Por Juan Francisco Coloane: ESTADOS UNIDOS Y SU INESTABILIDAD POLÍTICA HACEN PELIGRAR LA PAZ.

La visita del secretario de estado Rex Tillerson a Moscú el miércoles 12 de abril, no logró ningún objetivo para alivianar la actual tensión internacional, ni tampoco resuelve los problemas de las disputas internas de poder en Estados Unidos. Moscú no quiere guerra, menos nuclear, pero sí quiere a Assad en el poder para luchar contra el terrorismo. Punto para Vladimir Putin. 

No pudo persuadir al gobierno ruso para suspender su apoyo al gobierno en Siria en su lucha contra el terrorismo. Los argumentos de que Moscú eligiera entre, congraciarse con la Alianza Transatlántica o aislarse, en lo que él llamó el eje Irán-Siria- Corea del Norte, no sirvieron para estimular un cambio de rumbo internacional en Moscú.

Tillerson responde a la estructura clásica del republicano, simple y directo. Ha absorbido bien el resurgimiento neoconservador en la Casa Blanca con la llegada de Trump. A su vez, éste gobierna muy en el molde de George W. Bush. Como no sabe con exactitud dónde está parado, se hace aconsejar, a lo que él le agrega su personalidad disfuncional e imprevisible. En este plano, mientras Bush, más previsible,  cursa su trayectoria como un mosquito, Trump se mueve como una mosca difícil de atrapar.

Tillerson y su mensajería a Moscú, sirvió para confirmar lo que ya se sabía: no habrá distensión en las relaciones. Más aún, Tillerson resumió el estado de situación en pocas palabras: “Las dos potencias nucleares más grandes del mundo no pueden tener esta clase de relación”.

En un escenario de confrontación límite con Rusia, a Estados Unidos y sus aliados no les quedó otra alternativa que solicitar a Rusia interrumpir su apoyo a Assad. Fue el propósito de la reciente reunión de los G7 en Italia. Es decir, Siria y su lucha contra el terrorismo, se convierte en el chivo expiatorio para que esa alianza resuelva sus problemas para funcionar con un orden mundial mínimo. 

Un terrorismo que le inyectaron a Siria desde 2011, algunos de los mismos países del G-7, Estados Unidos, Francia y Reino Unido especialmente, con sus adláteres monárquicos del golfo pérsico, para derrocar al gobierno de Assad. Si fue tópico en la reunión de Putin con Tillerson, no lo sabemos. Es de suponer que el tema estuvo planteado porque es el principal. No es la salida de Assad el problema, sino detener el financiamiento al terrorismo que golpea a Siria desde 2011.   

El apoyo de Rusia a Siria, opera como chivo expiatorio para solucionar problemas de la Alianza Transatlántica a partir de fenómenos como el BREXIT y otros en esa línea en gestación que apuntan a la real unidad europea. Nada mejor que buscar al gran enemigo común. Es Rusia por ahora.

Sin embargo el problema mayor reside en Estados Unidos y en su inestabilidad política. La ausencia de diseño y programa de gobierno claro, permite el grado de inestabilidad que exhibe su política interna y que se traslada a su conducta exterior. El intempestivo ataque  a una base aérea en Siria es la evidencia de un grado preocupante de esa inestabilidad. Por  el resultado de los comentarios en los medios de sus mayores detractores, se detectó que la razón principal para atacar a Siria sin mediación, estuvo orientada para estabilizar con mayor velocidad su gobierno, que aún no se consolida y se resquebraja a diario. Se refuerza la idea de la necesidad de precipitar un ataque sin tener las pruebas necesarias de que el gobierno sirio efectivamente usó armas químicas para atacar una zona bajo control de terroristas.

Una semana más tarde, Estados Unidos bombardea en Afganistán un supuesto nido del ejército islámico en la provincia de Nangarhar, al este que hace frontera con Pakistán. La bomba de 9,5 toneladas, cuyo 90 %  es materia explosiva, no ha dejado daños colaterales en pérdida de vidas humanas según las primeras informaciones. Aunque esto está por verse. La  tendencia del gobierno en Afganistán, un aliado de Estados Unidos, es ocultar las muertes de civiles en las operaciones para no hacer más impopular la intervención extranjera. Naciones Unidas y otras agencias humanitarias han tenido problemas en este sentido, porque tienen restricciones para recorrer el país e informar en forma imparcial.

El bombardeo a una base aérea en Siria ocurre mientras el presidente chino Xi Jinpin visita Washington y se reúne con Trump. El de  Afganistán del  jueves 13, ocurre un día después de la reunión entre el presidente ruso Vladimir Putin y Rex Tillerson, el secretario de estado de Estados Unidos. Estos hechos son síntomas de una descomposición del sistema de relaciones internacionales y de la escasa relación básica entre grandes potencias.

Los dos bombardeos representan el caótico escenario geopolítico internacional actual. También exhibe la ausencia crucial de un centro ordenador que permita equilibrios claros y genere las condiciones políticas que contengan decisiones unilaterales como las que han resultado en estos dos bombardeos. Naciones Unidas se supone que debería ser ese centro ordenador, sin embargo el organismo multilateral llamado a mediar, no ha recuperado su impronta política desde el golpe asestado con la invasión a Irak en 2003. Este desafortunado episodio, fue un gran triunfo para el neoconservadurismo que ahora se encarama nuevamente en el ápice del poder en Estados Unidos con la llegada de Donald Trump.

La dispersión en la política exterior de Estados Unidos post guerra fría es evidente. Sin Unión Soviética, con el campo llano para su dominio global, era la oportunidad que no se repetiría. Con todo el espacio de poder a su disposición no ha sabido qué hacer con ello, y por el contrario, el estado institucional del orden mundial es caótico. En marzo de 2001, con Bush recién asumido, Estados Unidos se encontraba con una política exterior indefinida en cuanto a metas para administrar el mundo post guerra fría desde la perspectiva de su supremacía. Hasta que llegó el ataque a las torres gemelas de 11 de septiembre de 2001 y resolvió el problema de política exterior indefinida.

El profesor de derecho internacional Richard Falk, después del ataque a Siria, califica a la política exterior de Trump de un “internacionalismo beligerante” (y reactivo). La trayectoria de Estados Unidos, sin la amenaza del comunismo soviético, se resume en esta beligerancia que genera guerras y conflictos pero que no permite conquistas geopolíticas importantes propiamente tal, sino que envía señales de hay un poderío bélico superior en Estados Unidos que se va a utilizar sin mediación. 

Frente a la ausencia de un marco de política exterior, más allá del imperativo de que Estados Unidos debe liderar el mundo, el ataque a Siria, el bombardeo en Afganistán, y la postura contra Moscú, puede ser un factor ordenador. Sin embargo estos destellos de beligerancia llevada al extremo de bombardear países, no forman un cuerpo de política exterior constructiva, aun combatiendo amenazas como el ISIS. Estados Unidos tiene otro problema que es interno. Se está convulsionando  políticamente. La llegada de Trump al poder, representa el síntoma de un mal mayor, que es la crisis del estado liberal comprendido en la mirada estadounidense.

El gobierno de Trump ha sido la gran oportunidad para el resurgimiento del neoconservadurismo en las estructuras del poder que velan por diseños de nuevo orden mundial con supremacía estadounidense en base a su poderío nuclear. La amenaza nuclear se disipó levemente durante la administración de Obama y ahora estamos a fojas 0. Estados Unidos con su inestabilidad interna exacerba la amenaza nuclear. Corea del Norte, sería el próximo objetivo de esta ola de beligerancia estadounidense y nadie puede asegurar que No va a ser nuclear.

Trump trató a Assad de animal. Sus detractores lo condenaron antes de asumir, hasta tildándolo de bestia bruta. Ahora después de los bombardeos lo veneran. ¿Dónde están los animales a estas alturas? Estados Unidos y el proceso de descomposición ética en su elite política no tienen límite.

Por Juan Francisco Coloane
Analista Internacional

Santiago de Chile, 14 de abril 2017
Crónica Digital

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