Nuestros hallazgos, escribió el profesor Metin Basoglu, del Real Colegio de la Universidad de Londres, muestran similitud en cuanto a efectos mentales adversos duraderos entre tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes.
El científico mencionó entre estos «el uso de capuchas, privar temporalmente de la vista, la desnudez forzada, o el aislamiento», practicas utiliazadas por Estados Unidos contra prisioneros en Guantánamo y otras cárceles secretas de la CIA.
No existen diferencias respecto a las consecuencias traumáticas a largo plazo entre las torturas físicas y agresivas técnicas de interrogación, o acciones como privación de necesidades básicas a detenidos, exposición a condiciones ambientales extremas, o sometimiento a posturas forzadas, enfatiza Basoglu,
Las manipulaciones psicológicas para causar miedo, ansiedad y sentimientos de humillación e indefensión en el detenido, satisfacen los criterios de «sufrimiento mental severo» que es central en la definición de tortura en las convenciones internacionales, sostiene.
Hace poco, tras numerosas críticas acerca de esas prácticas sobre los prisioneros de la base militar estadounidense de Guantánamo, recuerda el autor, el Departamento de Justicia apoyó una definición de tortura que deja fuera a los actos que no causen dolor físico severo.
Pero esa distinción entre tortura y otros tratos degradantes, comenta en la propia revista el doctor Steven Miles, profesor de la Universidad de Minnesota, no solo carece de sentido, sino que es peligrosa además.
A lo erróneo de los daños psíquicos inflingidos, agrega, se añade el hecho de que la mayoría de los prisioneros objetos de abuso, incluidos los actuales de la presente «guerra contra el terrorismo», son inocentes o ignorantes de las actividades de que se les acusa.
Además, sostiene Miles, los soldados que ejecutan semejantes atrocidades son víctimas ellos mismos de un riesgo incrementado de manifestar desordenes mentales por estrés post-traumático.
Los resultados obtenidos en nuestro estudio, concluyó Basoglu, apuntan a la necesidad de establecer una nueva definición de tortura basada en formulaciones científicas, y no en distinciones vagas que pueden conducir a debates sin fin y, sobre todo, a abusos potenciales.
El profesional utilizó en su trabajo numerosas entrevistas realizadas a 279 sobrevivientes de torturas de las Repúblicas de Serbia, Bosnia-Herzegovina, y Croacia.
Washington, 6 de marzo 2007
Prensa Latina , 0, 40, 10