La jerarquía de la Iglesia católica chilena está experimentando quizás el momento más crítico de su existencia, que pone en evidencia las falencias del ejercicio de lo que denominan su misión profética y evangelizadora, su autoproclamada superioridad y autoridad ética y la pretensión de ser portadora de la “palabra de Dios”, y de ser la normadora de la moral pública y juez de las conductas humanas.
La severa llamada de atención del Papa Francisco, quien fue engañado por la jerarquía chilena durante su visita al país en enero pasado, y lo hizo incluso caer en errores garrafales, en el caso de los abusos sexuales contra menores, de algunos de sus sacerdotes y hasta obispos – escándalos que claman al cielo=, es totalmente justificada, y es una acusación que llama a sanciones ejemplarizadoras a los autores y encubridores de los delitos cometidos.
Pero además desnuda procedimientos, actitudes, conductas, hipocresías diametralmente opuestas de las prédicas de los pastores de la Iglesia, y de los deberes de quienes proclaman la bondad, el amor al prójimo, la santidad como esencia de su labor pastoral y sentido de su rol. La jerarquía ha quedado prisionera en su laberinto.
Que el Papa, determinara que todos los obispos quedan en una condición de “remoción”, es una medida que revela la indignación por la conducta de ellos, y una inexcusable responsabilidad en el ocultamiento de la gravedad de los hechos.
Con toda razón, José Andrés Murillo, uno de los denunciantes de los abusos sexuales del sacerdote Fernando Karadima, señaló a propósito de las medidas adoptadas por Francisco, que en su opinión debía aceptar las renuncias de todos los obispos, porque afirmó “ninguno, durante mucho tiempo, ni siquiera uno, fue capaz de golpear la mesa y decir: ‘Yo me voy a poner del lado de las víctimas de manera irrestricta”. Todos entraron en el juego narcisista del poder que tuviera cada uno, lo que también está en el documento del Papa. Ellos prefirieron su propia reputación, ocultar información, cuidarse ellos mismos, en vez de cuidar a los demás”.
Pero el Sumo Pontifice avanza algo más que la condena a los obispos y sus responsabilidades personales. Y en ello reside el origen y profundidad de la crisis que hoy estremece, como un verdadero terremoto a la propia institución en su conjunto y en toda su estructura.
Y eso no se puede esconder con frases que quieren ser ingeniosas , pero que no alcanzan para ser elusivas, o en el caso extremo del Cardenal Emérito, Francisco Javier Errázuriz, que parece creerse fuera del juicio del Papa y de la sociedad chilena: o que intentaron quitarle dramatismo a la situación: “Creo que antes (la Iglesia) también iba hacia un buen futuro. Ahora va a un mejor futuro” (Cardenal Francisco Javier Errázuriz).“Estamos muy agradecidos de la acogida del Papa. Hemos venido ( a Roma) para seguir caminando como Iglesia y caminando mejor, ciertamente”, (Obispo de Ancud, Juan María Agurto).” Me voy con mucha paz. Va a ser una gracia para la Iglesia”, (Obispo de Illapel, Jorge Vera).
Pero el Papa en el documento, que es un verdadero “Yo acuso” para la Iglesia Católica de Chile, es suficientemente explícito. Y vale la pena repasar algunas de sus ideas, como la “psicología de elite” que como escribió en un comentario Jorge Correa Sutil, tienen sentido en otras áreas de la vida social del país, donde algunos se creen con fuero divino, fuera del juicio público.
Pero vamos a lo que les dijo Francisco a los obispos chilenos en El Vaticano:
“Debemos reconocer que se realizaron diversas acciones para reparar el daño y el sufrimiento ocasionados, pero tenemos que ser conscientes de que el camino seguido no ha servido de mucho. Quizás por querer dar vuelta la página demasiado rápido y no asumir las insondables ramificaciones de este mal, o porque no se tuvo el coraje para afrontar las responsabilidades, las omisiones, y especialmente las dinámicas que han permitido que las heridas se hicieran y se perpetuaran en el tiempo, quizás por no tener el temple para asumir como cuerpo esa realidad en que todos estamos implicados, yo el primero, y que nadie puede eximirse desplazando el problema sobre las espaldas de otros, o porque se pensó que se podía seguir adelante sin reconocer humilde y valientemente que en todo el proceso se habían cometido errores”.
En este último tiempo, la Iglesia chilena, agregó el Pontífice, “concentró en sí la atención y perdió la memoria de su origen y misión, Se ensimismó de tal forma que las consecuencias de todo este proceso tuvieron un precio muy elevado Su pecado se volvió el centro de atención. La dolorosa y vergonzosa constatación de abusos sexuales a menores, de abusos de poder y de conciencia por parte de ministros de la Iglesia, así como la forma en que estas situaciones han sido abordadas, deja en evidencia este cambio de centro eclesial”.
Este urgente abordar y reparar en el corto, mediano y largo plazo este escándalo para restablecer la justicia y la comunión”, agregó, criticando .con dureza el cambio a otras diócesis de sacerdotes castigados por abusos sexuales a menores, en lugares con contacto con menores, la destrucción de documentos que incriminaban a los hechores o que confiaron seminarios a personas homosexuales activas.-
Seguidamente el Papa, se refiere a la psicología de elite o elitismo imperante en la Iglesia católica chilena subrayando que “La psicología de elite o elitista termina generando dinámicas de división, separación, `círculos cerrados´, que desembocan en espiritualidades narcisistas y autoritarias en las que, en lugar de evangelizar, lo importante es sentirse especial, diferente a los demás, dejando así en evidencia que ni Jesucristo ni los otros interesan verdaderamente. Mesianismo, clericalismos, son todos sinónimos de perversión en el ser eclesial”.
Francisco sigue en su diagnóstico y severa advertencia a los obispos chilenos: “Los problemas que hoy se viven dentro de la comunidad eclesial no se solucionan solamente abordando los casos concretos y reduciéndolos a remoción de personas; esto- y lo digo claramente – hay que hacerlo, pero no es suficiente, hay que ir más allá. Sería irresponsable de nuestra parte no ahondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron que estos acontecimientos concretos se sucedieran y perpetuasen”.
”Confesar el pecado es necesario”, enfatizó el Papa, agregando que “buscar remediarlo es urgente, conocer las raíces del mismo es sabiduría para el presente-futuro. Queremos pasar de ser una Iglesia centrada en sí, abatida y desolada por sus pecados .a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado”.
Así, hoy la jerarquía de la Iglesia Católica de Chile enfrenta una de las crisis institucionales, morales mas graves de su historia. Pocos años después de su conducta ejemplar, enfrentando los crímenes de la dictadura de Augusto Pinochet y poniéndose del lado de los que sufrían la muerte, torturas, la persecución, el destierro, una jerarquía conservadora impuso una visión contraria.
Por cierto no basta, como dijo en su primera conferencia de `prensa en Roma el obispo auxiliar de Santiago, Fernando Ramos, hablar de “nuestros graves errores y omisiones”, pidiendo perdón por el daño causado “a las víctimas, al Papa, al Pueblo de Dios y al país”, o por penitencias más o menos formales y reflexiones exculpatorias.
Como explicó en Canal l3 el ex Director Social y portavoz del Hogar de Cristo y actual directivo de América Solidaria, Benito Baranda, , “va a venir un periodo complicado para algunos obispos, porque se va a comenzar de delitos. No son errores, pecados, estos son delitos”.
Por lo mismo, aquí también hay materia y necesidad de responder ante la justicia formal del país y no seguir parapetándose en normas que no corresponden a un estado laico y democrático, como lo señaló. con toda razón, el diputado por La Araucanía, René Saffirio, que presentó un proyecto que elimina privilegios procesales para autoridades eclesiásticas.
Pero hay más. Si de temas de fondo se trata, y de una intención de redención y restablecer la autoridad de la Iglesia, no se trata solo de lamentar, sino de cambios reales en la formación, la conducta y en el control social de la actuación de los sacerdotes y que deban responder de ello ante la justicia del país, sin parapetarse en Derechos Canónicos, en costumbres corporativas, que los ponen más allá del bien o del mal.
Ante la crisis de autoridad y de legitimidad moral de la institución, a lo mejor lo que cabe como camino es volver a la doctrina originaria de ser una Iglesia- que mire a los pobres y desamparados, a los perseguidos y discriminados, a la Iglesia que opte por la justicia, y que viva en las poblaciones, y que no prefiera estar en la mesa de los poderosos y grandes potentados. No bendecir tantos puentes, buques, tanques, sino bibliotecas, comedores, en las poblaciones marginales.
Y por si por ese pecado de “omisión” en algunas esferas eclesiásticas se ha olvidado del camino de la solidaridad con los pobres y los afligidos hay maneras de avanzar en la recuperación de la confianza de los fieles, de encontrar y vivir un camino de redención.
}Hay algunos caminos abiertos en la acción verdaderamente misionera, popular, cristiana del padre Felipe Berrios, jesuita, que vive como sus vecinos, los pobres del Campamento “Luz Divina”, La Chimba, Antofagasta. O acuden y se inspiran en el ejemplo de entereza, valentía y dignidad de Juan Carlos Cruz, José Andrés Murillo, y James Hamilton, que no descansaron en sus denuncias contra el cura Fernando Karadima, que abusó de ellos y contra la complicidad de la jerarquía eclesiástica chilena, y de “fieles” de las más importantes familias oligarcas chilenas, como la del magnate Eliodoro Matte, que encabeza uno de los clanes económicos locales, con la cuarta fortuna nacional y que fue financista y protector de Karadima.
Es cuestión de saber a quién dirigirse o dónde, en busca del ejemplo adecuado, tener la disposición humilde a aprender y olvidarse de la soberbia, la autosuficiencia. Y no olvidar que la Iglesia no es la jerarquía sino el conjunto de los fieles. La palabra, el concepto Iglesia viene del griego “Ekklesia”, que significa “una asamblea” o “una convocatoria”, por lo tanto no es un edificio o una institución o un grupo de jerarcas . Comúnmente se la entiende como una congregación de fieles o al conjunto de clero y pueblo, es decir el conjunto de todos los fieles a una determinada religión.
En tal sentido los fieles de Osorno, con su lucha ejemplar de repudio y por limpiar la diócesis de la presencia del obispo Juan Barros (antes Obispo Castrense de Chile designado en el 2004, que ostentó el grado de General de Brigada del Ejército), ejercieron su calidad de miembros de una Iglesia y dieron un ejemplo al respecto.
Es muy probable, que los miembros de la Iglesia chilena- el conjunto de los fieles-sigan asumiendo un rol protagónico en los temas que les incumben y dando más ejemplos y aportes del valor de la organización y la determinación colectiva, al conjunto de la sociedad.
Por Marcel Garcés Muñoz
Santiago de Chile, 22 de mayo 2018
Crónica Digital