Por Manuel Riesco: TIERRA

Chile celebra medio siglo de la Ley de Reforma Agraria pero a juzgar por los medios lo de celebrar es todavía un decir. Sin desmerecer dignos esfuerzos oficiales y de instituciones, organizaciones y personalidades preocupadas por el tema, la connotación pública del aniversario ha pasado casi desapercibida y en la gran prensa han predominado las visiones negativas al respecto.

No obstante que, como dijo la Presidenta Bachelet, se trata de la transformación más importante de Chile en el siglo XX, realizada en el proceso que, precísamente por esa transformación, constituye la auténtica Revolución Chilena. Al igual como sucedió con muchas de las más importantes de los pasados dos siglos, incluida nada menos que la Revolución Francesa, es necesario que transcurran muchas décadas para que las naciones modernas que prohijaron reconozcan como nacieron. En Chile falta todavía su buen trecho aunque por estos años estamos avanzando ligero y hay que apurar más el tranco.
Lo primero es develar y repudiar la feroz revancha tras el golpe de 1973 contra los campesinos que la hicieron posible y reconocer su papel decisivo en el parto de la moderna sociedad chilena, reparar plenamente el daño causado y legislar para proteger la pequeña propiedad campesina. La sociedad chilena todavía no sabe lo que les sucedió ni qué fue de ellos, las humillaciones y sacrificios que sufrieron, cómo en buena medida les quitaron la tierra y el agua conquistadas, cómo han vivido en el temor, crecientemente arrinconados, hasta el día de hoy. Aunque sus nombres conforman más de la mitad de los esculpidos en la piedra del monumento a los detenidos desaparecidos y ejecutados, en el Cementerio General de Santiago.
Peor que eso, vástagos de los viejos latifundistas que a fuerza bruta y por mano ajena recuperaron transitoriamente la hegemonía cuya legitimidad perdieron irreversiblemente hace más de medio siglo, la mantienen todavía en grado considerable gracias a las secuelas del terror que ha sostenido el régimen postdictatorial que hoy se derrumba a ojos vista.
Todavía conforman el núcleo de una elite que no cumple sus obligaciones de tal, super explota a millones de trabajadores y vive principalmente de la renta de los recursos que nos pertenecen a todos que nuevamente se han apropiado casi en su totalidad y sin pagar un peso. Distorsionan y entraban el florecimiento de la sociedad y economía que bullen por surgir de la moderna estructura urbana que es fruto principalmente de la Reforma Agraria.
La remoción de esta tranca marca el carácter del tiempo político que vivimos.
En menos de lo que duraba entonces un período presidencial, la Reforma Agraria expropió todas las tierras cultivables del país, aboliendo para siempre el régimen de inquilinaje que había predominado por siglos en la estructura económica chilena.
Éste era un sistema señorial de los denominados “de pago en trabajo”, puesto que en lo esencial el inquilino se obligaba a retribuir al hacendado un determinado tiempo de trabajo, propio, de su mujer, hijos e hijas, a cambio de las tierras que aquel le asignaba para cultivarlas y pastorearlas para el sustento de su familia. Éstas se complementaban con raciones de pan y otros víveres y, crecientemente a medida que el régimen entró en decadencia, con pequeños aportes en dinero.
La hacienda era autárquica, poco de lo que producía salía al mercado y por lo tanto a agregar valor al producto interno bruto (PIB), también era poco y nada lo que ellos podían comprar, a lo más trocaban unas gallinas por las mercanchiflerías y cochayuyos que traían el Turco en su burro y aún eso para callado, puesto que generalmente sólo podían comprar y vender a través de la pulpería.
Pero lo más grave es tampoco salían los campesinos, atrapados en la vieja forma de vida como una casta servil sumida en la ignorancia, el analfabetismo y la insalubridad, con una esperanza de vida muy reducida. Chile es tan angosto que al escribir esta líneas en Valparaíso se puede ver salir el sol tras el majestuoso monte Aconcagua ubicado en Argentina, pero hasta la reforma agraria buena parte de los campesinos no conocía el mar.
De este modo, la vieja hacienda constituía la principal traba al desarrollo de una moderna fuerza de trabajo urbana y un mercado interno, sin los cuales resulta imposible el desarrollo de la economía capitalista. Si hasta las salitreras tenían que mandar enganchadores que se los llevaban emborrachados y reproducían en las oficinas el régimen de hacienda, pago en fichas de pulpería incluido.
Eso es lo que tenía que morir y murió para siempre con la Reforma Agraria. Realizarla era tan indispensable que ni siquiera a Pinochet, que tenía la cabeza llena de pestilencias conservadoras, ni por un instante se le ocurrió reconstruir el latifundio. Se sabe que violó todas las leyes, pero no se sabe que a su manera de bruto revanchista respetó a la letra las dos principales, la nacionalización del cobre y la reforma agraria..
En este último caso, por lo general se entregó a los antiguos dueños lo que legalmente les correspondía, más o menos un tercio de la superficie expropiada, lo cual automáticamente los convirtió en PYMES. La mayoría sostiene a duras penas esta condición hasta el día de hoy, sacándose la cresta por producir y hacer competitivas sus empresas, acosados por banqueros, grandes compradores, mineras, termoeléctricas y otros monopolios rentistas. Aunque todavía tengan el corazón lleno de odios y resentimientos y la cabeza llena de añoranzas aristocráticas y otras estupideces que les impide asumir su real condición.
Otro tercio de la tierra expropiada o poco más se entregó en propiedad a los campesinos, generalmente a los más apatronados, muchos de quienes la perdieron a poco andar o más tarde, pero otros lograron prosperar y junto con las reservas lograron la extraordinaria revolución capitalista que transformó la agricultura chilena en una bullente industria de exportación.
Ni una hectárea de tierra expropiada se entregó a los campesinos que más la merecían, a quienes dirigieron el alzamiento que hizo posible la gesta de la reforma agraria y todas las grandes transformaciones progresistas de los gobiernos de Frei Montalva y Allende. A muchos cientos los porotearon y asesinaron en los días que siguieron al golpe, echando sus cuerpos acribillados a fosas en el barro y hornos de cal. Les quitaron ilegalmente hasta sus casas y junto a sus familias los echaron a los caminos en los primeros años después del golpe.
Ésta última fue la suerte que corrieron todos los campesinos que residían en las reservas, así como en las tierras de cordilleras que conformaban el restante 40 por ciento de las tierras expropiadas y que en su mayor parte fueron rematados a grandes corporaciones forestales. A todos ellos los echaron de la tierra en una expulsión masiva que el historiador José Bengoa, cuyas investigaciones describen todo esto, estima en varios cientos de miles de personas. Esa expulsión masiva, que en dos o tres años tras el golpe despobló casi por completo los campos de Chile, seguida por la expulsión gradual de campesinos propietarios que se mantiene hasta hoy, fue el segundo gran pujo del parto de la moderna clase obrera urbana de Chile, después de aquel que tuvo lugar cuando los campesinos que a lo largo de cuatro décadas habían sido enganchados al salitre fueron expulsados de vuelta por la Gran Crisis de 1930.
Así nació el Chile moderno. Ese es el significado histórico de la Reforma Agraria que vástagos resentidos de latifundistas y otros pendejos han logrado hasta hoy acallar. La historia de la humanidad ha sido por tres siglos y hasta mediados del pasado, la historia de la expropiación de los campesinos y su expulsión de la tierra, en lo que Marx denominó la acumulación originaria del capital, es decir, la creación de la fuerza de trabajo urbana, razonablemente sana y educada, que constituye la base esencial de la producción capitalista y la sociedad moderna.
Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX nació por primera vez la experiencia humana de urbanización sin expropiación del campesinado. Así sucedió en la estela horrenda de la Segunda Guerra Mundial en Japón, Taiwan, y Corea del Sur. Así está sucediendo actualmente nada menos que en China, al país más poblado de la tierra y aquel de la cultura más rica y antigua de todas. En Chile podemos seguir en parte este segundo camino. En lugar de una modernidad nacida de la revancha de los Hijos de Pinochet, podemos construir una auténtica modernidad del siglo XXI, lograr la urbanización sin expropiación del campesinado.
Porque en Chile quedan todavía campesinos con tierra y no pocos. Los asignatarios de parcelas de la reforma agraria y los pequeños campesinos tradicionales que han logrado mantenerlas, los colonos de Chiloé y Aysén, y los más importantes, las comunidades de pueblos originarios. Son estos últimos los que están señalando el camino para la defensa de la tierra, que nunca ha sido otro que la pelea a muerte. Al mismo tiempo, la legislación de CONADI es la que muestra el camino para proteger la tierra de todos ellos: hay que asegurarles un ingreso monetario y poner condiciones a la venta de la tierra, que sin impedirla fuerce a potenciales compradores a ofrecer alternativas de arriendo de largo plazo a precios justos. Ese es precisamente el camino seguido en Asia y que debemos imitar.
Tal como ha venido sucediendo en años recientes con la figura de Salvador Allende, se resaltará crecientemente la persona de Jacques Chonchol, su Ministro de Agricultura y la última gran figura de esta gesta que permanece con vida, lucidez y salud envidiables quién, por si lo anterior fuera poco, hizo además sus primeras armas en la reforma agraria de Cuba y asesoró las de Mozambique, Angola y Sudáfrica, entre otras. Sin duda hoy el hombre más importante de Chile. Junto a ellos, el papel del campesinado chileno y la Reforma Agraria se elevarán sucesivamente hasta alcanzar la altura que le corresponde en la historia de Chile.

 

Por Manuel Riesco
Santiago de Chile, 10 de Agosto 2017
Crónica Digital

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