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‘Por cierto, él y otros periodistas como Luís Alberto Mansilla, Mario Gómez López y José Miguel Varas, por mencionar algunos, escriben en un subgénero que tiene particularidades respecto de otros tipos de columnas, que personalmente también leo, como las de Cordua, Palet, Solimano, Marcel, Guerrero, Ramis y otros que, al no ser siempre periodistas, no tienen esa fluidez del “oficio”. Lo normal es que en los medios se los diferencie por el encabezado, y leer a los primeros es una buena forma de aprender.

De una columna de Don “Gato” Gamboa le hurto la idea de “enfrentar el oficio”, como un ejercicio cotidiano en los medios y un problema que me parece no es sólo de los periodistas.

Hace poco Hillary Clinton anuncio al mundo que seria candidata a la presidencia de los Estados Unidos. Pero lo original fue que lo hizo a través de su página Web; es decir, mostró la imagen que ella quería, con los contenidos que escogió, sin dejar estas y otras definiciones a los medios de comunicación que debieron contentarse con escoger del material que Hillary les entregó.

Otro tanto ha hecho al lanzar, por medio de un video en la Web, la consulta a sus adherentes para escoger la canción de su campaña. Sin duda que los medios de comunicación ya no regulan todo lo que nos llega, pero la lucha por el control nos afecta a todos.

Sobre la relación que tienen los ciudadanos, los intelectuales, y el poder se ha escrito mucho en los últimos años, y es parte del libro de Carlos Ossandón sobre el desarrollo de nuestros medios de comunicación en el siglo XIX (El crepúsculo de los sabios y la irrupción de los publicistas, Editorial LOM, 1998).
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Para un primitivo o un campesino del mundo oral la imaginación de un “más allᔠde su espacio natal era imposible, porque ni siquiera tenía el presentimiento del “fuera”; el horizonte espacio temporal era culturalmente infranqueable. Desde hace algunos cientos de años la imaginación “más allᔠde ese horizonte es posible para un importante sector de la humanidad.

Sin embargo, la rica y compleja relación que hoy tenemos con el mundo nos lleva a una apariencia de revés. Pareciera que, por medio de la comunicación de masas, gracias a esa imagen simultánea que nos da la sensación de penetrar en lo profundo de la intimidad, todos los horizontes han sido franqueados y de antemano nos confrontamos con todos los “fueras”.

Me parece de mucho sentido común la afirmación del cineasta Peter Grenewey, cuando señala que es “un error creer que el texto, de por sí, es específico y la imagen amorfa […] al igual que has sido entrenado para leer debes serlo para mirar”, pues cuando aprendemos a hacerlo se desnudan las falsas apariencias. Debemos reconocer el necesario aprendizaje del sujeto moderno a «ver», ratificado por la experiencia de aquellas sociedades que ya han pasado el éxtasis inicial.

Cada día tiende a ser más natural asumir que en realidad esto es sólo apariencia, pues esos horizontes nunca son todos, ni son exactamente los que se nos mostraron; sino que sólo son aquellos que pudieron o quisieron mostrarnos, en los marcos de creencias y deseos determinados, de una intencionalidad solapada, pero ni más ni menos que la misma que, como fenómeno general, ha persistido siempre en todo acto comunicativo.

En otras palabras, en este aspecto la “pornografía microscópica del universo” con que se nos distorsiona la realidad, que denunciara J. Baudrillard, no es muy diferente a todas las otras formas de distorsión en que esto ha ocurrido antes, y el mismo desarrollo de los individuos de las sociedades en que se gesta actualmente este cambio va haciendo evidente el falso desnudo que se nos muestra.

Si bien es cierto que antes la comunicación masiva era alienación, hoy no sólo es mero éxtasis frente a la realidad percibida y comunicada, también lo es frente a la “otra realidad”, a la de segundo grado, la no mostrada, la que se deduce a partir de la relativización del contenido y del “medio”.

En caso contrario debiéramos creerle a lo que nos dicen los medios de comunicación respecto a realidades que evidentemente reconocemos como distorsionadas por éstos, pero que son crecientemente registradas como tales por individuos cada día más críticos y conscientes de sus propios estados intencionales, y que presumen los deseos y creencias de quienes emiten los textos comunicacionales.

Deseos y creencias que finalmente actúan como articuladores de los pensamientos y, a su vez, de los mensajes en los que se transmite la información.
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Las novísimas tecnologías de los medios de comunicación abren la posibilidad de erigir relatos en los marcos de un nuevo orden mucho más rico, ágil y complejo, multimedial, tal vez más de acuerdo a como hoy percibimos la realidad. A estos, entonces, les debemos reconocer su natural intencionalidad.

Se constituyen en los marcos de una relación crítica con la realidad, de los medios con que la percibimos, y de aquéllos con que transmitimos nuestro particular orden de esta, de la revalorización de la imagen, la simultaneidad cinematográfica, el collage, la objetividad del observador y de todos los nuevos medios con que construimos, intermediamos, y recibimos estos mensajes. Estas circunstancias del relato caracterizan el nuevo rol de los medios de comunicación de masas.

El dominio político-económico sobre la información marca decisivamente el sentido y posibilidades de ésta. Sin embargo, la complejidad del fenómeno comunicativo, las expectativas que alimenta y las múltiples distorsiones que genera la desigualdad de acceso a los medios de comunicación, hacen evidente el costo social e ilegitimidad de esta circunstancia actual. Un dato aparte es la real efectividad con que se puede influir, en un determinado sentido, en las creencias y deseos de los individuos en los marcos del rico y heterogéneo entramado de la organización social en las diversas sociedades contemporáneas.

Un análisis cuidadoso nos permite reconocer la distorsión intencionada de la realidad a que se nos somete, más aún cuando permanentemente se está cuestionando a los medios de comunicación mismos, en un proceso en que el acelerado cambio tecnológico y la mayor democracia política y económica juegan a favor de la duda, y lo inconcluso en la información entregada.

Se trata de un orden comunicativo que siempre esta marcado por la desigualdad de acceso a los secretos del orden mismo, de las intencionalidades de los poseedores de los medios de comunicación.
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Vivimos en un mundo que habita en el vértigo de los cambios, de la rapidez de la imagen visual, de la creciente consciencia de los actores, de su individualidad y de los derechos colectivos de éstos.

Una sociedad libre requiere que el individuo pueda hacerse consciente de sí mismo, lograr su independencia en los marcos de la esfera pública, la de la opinión pública, la de la libre discusión, no estorbada hoy ya por ideologías religiosas, dogmas, prejuicios, o supersticiones. Entonces, también es una característica de una sociedad con mayores conocimientos la relativización del medio mismo de comunicación, tal como en la Alta Edad Media ocurriera con quienes interpretaban los textos sin puntuación, hoy cuestionamos al medio que nos transmite la información.

Debemos asumir que la masificación del acceso a los medios no implica que nuestras sociedades sean más transparentes, o más conscientes de sí mismas, sino sólo que funcionan como unas comunidades más complejas, con individuos que al contar con mayores estímulos informativos tienen la posibilidad de ser más conscientes de sus estados intencionales.

Otro problema diferente es que ello signifique que se tenga, de algún modo, una mayor riqueza de conocimientos para utilizar. Pues no resulta obvio que, la mayor conciencia de nuestros propios estados mentales, entrañe tener más conocimientos para fines pragmáticos, demostrar el argumento contrario nos llevaría a una verdadera revolución de la sociología y, por cierto, de la teoría de las encuestas, lo que no me resulta evidente.

En todo caso, en parte es precisamente en el análisis, cuestionamiento y utilización de esta riqueza relativa de conocimientos, donde pueden también residir nuestras modernas esperanzas de emancipación social. Pareciera que hoy, en este camino de acceso a nuevos conocimientos, radican algunas de las novísimas aspiraciones ético-ideales que los seres humanos requerimos para convivir y de las que, felizmente, no vemos que podamos prescindir.

En todo caso, no me parece satisfactorio el recurso de metáforas para dar cuenta de estos temas, como cuando equívocamente asocian la teoría del caos con desorden. Al hacerlo no dar cuenta de la intencionalidad como el elemento ordenador en que se desarrolla el proceso.

Finalmente, dan la sensación que el fenómeno de la comunicación masiva responde a leyes en el sentido que estas tienen en la física, lo que es muy diferente de las que podamos lograr en estos temas. En el caso de las generalizaciones en ciencias sociales lo que cuenta es la evidencia que apoya la posibilidad, la probabilidad o el carácter parcial de la verdad de estas, por lo que incluso hablar de ‘pruebas’ confunde.
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La utilización de recursos como el utilizado por Hilary Clinton nos muestra mecanismos para enfrentar el problema de la compleja relación entre los estados intencionales, el mensaje, la información, y el medio.

Pero también nos convoca a reconocer, en los marcos de una convivencia desigual, los incuestionables daños que genera esta situación, falta de toda equidad y respeto, de mundos orales que de manera simultanea aun conviven con los escritos y audiovisuales, donde algunos grupos sociales, a través de la dominación de los medios de comunicación, pretenden unificar con su «orden» el sentido de la percepción y comunicación de toda una sociedad.

Si esto fuese plenamente posible, sería válido el escepticismo respecto a la acción a nivel del mensaje, ya que este seria neutralizado por el medio.

Sin embargo, sus intereses se enfrentan a la creciente resistencia a estos monopolios, al reconocimiento de su vinculo con las grandes injusticias económicas, educacionales y políticas así como a la creciente conciencia de su necesario cambio.

En última instancia, se trata de la incuestionable contradicción entre las posibilidades de progreso económico y social que abren las tecnologías, nuestro mayor conocimiento de la realidad, y la pretensión de contenerlas y orientarlas en beneficio siempre de pequeños grupos de poder. He aquí un argumento de fondo para promover desde el estado el desarrollo de las ONG y los medios de comunicación alternativos, como mecanismos de “control” y “ruido”, en tanto entregan informaciones desde otros estados intencionales, propiciando el cuestionamiento social a nivel de la información, del mensaje, pero también del medio
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Hace poco El Mercurio publicaba un reportaje en el que mezclaba el daño social del trafico de personas, de drogas y de armas, con la piratería, otra arista del mismo tema. Es tal su preocupación y su convicción en la defensa de la “propiedad intelectual” que agregaba; “ya no hay que llamar a un abogado para que dé una patente, eso es una ilusión. Es mejor llamar a un ingeniero o científico que busque la manera de hacer más difícil el copiado”.

Lawrence Lessig dedica un libro esclarecedor al problema de los derechos de autor en la era de la Internet, de la libre transmisión de la información y los recursos que tenemos para impedir el control absolutista de esta (Cultura libre, Editorial LOM, 2005).

El tema de los “derechos de autor” nos ha sido argumentado como un problema que solo va en perjuicio de los creadores, a quienes sin duda que afecta, pero así se han ocultado los fuertes intereses de quienes desean controlar el acceso masivo a la información por canales sin restricción.

La libre circulación del conocimiento y la información no tiene porque ser contradictoria con la legitima retribución al creador, y el problema no son solo las grandes empresas, dueñas de muchos de esos derechos de autor, sino la relación de estas con quienes desean, en el caso de la cultura y los medios de comunicación, controlar lo que cada uno de nosotros recibe.

Curiosamente, lo que finalmente hizo la candidata Clinton es usar el sentido común para reconocer y enfrentar un problema que exacerban justamente los países ricos, como el suyo; los que, representando los mismos intereses que los dueños de la mayor parte de los medios de comunicación en nuestro país, no están dispuestos a perder su poder en beneficio de la gran mayoría de la humanidad, tal como lo han reconocido todos los foros internacionales sobre el tema.

Por tanto, no podemos más que compartir la preocupación de Juergen Habermas (La Nacion, 30/05/07) respecto del peligro que significa que la esfera pública no este en condiciones de resistir a las tendencias populistas, y no pueda cumplir la función que le corresponde en un Estado democrático de derecho. Tal como nos ocurre en Chile periódicamente.

Francamente, no pude entender a que se refería el periodista Patricio Navia cuando señalo en una entrevista reciente que él era “el mejor columnista de Chile”.

A la luz de las distinciones que resultan necesarias de hacer en este tema, todo indica que Don “Gato” Gamboa no se equivoca, parte sustantiva de la respuesta a los peligros que entraña el monopolio de los medios de comunicación, y el control del mensaje y la información, es poner el énfasis en el compromiso social del “oficio”, como profesionales concientes de la relación de los estados intencionales con las diversas instancias del acto comunicativo, y del rol que ellos juegan en este proceso. De más esta decir entonces quien creo que es “el mejor columnista”.

Gonzalo Rovira S, es columnista del diario La Nación y miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.

Santiago de Chile, 28 de agosto 2007
Crónica Digital, 0, 107, 9’

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