Los criminales actuaron sobre seguro, con absoluta desproporción de los medios empleados, sin dar a la víctima ninguna posibilidad de defensa, acuchillando, baleando por la espalda, abandonando en despoblado.
Si agregamos los detalles sórdidos de la muerte del carpintero Alegría, elegido al azar por los desalmados para fabricar una coartada, cuyas imágenes desangrado con las muñecas cortadas, forzadamente ebrio hasta el estado de coma luego de escribir bajo hipnosis una confesión, ahora, cuando todavía restan aristas procesales, parece que nos hemos insensibilizado al salir a la luz tantos hechos impactantes como los que nos han sorprendido en los últimos 17 años, por lo que debemos detenernos a pensar que lo sucedido no puede diluirse en las nieblas de la memoria, porque si así sucediera, muy pronto ya nadie sabrá del caso Tucapel, que será una anécdota de una época oscura.
Por no tratarse de un homicidio más, parece grave el olvido sin dejar una enseñanza. No basta con una romería y un homenaje. Es necesario recordar lo sucedido, el extremo al que llevó la garantizada impunidad a los malhechores, porque crímenes ocurren todos los días y, no obstante siempre ser repudiables, éste es diferente, porque el homicidio de Tucapel Jiménez Alfaro resulta señero. La motivación, la ejecución cruel y fría, la calidad de la víctima, la investigación demorada judicialmente por años para asegurar impunidad, deben mantenerse presentes en la memoria de Chile en todos sus detalles con el objeto didáctico de que actos tan crueles, que sólo pueden tener lugar concebidos, instigados y ejecutados por mentes enfermas, amparadas en una distorsión del ejercicio del poder absoluto, no pueden volver a suceder.
Tener presente los hechos que terminaron la vida del sindicalista con el objeto de redoblar incansablemente la lucha por los derechos de todos y el respeto mutuo, es el mejor homenaje que podemos rendir a su memoria. Debemos hacer que, al menos, su muerte no haya sido en vano y asegurarnos que nuestra sociedad está de verdad en vías de mejoría, en la esperanza de dejar atrás para siempre el abuso, la locura y el descontrol.
Por Leonardo Aravena Arredondo
Profesor de Derecho, Universidad Central de Chile. Coordinador de Justicia Internacional y CPI AMNISTÍA INTERNACIONAL – CHILE.
Santiago de Chile, 2 de mayo 2007
Crónica Digital
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