¿QUÉ PASA CON EL JUNTOS PODEMOS?

No hay duda que es el experimento político más exitoso de la izquierda desde 1989. Sin embargo, desde la segunda vuelta de las elecciones presidenciales el Juntos Podemos se encuentra en estado de parálisis. De hecho, no han existido pronunciamientos comunes, como alianza, frente a las diferentes coyunturas.

Al parecer, es un efecto de la inconfesada existencia de dos estrategias de instalación de la izquierda. Un asunto que en la izquierda se maneja con una enorme cautela, pero que en privado se reconoce sin ambages.

Para aprehender los orígenes y carácter de esta situación es imprescindible remitirse a uno de los rasgos distintivos de la emergencia de la transición pactada: la fractura de la izquierda histórica, con la incorporación del PS a la Concertación por la Democracia, y la exclusión del PC del sistema político, como consecuencia del sistema binominal.

De esta forma se establecieron las condiciones para la estabilidad y la reproducción del sistema político–institucional y económico–social impuesto por la dictadura.

A ello se agregaron los efectos telúricos del colapso del socialismo realmente existente en la Unión Soviética y Europa Oriental, y la mutación de una parte de la izquierda al paradigma liberal y neoliberal. En 1990, el Partido Comunista experimentó una violenta crisis, la cual terminó con la deserción de una parte de sus figuras públicas, intelectuales y cuadros dirigentes.

En ese escenario, la política comunista frente al nuevo ciclo histórico del país se orientó a intentar establecer alianzas sociales y políticas que permitieran romper la exclusión y levantar alternativas al neoliberalismo.

EL CUI Y EL MIDA

El primer paso fue el Comité por la Unidad de la Izquierda (CUI) en 1991, que luego se convirtió en el Movimiento de Izquierda Democrático Allendista (MIDA), formado por el PC y otros grupos menores con orígenes en el mirismo y el socialismo, incluyendo la participación del diputado Mario Palestro, que poco antes renunció al Partido Socialista.

La conducción quedó en manos del ex ministro de la Unidad Popular, Pedro Vuskovic, un hombre con un pasado de militancia en el PS y entonces independiente de izquierda.

Su estreno en sociedad fue en las elecciones municipales de junio de 1992, en las cuales conquistó un significativo 6,55 por ciento, con 419.778 votos. Ese resultado hizo pensar en el despegue de una alternativa de izquierda.

Con todo, a ese caudal electoral contribuyó enormemente la inclusión de la candidatura del caudillo de Iquique, Jorge Soria, quien fue electo alcalde en la lista del MIDA, pero luego recompuso sus vínculos con la Concertación y el PPD. En enero pasado, apoyó al candidato de la derecha, Sebastián Piñera, en la segunda vuelta.

La aspiración de constituir una alternativa de la izquierda con respaldo ciudadano fue, entonces, un sueño de escaso alcance. El fallecimiento de Vuskovic canceló el proyecto de levantarlo como candidato presidencial. Así, en las elecciones presidenciales de 1993 el MIDA presentó al sacerdote Eugenio Pizarro, quien fue la carta a la cual el PC apostó en el debate interno de la coalición. En medio de esta controversia, sectores integrantes de la alianza terminaron marginándose, como el Partido Comunista–Acción Proletaria (AP) y un sector mirista denominado «Dirección Nacional Provisoria», hoy extinto.

Pizarro no alcanzó a cinco puntos porcentuales: 4,70% y 327.402 sufragios. Es decir, un retroceso de 1,85 respecto de la contienda electoral anterior.

En una primera aproximación pareció evidente que en ese resultado influyó el perfil del candidato, que no llegó a convencer a la militancia de izquierda y ni siquiera al mundo del cristianismo popular y de izquierda.

De hecho, en las elecciones parlamentarias realizadas en forma paralela, el MIDA –con la lista «Alternativa Democrática de Izquierda»– obtuvo un 6,39%, con un leve descenso de 0,16 puntos respecto de los comicios municipales. Es decir, fue mayor la cantidad de personas que votaron por los candidatos a parlamentarios de la izquierda, que quienes lo hicieron por su abanderado presidencial.

A este menguado resultado contribuyó la emergencia de la candidatura del carismático economista Manfred Max–Neef, que logró seducir a movimientos sociales autónomos, particularmente identificados con el ecologismo; a independientes de izquierda; a buena parte de la fuerza que había logrado acumular el experimento de crear el «Partido de los Trabajadores» (PT) en los dos años anteriores y que había enfrentado una dura crítica de los comunistas; y a la Izquierda Cristiana, que recién ese año dejó de formar parte de la Concertación, luego de su crisis y ruptura en noviembre de 1990, cuando una parte de su dirigencia tomó la decisión de incorporarse al Partido Socialista en el marco de su Congreso de Unidad «Salvador Allende».

Por último, fue clave el respaldo de una fracción del MAPU que mantenía su identidad partidaria, tras resistir el ingreso generalizado de dirigentes y militantes al PS y al PPD.

Max–Neef obtuvo el 5,55 por ciento. Sin embargo, la fuerza que había logrado articular orgánicamente en torno a su candidatura, que fueron conocidos como «Los Mosquitos», se dispersó en corto tiempo y no cristalizó en una fuerza política, entre otras cosas por el desinterés del propio economista. El PT y el sector mapucista dejaron de existir.

Tras estas elecciones, el MIDA se extinguió para siempre. También fenecieron algunas nuevas organizaciones de izquierda que jugaron un papel protagónico en su desarrollo, como la «Fuerza Amplia de Izquierda» (FAI).

Un detalle significativo: la votación conjunta de Pizarro, Max–Neef y el abanderado que presentó el Partido Humanista, Cristián Reitze, llegó al 11,42%. Aquella sería la mayor cifra que obtendrían, desde 1990 hasta ahora, las fuerzas críticas del modelo.

LOS HUMANISTAS

Como se ha señalado, en esta elección apareció un nuevo protagonista en el mundo de la crítica al neoliberalismo: el Partido Humanista. Poco tiempo antes, la colectividad había abandonado la Concertación y su Gobierno.

Los humanistas presentaron la candidatura de Cristián Reitze, quien llegó a un 1,17%, y en las parlamentarias levantaron la lista «La Nueva Izquierda», que marcó un resultado similar: 1,43 por ciento. Fue un pequeño, aunque significativo, avance respecto de sus votaciones anteriores: en 1989 llegaron al 0,77% y en 1992 al 0,82%.

El paso de la colectividad naranja dejó perpleja a la izquierda histórica. Los humanistas se habían constituido como partido en 1984 y al año siguiente suscribieron el «Acuerdo Nacional para una Transición a la Democracia», que fue la primera expresión visible de la estrategia de una salida a la dictadura sin ruptura y con exclusión de la izquierda.

Fue el primer partido opositor que resolvió aceptar la Ley de Partidos Políticos impuesta por la dictadura y en 1987 se constituyó legalmente. No fue extraño que participaran en la formación del Comando del NO para el plebiscito y luego de la Concertación.

También suscribieron el «Programa Alternativo de Gobierno», que fue elaborado por la directiva de la Democracia Cristiana con el propósito de proporcionar sustentación a un gobierno de centro post–dictadura, con la exclusión de socialistas y PPD. Fue conocido como «coalición chica». Aunque el PDC desestimó pronto esa idea, mantuvo su relación privilegiada con los humanistas.

Así, en 1989 y 1992 el PH participó en las elecciones con el respaldo democristiano y logró elegir a Laura Rodríguez como diputada y luego a 16 concejales.

Al instalarse ahora en el espacio de una crítica de izquierda a la Concertación, al PC no escapó que era necesario procurar un entendimiento con los humanistas. Sin embargo, el PH se negó en forma sistemática. Y concurrieron separados en los comicios siguientes.

En las elecciones municipales de 1996, comunistas y humanistas obtuvieron porcentajes conjuntos similares (7,48) a los registrados en las parlamentarias de 1993 (7,82). El PH pareció continuar con su lento crecimiento, llegando al 1,59%, mientras el PC descendía a un 5,89 por ciento.

Para las parlamentarias realizadas el siguiente año, emergió por primera vez en las filas de la Concertación la idea de lograr un acuerdo electoral de tipo instrumental con el PC, que diera representación parlamentaria a la colectividad y posibilitara, al mismo tiempo, doblar a la derecha en una serie de circunscripciones y distritos. Así, conforme a la idea, se obtendría la mayoría necesaria para cambiar el sistema binominal.

Esas propuestas surgieron del mundo PS–PPD. Los comunistas, a través de su secretaria general Gladys Marín, se manifestaron disponibles. Pero, finalmente, no fue posible un acuerdo en torno a la fórmula concreta y la Democracia Cristiana manifestó su rechazo cerrado a cualquier entendimiento con la izquierda.

Las parlamentarias de 1997 marcaron el segundo momento más alto de la votación de la izquierda desde 1990: comunistas y humanistas alcanzaron un 10,4 por ciento. El PC se recuperó de su baja, obteniendo un 7,49%, y el PH llegó al 2,91%. Fueron los mayores porcentajes de adhesión ciudadana logrados en la transición por ambas colectividades, a pesar que no se potenciaron a consecuencia de que se presentaran desde la competencia y no de la unidad.

En la primera vuelta de las presidenciales de 1999, emergió la debacle. Gladys Marín obtuvo un 3,19% como abanderada comunista, mientras que el humanista Tomás Hirsch logró un 0,51%. En conjunto: un 3,7: el resultado más bajo desde 1990.

A continuación, la izquierda experimentó una leve recuperación, pero por debajo de los resultados entre 1992 y 1997. En las municipales de 2000, los humanistas tuvieron un 0,93% y el PC un 4,20%. Y en las parlamentarias del año siguiente, hubo un 5,22 para los comunistas y un 1,13% para el PH. La votación conjunta de ambas colectividades fue 5,13 y 6,35, respectivamente.

Los humanistas eligieron sólo un concejal en el país: Efrén Osorio, en San Bernardo.

NACE EL PODEMOS

Fue simbólico: las conversaciones para construir un espacio de encuentro de la totalidad de la izquierda se iniciaron en el 2003, en el marco de la conmemoración de los 30 años del golpe de Estado y cuando la fatal enfermedad de Gladys Marín se hizo pública.

La alianza de la izquierda se constituyó el 13 de diciembre de 2003, en una reunión en la sede de la FECH, a la cual concurrieron las primeros 22 organizaciones fundadoras.

Aparte de comunistas y humanistas, los únicos partidos con existencia legal, se sumaron la Izquierda Cristiana, el MIR, Identidad Rodriguista, el Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez (MPMR) y el PC–Acción Proletaria (AP). También concurrieron grupos con sus orígenes en el socialismo, como el Partido Alternativa Socialista, o en el troskismo, que se agruparon en el Bloque por el Socialismo. Y grupos sociales, como la Escuela Libre de Los de Abajo y la Corporación Urracas de Emaús.

Fue bautizado «Poder Democrático y Social» (PODEMOS), a propuesta de la Izquierda Cristiana. Asumió como símbolo un remolino, contribución de los humanistas. El lema surgió casi en forma natural: «Juntos Podemos».

Con el paso del tiempo, llegó a estar integrado por más de 50 organizaciones sociales y partidos. Su diversidad era notoria y en su interior coexistían comunistas, humanistas y cristianos de izquierda con movimientos como la Coordinadora de Usuarios de la Salud Pública, Ciclo Árbol Vida, Fuerza Ciudadana, el Cambio Democrático, el Comité de Defensa del Cobre, Generación 80 (G–80), Revolución Democratizadora, el Centro de Desarrollo Social y Cultural (CENDES), Empelotados.cl, el Acuerdo Nacional para la Democracia (ANDES), la Iniciativa por un Frente Amplio (IFA) y Populárikos.

En las elecciones municipales del 2004, se constituyó en el indiscutible triunfador de la jornada. Considerando la votación anterior de los Partidos Comunista y Humanista, fue el único conglomerado que aumentó su caudal electoral.

Logró un 9,17% en la elección de concejales, con un poco más de medio millón de votos. Así, incrementó sus alcaldes de uno a cuatro: La Ligua, Diego de Almagro, Canela y Til Til. Sus concejales crecieron de 25 a 90. En San Antonio, le ganaron a la Alianza por Chile. Y en Pedro Aguirre Cerda, perdieron la alcaldía por dos puntos en relación al candidato oficialista, que además era edil en ejercicio.

Era la tercera votación más significativa que lograba la izquierda desde 1992, pero con la novedad cualitativa que, por primera vez, se obtenía desde un espacio de unidad. Y, además, se ponía fin al descenso que comenzó a experimentarse en 1999.

El porcentaje logrado era similar a los volúmenes electorales del PS y el PPD, un hecho remarcable, pues estas colectividades crecieron en los 17 años anteriores en base a los cuadros directivos y militantes de algunas de las fuerzas que integraban el Podemos.

Todo esto en un cuadro marcado por ausencia de representación parlamentaria, carencia de recursos, e indiferencia de la casi totalidad de los medios de comunicación, la que –obvio– terminó abruptamente al otro día de la elección municipal. En la agenda política y pública, el Juntos Podemos se logró posicionar como un actor dotado de la capacidad de intervenir en el escenario, con una fuerza que ya no podía ser ignorada o soslayada.

El presidente del PH, Efrén Osorio, destacó entonces «la instalación de un nuevo actor en la escena política», agregando que emergía como «una alternativa de gobierno».

La contundencia del resultado también provocó que desde la Concertación emergieran, otra vez, la sugerencia de articular un acuerdo electoral con la izquierda, con la novedad de que la directiva del PDC, presidida por Adolfo Zaldívar, se manifestó conforme.

La fórmula que delineó el oficialismo fue inaceptable para el Podemos, pues implicaba que los candidatos de izquierda que respaldaría la Concertación, los que supuestamente serían electos, debían desafiliarse de sus partidos y postular como independientes en los cupos de la lista del pacto de Gobierno.

Ello provocaría un obvio impacto negativo en los resultados de la lista de la izquierda, pues su electorado terminaría diluido en el caudal de la Concertación.

DEFINICION PRESIDENCIAL

El desafío clave para el Juntos Podemos sería, obviamente, la contienda presidencial del año siguiente. A fines del 2004, habían surgido las siguientes precandidaturas al interior del pacto: Tomás Moulian, independiente respaldado por los comunistas; Tomás Hirsch, por el PH; Manuel Jacques, por la Izquierda Cristiana; y Nicolás García, por el Bloque por el Socialismo.

Un desafío que se presentaba al pacto era su ampliación. A este respecto, en el Informe presentado por el presidente del PC, Guillermo Teillier, al 8º Pleno del Comité Central de la colectividad, en noviembre, proclamó que «estamos abiertos a la participación de todos los que vengan a contribuir a la construcción de este gran movimiento del pueblo, ya sea integrándose al Podemos o formando una alianza con éste».

En este sentido, el tema clave era una relación con la Fuerza Social y Democrática y La SurDa, los que registraban recientes triunfos en las elecciones de la FECH y el Colegio de Profesores. Ambos recelaban de la estrategia de construcción del Juntos Podemos. Y existía un problema adicional: el principal conductor de Fuerza Social, Jorge Pavez, fue marginado del Partido Comunista por su participación en ese proyecto.

Sin embargo, prevaleció la aspiración de unidad y en el Cerro Santa Lucía se constituyó la «Convergencia Antineoliberal», a partir de un compromiso suscrito por las principales fuerzas del Juntos Podemos y por Pavez, proclamado precandidato por la Fuerza Social.

Hasta entonces, todas las decisiones del Juntos Podemos se habían adoptado mediante el consenso. La idea de Fuerza Social de realizar primarias para determinar el candidato presidencial fue desestimada. Se argumentó su «inviabilidad material», imponiéndose la perspectiva de un proceso de construcción de acuerdos para despejar el tema.

La resolución se precipitó en marzo, cuando el PC depuso la precandidatura de Moulian y traspasó su respaldo a Tomás Hirsch, lo que mostraba que la convicción comunista era que la proyección del pacto pasaba por un entendimiento entre sus fuerzas principales, las únicas con existencia legal y que se habían medido en términos electorales. Lo cierto es que la situación se precipitó y la Izquierda Cristiana también transfirió, prontamente, su apoyo a la carta de los humanistas.

A la larga, todo el pacto Juntos Podemos, que ahora pasó a ser «Juntos Podemos Más», terminó confirmando la determinación… El método empleado dejó heridas, pero fueron rápidamente cauterizadas a partir de la ratificación del compromiso de todas sus fuerzas integrantes con la coalición y de la certidumbre de que era necesario preservar el grado de unidad alcanzado.

Por lo demás, la experiencia vivida en las elecciones municipales había mostrado que la existencia del pacto había permitido el crecimiento de todos sus miembros y que era, por tanto, el mejor instrumento para su desarrollo. Esa percepción inhibió toda tentación de desertar y retomar la vía del «camino propio».

No ocurrió lo mismo con Fuerza Social, que cuestionó públicamente la forma en la cual se adoptó aquella definición. No continuaron con la postulación de Jorge Pavez, pero no respaldaron a Hirsch y desahuciaron la «Convergencia». Un tiempo más tarde, formaron el «Movimiento por una Nueva Mayoría», con La SurDa, el colectivo Oveja Negra y la Asamblea Democrática, recién formada organización que encabezaba Gonzalo Rovira, una figura emblemática de las Juventudes Comunistas en los 80 y que había derivado a la Concertación luego de la crisis del partido de la hoz y el martillo en 1990.

Rovira terminó presentándose como candidato a senador en Santiago Poniente a través de la lista del Juntos Podemos Más, lo cual contribuyó a impedir una prolongación de la controversia con Pavez durante el desarrollo de la campaña.

Después que las candidaturas se formalizaron en el Servicio Electoral, fue objetada la postulación mapuche de Aucán Huilcamán. Hirsch quedó como el único abanderado presidencial con un perfil alternativo a la Concertación y la Alianza por Chile.

EN LA CAMPAÑA

La participación de Hirsch en el primer foro en la televisión entre los cuatro candidatos a la Presidencia, realizado en octubre por el Canal 13 y CNN, terminó despejando todos los escepticismos. El balance fue unánime: el triunfador fue el representante del Juntos Podemos Más… Lo constataron los estudios de opinión pública realizados por Feedback y CERC; lo confirmaron las opiniones que llegaron desde la Concertación y la Alianza por Chile; y fue el reiterado comentario en las conversaciones de millones de chilenos, de todas las posiciones políticas, quienes manifestaban su simpatía por el abanderado de la izquierda y por sus asertivos planteamientos.

Y los medios de comunicación, que hasta entonces desestimaban a Hirsch, reflejaron el acontecimiento. «Nace una estrella», comentó «El Mercurio». Comenzó a ser objeto de innumerables entrevistas y reportajes, y sus opiniones sobre temas de coyuntura eran consideradas y reproducidas. «La Tercera» consignó que la derecha llegó a calcular que era necesario «levantar» al candidato, por la factibilidad que colonizara a una parte del electorado concertacionista y contribuyera a precipitar una eventual segunda vuelta.

En los análisis realizados al interior de la izquierda luego de las elecciones, por ejemplo en una reunión ampliada de la Comisión Política de la Izquierda Cristiana, hubo quienes opinaron que Hirsch fue meramente un fenómeno mediático, «inflado» por la derecha. A ese respecto, los hechos muestran que su posicionamiento medial –así como la supuesta operación de la Alianza por Chile en torno a su figura– fueron efectos de un fenómeno previo: su incuestionablemente exitoso desempeño en el foro de octubre, percibido en el país en forma inequívoca y consensual.

Sin duda, era el candidato presidencial más potente que la izquierda presentaba desde el propio Salvador Allende en 1970: consistente, lúdico, dotado de empatía, con capacidad polémica, capaz de reconvertir las críticas al neoliberalismo en mensajes a la escala del sentido común, con una radicalidad amable y amigable.

Desde entonces, la campaña del Juntos Podemos Más experimentó un salto adelante y crecieron las fuerzas movilizadas en torno a su desarrollo. Hirsch comenzó a hablar de la viabilidad de llegar a los dos dígitos.

Sin embargo, en forma paralela ocurrió otro acontecimiento, el cual sería determinante para el resultado de la elección: la existencia de dos candidaturas en la derecha, Joaquín Lavín y Sebastián Piñera, lejos de desgastarlos en la disputa, terminó potenciándolos. Las encuestas divulgadas desde octubre fueron la primera señal de este fenómeno. En particular, el empresario abanderado de Renovación Nacional parecía tener la capacidad de apropiarse de parte del nicho electoral del PDC.

En tanto, descendía la popularidad de la candidata oficialista, Michelle Bachelet, cuya campaña se había orientado con un irresponsable optimismo, basados en la premisa de «blindarla» y confiados en que la batalla estaba ganada por la sola táctica de preservar la popularidad ciudadana con la que la ex ministra de Salud y Defensa inicialmente había posicionado su postulación.

Desde la Concertación se hizo cada vez más evidente la preocupación por el curso que adquirían los acontecimientos y se formularon ácidos cuestionamientos a la conducción de la campaña oficialista.
Se instaló la certidumbre de la segunda vuelta y el fantasma de un triunfo de la derecha.

Aunque en una oportunidad Hirsch afirmó que la conducta del Juntos Podemos Más en el evento debería ser decidida por el pacto, sus opiniones sobre el asunto crecientemente comenzaron a indicar que el camino era anular, lo que era compartido por el PH.

El Partido Comunista y la Izquierda Cristiana advirtieron, en el debate interno del pacto, que era incompatible sostener, al mismo tiempo, una aspiración de los dos dígitos y el llamado a anular, pues un amplio sector de sus potenciales adherentes prefería optar por Bachelet –más allá de su descontento con la Concertación–, antes que permitir que la derecha obtuviera un triunfo.

La invitación a votar nulo, por tanto, los alejaba de optar por Hirsch en primera vuelta. El fantasma del retorno de la derecha a La Moneda, sustento del «voto útil» en un sector significativo del electorado de izquierda o progresista, aún estaba vigente.

QUIEBRE EN EL PISO DOS

Los temores se confirmaron la noche del 11 diciembre de 2005. Tomás Hirsch obtuvo el 5,40%, con 372.609 votos. Era una cifra superior a la registrada en 1999, cuando Gladys Marín y el mismo Hirsch lograron, sumados, un 3,7 por ciento, con 261.459 adhesiones. Incluso era mayor, si la comparación se hacía considerando también el respaldo de Sara Larraín, con lo que se llegaba al 4,14 y los 292.778 votos –aunque ahora la ecologista en esta ocasión se sumó desde el comienzo a Michelle Bachelet.

Sin embargo, ese 5,40% estaba muy lejos de los dos dígitos que había anticipado Hirsch y era menor que los resultados conquistados por las fuerzas opuestas al neoliberalismo y la Concertación en las presidenciales de 1993. De hecho, la sola votación de Max–Neef fue un 5,5 por ciento: es decir, mayor a la lograda por Hirsch.

Más aún, en la elección parlamentaria el Juntos Podemos Más recibió mayor adhesión: un 7,40%, con un leve descenso de 1,77 puntos respecto de los comicios municipales. Y en términos partidarios, el PC logró 5,14% –aumentando 0,26 puntos– y los humanistas un 1,55, con una disminución de 0,4.

El escenario se hizo complejo al constatarse que habría segunda vuelta y que Bachelet obtenía un 45,95%, frente al 48,63% de la votación conjunta de la Alianza por Chile, en circunstancias que Joaquín Lavín se apresuró en confirmar su apoyo a Piñera. Es decir, la derecha superaba en 2,68 puntos a la Concertación, logrando por primera vez mejor resultado que el oficialismo.

Ese domingo 11 reventó la fatal crisis al interior del Juntos Podemos Más.

A lo largo de todo el día, los directivos del pacto discutieron la posición que adoptarían frente a la inminencia de una segunda vuelta, en un escenario en el que su decisión sería determinante. No hubo acuerdo. Los humanistas insistieron en un inmediato llamado al voto nulo, frente a la oposición de comunistas y cristianos de izquierda.

Se hizo de noche y el secretario general del PC, Lautaro Carmona, partió a participar en un programa de Canal 13. Era el principal representante de la colectividad, puesto que el presidente, Guillermo Teillier, estaba en Lota por su candidatura a diputado en la zona. En ese momento, Tomás Hirsch notificó que haría pública su decisión por el voto nulo.

Durante la media hora previa, el segundo piso del Hotel Fundador, donde se encontraba funcionando el Comando, se repletó de decenas de militantes humanistas, que pudieron ingresar sin estar acreditados.

Hirsch llegó al segundo piso en medio de la expectación periodística y de la aclamación de aquellos correligionarios, que gritaban que anular era el «voto popular» y reclamaban al PC: «entiende la dignidad de Allende». El candidato llamó a votar nulo, rodeado por «Los de Abajo» y por el secretario general del PC (AP), Eduardo Artés; el presidente del PH, Efrén Osorio; el secretario general del MIR, Demetrio Hernández; y el vocero del MPMR, César Quiroz, quien había tenido casi nula participación en la campaña.

El fundamento: Piñera y Bachelet eran igualmente expresiones del neoliberalismo.
Este paso de Hirsch y los humanistas molestó, como era obvio, a comunistas e Izquierda Cristiana, porque el pacto Juntos Podemos Más quedaba, prematura y públicamente, sin postura única frente a la segunda vuelta. Su percepción inmediata: se clausuraron todas las perspectivas de construirse como una fuerza con creciente influencia en la sociedad, entroncada con el sentido común, por la imagen del candidato con los sectores del pacto con menor arraigo y más radicalizados en su discurso.

Sin embargo, este descontento en el terreno de la racionalidad política se transformó en indignación abierta frente a la «puesta en escena» de este llamado a votar nulo. Se habló de una «máquina» y se comentó que se habían fracturado las lealtades.

En particular, se deploró que el candidato, que debía representar a todo el pacto, hubiera encabezado la operación y se afirmó que había quedado cancelada la permanencia de su liderazgo respecto de todo el Podemos.

EL VOTO NULO

Aquella noche, el PC manifestó su desacuerdo con el llamado a votar nulo. Pronto, con el respaldo de la Izquierda Cristiana y otros sectores del Juntos Podemos, expresaron su posición: apoyarían a Michelle Bachelet en caso que aceptara cinco puntos. El principal: la reforma del sistema binominal. Y al mismo tiempo, intentaron quitar «dramatismo» al cuadro de divergencias en el pacto.

No obstante, continuaron desencadenándose hechos que contaminaron los ánimos. Uno de ellos fue una conferencia de prensa, efectuada el 3 de enero en la sede del Comando durante la campaña, en Brasil Nº 23. Fue encabezada por Hirsch, con la concurrencia de directivos de las organizaciones del Juntos Podamos que coincidían en el voto nulo.

En esta ocasión, el ex candidato presidencial fustigó a los «payasos» que se enfrentaban por el sillón presidencial y dio a conocer el comienzo de una campaña activa por el voto nulo. No fue todo. Sostuvo que «efectivamente, aquí no están todas las organizaciones. Pero de las 60 que componen el Juntos Podemos, sólo dos no están presentes», en obvia referencia al PC y la Izquierda Cristiana. Concluyó: «Entonces podemos decir que votar nulo es la posición del pacto».

Aquellas palabras encendieron la indignación en comunistas y cristianos de izquierda… Estimaban que era falso que fueran las únicas fuerzas del pacto que no coincidían con el llamado a anular. Y consideraban que, aunque así hubiera sido, eran las que lograron el mayor respaldo ciudadano en las elecciones. Lo más irritante: que en lugar de reconocer la existencia de un disenso, se sostuviera que el voto nulo era «la posición del pacto».

En la conferencia de prensa se hicieron otras afirmaciones que agudizaron las tensiones. Eduardo Artés aseguró que en las bases del pacto existía una postura clara por el voto nulo, por lo que «no hay quiebre». El problema era sólo con «ciertos dirigentes que han tomado decisiones sin considerar lo que pasa en los comunales».

Efrén Osorio señaló, en tono severo, que ciertos candidatos a parlamentarios del pacto, «no necesariamente son representativos del Podemos», como era el caso del economista Manuel Riesco, que publicó una reflexión en el diario electrónico «El Mostrador» en la cual cuestionaba la política del voto nulo. El timonel del PH sostuvo que «no participó en la construcción del Juntos Podemos (…) no representa a ningún partido político ni organización del pacto». ¿Y estos hechos lo inhabilitaban para manifestar sus puntos de vista? ¿Sólo tienen derecho a opinar los fundadores del pacto y los representantes de sus organizaciones integrantes?

Por su parte, Jorge Pavez y los sectores que se agruparon en torno al «Movimiento por una Nueva Mayoría» llamaron en forma inmediata a votar por Bachelet, con un nuevo grupo denominado «Nueva Izquierda», encabezado por Manuel Guerrero.

Al final, la candidata de la Concertación manifestó su conformidad con los cinco puntos propuestos por el PC, la Izquierda Cristiana y otras fuerzas de izquierda. En la segunda vuelta, Bachelet derrotó a Piñera con un contundente respaldo: 53,49%.

Los votos nulos en la segunda vuelta llegaron a 154.329 con un 2,16%, mientras que en la primera llegaron a 179.112 con un 2,50%. Es decir, 24.783 personas menos.

Además, la cantidad de votos nulos en el balotaje fue inferior al promedio histórico. En las elecciones presidenciales de 1989, 1993 y las dos vueltas de 1999 y 2000, los votos nulos tuvieron, en promedio, un 2,93%.

Esto, considerando que se incluyen los
primeros comicios post–dictadura (cuando comunistas y humanistas apoyaron a Patricio Aylwin).

En la elección presidencial de 1993, los nulos llegaron a un 3,67%. En esa coyuntura no hubo ninguna convocatoria nacional a anular el voto.

Es decir, el llamado a votar nulo tuvo nula acogida en el electorado del Juntos Podemos Más e incluso entre los mismos adherentes del Partido Humanista.
Un detalle pintoresco: en primera vuelta, Hirsch logró 18 votos en la Antártica y fue el candidato más votado. En la segunda, sólo hubo dos votos nulos.

Tras sufragar, el ex candidato presidencial afirmó que en el pacto de izquierda «estamos muy unidos y vamos a seguir trabajando juntos. Hay larga vida para el Podemos».

IRRUMPE LA CRISIS

Fue sorprendente que el Partido Humanista no hiciera público ningún análisis respecto de los resultados de las presidenciales. Menos aún hubo un balance autocrítico en torno a la

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SEGUNDA VUELTA ELECTORAL EN LA UNIVERSIDAD DE CHILE

Lun May 15 , 2006
El motivo es hoy de la mayor importancia ya que la casa de Bello logró reponer el carácter nacional y público que debe caracterizar a la enseñanza superior y que nunca ha de perder. En sintonía con este logro, está también el hacer de la Universidad un efectivo estándar de referencia en calidad y propuestas que necesita el sistema universitario chileno para un eficiente y justo servicio al país. El avance que ha logrado la Universidad de Chile en los últimos años ha sido importante: La institución ha alcanzado niveles de participación junto con la modernización en muchas de sus áreas. Destacando la atención a las necesidades de los estudiantes y funcionarios, practicando una política de puertas abiertas para analizar colectivamente los problemas institucionales. En forma notable se han verificado programas de modernización de bibliotecas y de mejoramiento de los servicios computacionales, sin descuidar la inversión en infraestructura y el desarrollo académico, potenciando el postgrado y la investigación científica. La Universidad de Chile, sin embargo, enfrenta dos desafíos que afectarán notablemente su desarrollo en los próximos cuatro años, determinando las bases de lo que se denomina como nueva Universidad que se consolidará a partir del año 2006. El primero, tiene que ver con la instauración de la nueva institucionalidad. El segundo, se relaciona con los cambios en las políticas públicas en materias académicas y de financiamiento. La complejidad que representa este delicado proceso, hace que la institución mantenga una gran estabilidad en la gestión y el liderazgo. Por estos motivos y otros no menos importantes el profesor Riveros debe triunfar en la segunda vuelta. Para un correcto discernimiento, hoy, la comunidad académica ha de preguntarse si en este nuevo escenario electoral es bueno para la Universidad que triunfe lo que representa el profesor Víctor Pérez. No ponemos en cuestión sus obvias capacidades, más bien son preocupantes –como se comenta en los pasillos de la Casa Central- sus nexos o contactos con una organización religiosa cuya opción es el secretismo, el conservadurismo extremo y la intolerancia. Eso es lo que representan, en líneas gruesas, los Legionarios de Cristo dentro y fuera de la Iglesia Católica. En este contexto y a la luz de variados antecedentes, grande es entonces la responsabilidad al momento de votar y de elegir a quién seguirá por la senda de defender y consolidar eficientemente la educación superior pública. Y en este aspecto específico, todo indica que es Luis Riveros la persona indicada –por su talento, experiencia y pluralismo- para continuar y asegurar este nuevo tiempo de la creación e innovación que ha de tener y necesita por el bien de todos la Universidad de Chile. Por: Jaime Escobar M. El autor es Editor de la revista “Reflexión y Liberación” y miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital. , 0, 722, 3

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