Como los chilenos del campo, su conversación era puro chiste, pura talla, como dicen en Chile, puras bromas. Pero, en su forma de bromear, sabía conquistarse a su pueblo. Sabía hablar exactamente en la lengua del pueblo, y todos gozaban con él, aguardaban con impaciencia su llegada, porque era uno de ellos. Los hombres se sentían apreciados y comprendidos, las mujeres lo adoraban porque se iba a la cocina y hablaba de los asuntos de ellas. Murió a los 60 años, de cáncer. Éramos muy amigos. Cuando me informaron que estaba para morirse, tomé un avión y, cuando llegué a Santiago, sus hermanos me dijeron que estaba esperando mi llegada para morir. Él aún estaba consciente y pude hablarle largamente. Poco después, se adormeció y perdió la conciencia. Dos días después, murió.
Era de familia campesina y se sentía orgulloso de su origen. En aquel tiempo, aún existía una verdadera cultura campesina, que las transformaciones sociales y culturales están ahora destruyendo. Solamente permanecen, artificialmente, en forma de folklore para los turistas.
Su amor por su pueblo era tan visible, que se manifestaba en millares de gestos de amistad, de palabras que eran exactamente lo que el pueblo esperaba en las dificultades de la vida. Era un místico también. Dejó un largo manuscrito formado por las notas de un retiro, cuya publicación es altamente deseable. Fue el encargado de la formación de diáconos y ministros ligados a las comunidades. Para ellos, él era todo. Era un gran amigo en el sentido más profundo. Después fue director espiritual en el Seminario campesino destinado a formar sacerdotes campesinos, con una metodología de formación adaptada a esa finalidad. La experiencia fue lanzada por la iniciativa de dos obispos vecinos, pero el clero se resistió, y después vino el presente pontificado con la insistencia de la vuelta a los esquemas del pasado. Estaba afectivamente muy comprometido con ese Seminario y sufrió bastante cuando tuvo que cerrarlo.
Después de eso, fue nombrado responsable pastoral para toda la región rural del litoral de la diócesis.
Su religión era profunda y sincera y supo comunicarla a los campesinos en la cultura de ellos. Hacía eso con verdadero placer. Era dedicado, sacrificado, pero ese trabajo le encantaba, porque amaba tanto a ese pueblo. Era un hombre feliz y era eso, insisto, lo que seducía al pueblo. Su religión era una religión feliz. Sabía estar atento a todos los dolores y a todas las dolencias, pero con todos era bromista, y eso los dejaba más animados. En fin, descubrió un poco todas las cualidades que yo no tenía, y fue lo que me impresionó. Está enterrado en el poblado de Villa Prat, cerca de Curicó, donde vivió los últimos años de su vida. Todos los días hay flores nuevas en su tumba, y el pueblo ya le atribuye muchos milagros.
Estas son algunas de las figuras desaparecidas que están presentes en el recuerdo. Yo mismo voy a desaparecer antes que la mayoría de las otras personas que conocí. Lo que hace un país sin sus habitantes. Conocí y amé esos países por sus habitantes. Sólo falta ahora agradecer a Dios tantos beneficios. Pues él me salvó del desastre y me dio una vida.
Santiago de Chile, 4 de septiembre 2007
Crónica Digital/Revista Reflexión y Liberación
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