los medios de comunicación, es decir, nos informamos en cierto espectro de medios, y de los cuales generalmente no salimos: son ellos nuestras fuentes de conocimiento, de debate, de confrontación con nuestras ideas previas, y no la militancia política. Es por ello que se vuelve central la disputa cultural utilizando estos medios, buscando la manera de ampliar la llegada hacia las audiencias.

Tras las elecciones municipales del año 2016 las diversas fuerzas del FA tienen un par de municipios y otros tantos concejales en las comunas de nuestro país, además de proyectar fuertemente candidaturas parlamentarias para el  2017, lo que supone, claramente, una mayor participación en la estructura institucional que de alguna manera debiera permitir gestionar y apoyar proyectos y financiamiento a nivel local de organizaciones sociales y culturales de los diversos territorios.

La gracia de estos medios contraculturales es que no buscan entregar información en el sentido clásico unilateral del paradigma línea que va desde el emisor al receptor, sino por el contrario, se orientan a discutir y desgranar los diversos problemas y fenómenos que afectan a la sociedad en general o de manera más particular en ciertas localidades, en conjunto con las mismas.

La experiencia de la comuna de Recoleta nos ha mostrado que el fundo-municipio, cristalizado en la constitución pinochetista, pese a ciertas restricciones, tiene la posibilidad de gestionar proyectos que busquen revertir procesos económicos y sociales estructurados por la lógica mercantil. Las altas esferas del ejecutivo y legislativo están coaptadas y hegemonizadas por las miradas neoliberales y las estructuras sociales son su expresión, y considerando que nuestro ámbito de acción, por el momento está lejos de esas esferas, lo que nos cabe hacer es dar la batalla a nivel local y comunal, reconocer allí nuestro primer espacio de resistencia con algo más de capacidad de gestión institucional. Recoleta ha sido creativa y ha apostado por un camino que debe estudiarse, logrando aceptación de la idea de lo popular asociado a la entrega de ciertos servicios o bienes (medicamentos, lentes), ejemplo que con mayor o menor acierto y profundidad han querido imitar incluso sectores políticamente contrarios. Los municipios donde el FA tiene la tarea de gestionar el desarrollo comunal debe apostar por trabajar arduamente con las organizaciones sociales y comunitarias, así como buscar las maneras de poder fortalecer y levantar organizaciones de comunicación cuya mediación cultural apueste a los significados transformadores que como horizonte y práctica se tiene y se esté llevando a cabo, tanto desde lo social como municipal. La alianza debe ser concreta, y por ello también es necesario que organizaciones sociales de todo tipo copen los espacios del FA para que éste no se encierre en las lógicas de la política institucional partidaria, reduciéndose así los vínculos con las organizaciones de base.

Necesitamos crear más referentes culturales, instalar símbolos (procesos, luchas, dirigentes, objetivos) que nos permitan construir, en el mejor de los casos, un bloque histórico capaz de articular las luchas materiales con la construcción valórica y simbólica detrás de ella, que pueda entretejer no necesariamente a una clase social fundamental (ya sea por la posición en las relaciones de producción y las relaciones en la producción, así como la autoconciencia asociado a ello) sino a diversos sectores sociales que claman por diversas reivindicaciones, y en este proceso, ayudar a que todas se puedan identificar entre sí al identificar la causa de sus problemas. Pero también, y fundamentalmente, revertir sentidos comunes ya instalados que no son más que la naturalización de las lógicas neoliberales.

Por Silvio Reyes y Cristián Cepeda
Sociólogos

Santiago de Chile, 29 de marzo 2017
Crónica Digital

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Recuerdo haberlo visto por primera vez a comienzos de junio de 1983, unos pocos días antes de la Segunda Jornada de Protesta Nacionales. Era una manifestación relámpago organizada por la Agrupación de Estudiantes Medios (AEM) en la esquina de Alameda con Ricardo Cumming, protagonizada sobre todo por los estudiantes del cercano Liceo de Aplicación. Volaban por cientos los panfletos mimeografiados en papel roneo y se escuchaba un nervioso “Y va a caer”. En medio de todo, estaba Rafael Vergara Toledo. Era uno de los “cabecillas”, palabreja que en aquellos días era ocupada profusamente por las autoridades disciplinarias de los establecimientos secundarios para referirse a los líderes de la cada vez más creciente rebeldía de los estudiantes. La Agrupación de Estudiantes Medios (AEM) era entonces la más antigua organización democrática existente en los liceos de Santiago. Había sido formada por el MIR, como parte de su política de masas, llamada “Línea Democrática Independiente”. Por esos mismos días, iniciaban su caminata otras dos organizaciones, las que con el tiempo serían fundamentales en la historia del movimiento estudiantil secundario en Los 80: la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), emplazada en el sector oriente de Santiago, y el Frente Unitario Democrático de Enseñanza Media (FUDEM), a la que me incorporé un mes después de ese mitting en Alameda. A esas alturas de junio de 1983, aún no tenía militancia política ni tampoco participaba en las organizaciones de estudiantes secundarios. Y era la primera protesta de liceanos en la que participaba. Llegue por casualidad, a tomar el bus para mi comuna de Maipú, de regreso del Insucodos, donde estudiaba. A diferencia de lo que comenzaría a pasar desde un año después, esa manifestación fue bastante simple: no implicó marchar por las Alamedas, tampoco barricadas, rayados o lienzos. Sólo un lanzamiento de panfletos y consignas durante un fugaz lapso de tiempo. Tuve la oportunidad de conversar con Rafael unos meses después, en el marco de una huelga de hambre de estudiantes de la AEM que se desarrolló en el Centro de Pastoral Juvenil (CPJ) de los Sagrados Corazones, en Carrera casi esquina de la Alameda, espacio que contribuyó de forma muy significativa a esos primeros pasos de la reconstrucción del  tejido social democrático en los liceos de Santiago. Rafael había sido expulsado del Liceo de Aplicación en septiembre de 1983, cuando se cumplían 10 años de dictadura. Lo acusaron, junto a otro compañero, de “panfletero” y “manzana podrida”, que también eran palabrejas ocupadas por la autoridad en vano intento de descalificar la opción democrática de los adolescentes de la época. Ese era el motivo de la huelga de hambre: protestar contra la expulsión. En aquella conversación, me sorprendió constatar la profunda inspiración cristiana con la que Rafael fundamentaba su opción revolucionaria. Unos pocos meses más tarde, en enero de 1984, conocí a su hermano Eduardo Vergara Toledo. Fue en el contexto de un “Cabildo Democrático” o “Asamblea Popular” que se realizó en la sede del Sindicato de Good Year, en la Avenida Pajaritos casi llegando al […]

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