Por Iván Appelgren , 0, 147, 20
Sáb Sep 1 , 2007
Y de paso, sentenció muy suelto de cuerpo: el neoliberalismo en Chile lo desterramos, y precisamente porque lo desterramos a través de un proceso democrático, es que hemos logrado las conquistas sociales que hoy día podemos ver». Se trata de una mala broma o de un chiste cruel. Tal vez es una expresión típica del humor anglosajón, famoso por su carácter tragicómico. A lo mejor es una reminiscencia extemporánea de los martes del almirante Merino, o de los dichos del inolvidable ministro de salud Pedro García, quién nos mandó a preguntarle a las vacas por la falta de leche. O por último, un remake de Pinochet, cuando decía «Esto no fue nunca dictadura. Le digo que esto es una dictablanda». Lo más extraño de estos cometarios es que hasta el momento el muy parco ministro de Hacienda no había mostrado esta veta humorística tan refinada. Al contrario, Velasco es todo lo contrario a la empatía comunicacional. Su prestigio, y su poder se lo debe justamente a su imagen distante, que lo ha colocado como una especie de super-técnico por encima del bien y el mal, que no debe responder a nadie, más que a la presidenta. Y no es porque Foxley, Aninat o Eyzaguirre hayan sido muy diferentes, pero al menos supieron cual era su papel y trataron de no salirse de él. Sin embargo, quienes lo conocen cuentan que Velasco posee un humor muy fino. Para los que quieran descubrir ese lado del ministro basta leer su no muy celebrada incursión literaria con la novela Lugares comunes, de 2003, donde el protagonista es un yuppie estadounidense que llega a Chile para asumir como gerente general de un banco, y para salvarlo de la quiebra propone talar miles de hectáreas de bosque nativo para instalar una central hidroeléctrica. ¿Relato premonitorio o anticipo de su aterrizaje ministerial?. En septiembre de 2004 la revista Paula presentó en su edición aniversario una serie de imágenes para reflejar el Chile de hoy. En una de esas fotos aparece Andrés Velasco, bajo el título Lo que creemos que somos. A su lado está Kike Morandé, caratulado como Lo que somos, Cristián Warnken como Lo que no somos y Evo Morales como Lo que creemos que no somos. Eran los tiempos en que Velasco representaba todos los arquetipos deseables para el red set criollo. La encarnación del Chile aspiracional y globalizado que lucha por dejar atrás su picantería, que no es otra cosa que su raíz mestiza, conflictiva, y popular. Andrés Velasco aparecía así como una versión postmoderna del hombre nuevo, una especie de chileno muy poco chileno, al que todos deberíamos desear parecernos. Un metrosexual bostoniano de cepa, cultivado en los jardines de Harvard. Como zalameramente lo describió alguna vez Carlos Franz Velasco no se contenta con ser inteligente, economista, bilingüe, buen columnista y lo que más nos duele: buen mozo y bien vestido. Efectivamente, Andrés Velasco parece no contentarse con poco. Nuestro autoproclamado desterrador del neoliberalismo gusta copar todos los frentes. Como el gurú […]