«A las 11:55 horas comienzan a pasar los aviones Hawker- Hunter de la Fuerza Aérea. Desde el interior sentíamos como se acercaban, luego un agudo ruido que parecía un silbido, después de breves segundos una intensa explosión. Los aviones los oíamos viniendo desde el sur, seguían la trayectoria de la avenida Bulnes, pasaban sobre La Moneda y se alejaban en dirección a la estación Mapocho, situada al norte de la ciudad»
Así comienza la descripción del bombardeo a La Moneda el 11 de septiembre de 1973, en el libro del Dr. Óscar Soto: «El último día de Salvador Allende», texto de obligada consulta que no se lee sin profunda conmoción.
En él descubro que cerca de las 11.20 de esa misma mañana, la aviación ha bombardeado la residencia presidencial de Tomas Moro, es decir, el mayor poder de fuego de un ejército, dispuesto para matar las ideas.
¿Por qué tanta brutalidad contra hombres y mujeres cuyas armas eran las ideas?
Ni La Moneda, ni la casa presidencial de Tomas Moro 200 eran objetivos militares, ni habían allí invasores extranjeros, habían sí, hombres de honor, patriotas entregados a la difícil tarea de hacer de Chile una nación próspera y feliz, a partir de devolverle a ese pueblo el derecho a ser dueño colectivo de sus riquezas naturales, a otorgarles a todos el derecho a los servicios de salud, de educación, de empleo, a ser más libres y más plenos.
Me detengo en la casa de Tomas Moro 200, que hoy es declarado Monumento y que deseo y confió que el estado lo preserve como testimonio histórico de Chile, como el lugar donde se estableció un punto de viraje en la historia. De allí salió a librar su último combate el presidente constitucional Salvador Allende, que representando a su pueblo, a la Unidad Popular, al defender en desigual combate la integridad física, defendía también los más altos valores de la especie humana: la dignidad, la libertad, la verdadera democracia.
Crisol de ideas, de meditaciones, lugar de encuentros fraternos y solidarios, recinto símbolo de la familiaridad, abrigo de amigos y lugar para el reposo necesario; esa casa debe ser venerada por los revolucionarios chilenos.
Como un tributo al honor y al mérito, aprecio la iniciativa y justo reclamo del nieto del extinto General Carlos Prats al logro de otorgarle valor monumental a la casa presidencial. Tributo al general que sirvió con lealtad, de su condición y rango, al presidente Salvador Allende, a su gobierno y representó los mejores valores de las Fuerzas Armadas. Bastaría para apreciar la altura moral del General Prats, con solo leer la carta enviada por Allende a este y hecha pública en «El Siglo» con fecha 26 de agosto de 1973.
El reconocimiento dado por la Ley de Monumentos Nacionales es tributo que se suma también al natural reclamo de familiares de Allende para recuperar valores patrimoniales que estuvieron en Tomas Moro 200 y que fueron saqueados por oportunistas, que unieron al crimen de bombardear instituciones civiles, la vulgar conducta de ladrones.
La historia merece respeto y ser contada siempre con la verdad como premisa.
Cuando por el mundo se levanta el monumental homenaje al centenario de Salvador Allende, indisoluble estará el homenaje a los que junto a el trabajaron, lucharon y murieron por un Chile mejor.
La memoria grafica, la sensibilidad y la buena voluntad de lo mejor del pueblo chileno, sabrá preservar para siempre la huella de la historia.
Por José A. Buergo Rodríguez.
Santiago de Chile, 1 de agosto 2007
Crónica Digital
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