Se puede decir que hasta el final, el Negro Jorquera sorprendió con su humor e ironía. La ceremonia fúnebre en la “Parroquia de Nuestra Señora de Las Lanzas”, según definió el sacerdote a cargo del responso, Roberto Guzmán que inicio su oficio con el clásico y sentido tango “Nostagias”, invitando a los presentes en el templo a entonar los versos clásicos de Enrique Cardicamo, con música de Juan Carlos Cobian.
El cura honró asi , con un inusitado inicio, al parroquiano constante del restaurant “Las Lanzas”, sitio tradicional de republicanos españoles y demócratas chilenos, en el costado oeste de la Plaza Ñuñoa, justo al frente de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen.
“Las Lanzas”, como un homenaje simbólico, este domingo 6 de julio, tenía reservada, con ramo de rosas, la mesa de Don Carlos Jorquera, lugar para el recuerdo, con personajes y amigos, de sus innumerables historias, algunas ciertas, otras adornadas, pero todas de una tremenda veracidad y pinceladas de realismo mágico, de la bohemia y de la historia.
Pero no fue lo único que ocurrió en esta singular despedida religiosa de Jorquera. El sacerdote que excusó a los presentes -por razones comprensibles de- seguir estrictamente el ritual habitual, se presentó ante estos inusitados “parroquianos” señalando que era hijo de Roberto Guzmán Santa Cruz, fusilado en el Regimiento Arica de La Serena, el 16 de octubre de 1973, junto a otros 14 prisioneros de guerra, a los cuales se había hecho proceso tras el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y condenados a diversas penas de prisión.
Su padre, de 35 años al momento de su fusilamiento, era abogado, funcionario de la Minera Santa Fé, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y se presentó voluntariamente a la autoridad militar, donde el ex Comandante en Jefe del Ejercito, Emilio Cheyre era teniente, ayudante el comandante local, Ariosto Lapostol, y quién fue procesado como cómplice por el asesinato, perpetrado por la llamada Caravana de la Muerte encabezada por el general Sergio Arellano Stark.
Una ironía de la historia, sin duda. El secretario de Prensa del presidente Salvador Allende, defensor de La Moneda, el 11 de septiembre, prisionero de guerra, en el campo de Concentración de Isla Dawson, siendo despedido por el hijo de una víctima del destacamento de esbirros asesinos de Augusto Pinochet para el exterminio de chilenos.
El Negro habría sonreído. (Dicen que en su féretro mantenía, en realidad, una cierta sonrisa).
La ceremonia religiosa de despedida de Carlos Jorquera Tolosa, siguió su curso. Como un escenario en paralelo. Y en la conjunción de dos vidas hermanadas por el dolor. Un ritual fúnebre cargado de emociones y de significación histórica y humana.
El Negro en un campo de concentración, luego el exilio. El joven Roberto Guzmán al Seminario de los Sagrados Corazones, donde lo envió su padre revolucionario, respetuoso de su vocación más profunda. Por ello, Roberto Guzmán (hijo) habló también de “compañeros”.
Este encontró en el sacerdocio un camino de espiritualidad, pero también de servicio y solidaridad humana. Eligió, como sacerdote diocesano ser misionero en África, permaneciendo 19 años en Mozambique. Hoy vive en la Población La Bandera, entre los pobres, predicando la esperanza. Tambien en busca de respuestas y, quizás, de “compañeros”.
Dos historias, dos caminos, pero el mismo sueño de redención humana, encontraron a Guzmán y a Jorquera, en un recodo singular donde la muerte se encontró con la vida, el recuerdo con la historia.
Pero hubo mucho más en la Parroquia de Nuestra Señora de Las Lanzas, Se escucharon aplausos para el cura y para el Negro. Y eso también le hubiese gustado. Y lo habría atesorado para relatarlo a sus parroquianos y amigos.
La ceremonia religiosa terminó con un Padre Nuestro. Y la sentencia bíblica, “No hay algo más grande que dar la vida por sus amigos” siendo éste el sentido general del acto vivido en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen: vida en una extensión de lo sagrado, siendo también, dijo el sacerdote, “Las Lanzas”, por así decirlo, una extensión de la Iglesia ñuñoína.
“Darle sentido a la vida”, algo en que seguramente está de acuerdo el Negro ( esté donde esté) y que fue además un principio que puso en práctica a lo largo de sus años.
El arquitecto Miguel Lawner, también oficiante de este encuentro, aportó la visión de haber sido compañero de juventud de Carlos Jorquera, ambos bajo el alero de la Universidad de Chile, de la Fech, y de la actividad electoral a favor de la candidatura de Gabriel González Videla, en 1946. Ambos eran entonces militantes de las Juventudes Comunistas de Chile. Y estuvieron juntos contra la represión anticomunista y antipopular que a poco andar desató traidoramente González Videla, subordinándose a las órdenes de Estados Unidos y su “Guerra Fría”.
Ambos, Lawner y Jorquera, siguiendo sendas partidistas diferentes, mantuvieron su vinculo amistoso y , además se encontraron en el apoyo a Salvador Allende, desde su primera candidatura presidencial, en 1952, cuando este organizó, con una facción de su Partido, el PS, el Frente del Pueblo., junto a José Tohá, y Augusto “Perro” Olivares.
El camino político y humano, junto a Allende, mantuvo esas lealtades hasta el triunfo de 1970 de la Unidad Popular, y durante las visicitudes de los mil días de avances democráticos, situaciones criticas y el embate de la CIA, la ITT, la derecha política y empresarial local, y la Casa Blanca (Nixon y Kissinger).
Y en el momento amargo del 11 de septiembre de 1973, ellos se mantuvieron leales al gobierno constitucional, y el ideario representado con dignidad y heroísmo por Salvador Allende y por Augusto Olivares y el resto de los héroes de La Moneda.
Luego, la derrota, la barbarie militar-derechista, la Caravana de la Muerte, los asesinados, los miles de detenidos desaparecidos que hasta hoy piden verdad, justicia y reparación, como el padre del sacerdote oficiante del responso, Roberto Guzmán Santa Cruz, el campo de prisioneros de guerra de Isla Dawson. y el exilio.
Y en el recuerdo de Lawner, que hizo una biografía de Jorquera, a quien definió como un ser humano admirable, cuya “lealtad y consecuencia“ fueron ejemplares “junto a su ingenio y profundo humor”, hay un episodio memorable.
Haciendo el trabajo forzado a que fueron condenados los prisioneros de Dawson, para desmoralizarlos, abrumarlos, estos se dieron cuenta de la existencia de una iglesia en ruinas en Puerto Harris, relativamente cerca del campo de concentración, ubicado en Río Chico, y se propusieron reconstruirla. Un trabajo que les permitiría zafarse un poco del maltrato brutal a que les sometían día y noche.
La idea por cierto sorprendió a los carceleros, que no podían entender que estos “comunistas” quisieran reconstruir una iglesia, pero finalmente optaron por autorizarles, claro, bajo estricta vigilancia con el dedo en el gatillo.
Así sacaron escombros, revisaron postes y techos, que gracias a la generosidad de la madera sureña, se mantenía en condiciones , relató Lawner, hasta que llegaron a la limpieza del piso, para liberarla de la herrumbre , con vidrios que resultaron de la ruptura de ventanas por el paso del tiempo, las lluvias y los vientos huracanados de la zona, Y todo sin guantes, hiriéndose las manos, ateridas por el frío.
Estaban en esa labor fatigosa, y rutinaria, algo así como “cepillando” el piso, con los vidrios, cuando se escucha una voz que entona despacito: “Enceremos, enceremos”, del himno de la Unidad Popular, “Venceremos”. Era la voz de Carlos Jorquera, el Negro, levantando el ánimo con su genial ocurrencia
Tras la sorpresa, todos comenzaron a cantar a coro, cada vez con más fuerza y entusiasmo, “”Enceremos… Enceremos…Enceremos”, como una acción de rebeldía, de resistencia.
“¡Como se iluminó el rostro de los prisioneros y se ensancho su corazón, agradeciendo la ocurrencia genial del Negro!”, recordó Miguel Lawner.
Y los guardias quedaron atónitos , sin entender el espíritu que brotaba de la canción y la confianza en que no todo estaba perdido y que había esperanzas que defender.
Tras el recuerdo emocionado de Miguel Lawner, en el rostro de sus compañeros prisioneros de guerra de Dawson, presentes en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, o “de Las Lanzas”, da casi lo mismo, gracias al Negro, brillaron los sentimientos, el orgullo y el recuerdo.
De los “dawsonianos”, estuvieron presentes en el funeral de Carlos Jorquera, Aníbal Palma, Osvaldo Puccio (hijo), Pedro Felipe Ramírez , y en presentación de sus esposos, ya fallecidos, José Tohá y Colodomiro Almeyda, Moy de Tohá (Victoria Morales) e Irma Cáceres de Almeyda.
Entre otras personalidades del mundo político y de la cultura, estuvieron, los periodistas Manuel Cabieses, y Marcelo Castillo, el ex canciller Gabriel Valdes, el actor, José Secall, el ex Subsecretario de Interior y yerno de Jorquera, Mahmud Aleuy, el ex dirigente del MIR, Andrés Pascal Allende, el ex ministro y ex presidente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade, y el actual presidente del PS, Senador, y ex ministro, Alvaro Elizalde.
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 9 de mayo 2018
Crónica Digital
Aleuy , víbora oportunista!