Se trata de una personalidad que, por cierto, trasciende con fuerza y generosidad los ámbitos de la religiosidad, y alcanza una estatura universal, histórica y ciudadana para Chile, su pasado y en especial su futuro.
Para la izquierda, la figura, la acción y el pensamiento del Cardenal Silva Henríquez es una cuestión fundamental, que interpela y convoca a los espacios de la acción ética y humanista, de transformación social, de protagonismo popular, desde paradigmas que unen y relacionan a quienes creen
y no creen en convicciones religiosas. Dicho así, para considerar la universalidad de tal asunto.
Lo profundo de esta evidencia, es que el Cardenal Silva Henríquez hizo dibujos y trazados de estos espacios de convergencia desde y en la historia, con una fuerte intervención en ella, en muchas ocasiones como protagonista personal y colectivo de hechos y procesos definitivos para los detinos de la Patria.
Y tales caminos fueron también en medio de diferencias, en ocasiones profundas diferencias.
Algunos hitos que es necesario tener muy presentes ahora, y hacia el futuro:
1) El Cardenal Silva Henríquez tuvo una actitud abierta y considerada con el Presidente Salvador Allende y el gobierno de la Unidad Popular. Todo indica que tal postura se basó en la sensible simpatía y sintonía valórica que el Cardenal tenía con las medidas y procesos de cambios sociales que impulsaba la UP, de lo cual invariablemente eran protagonista los trabajadores, la CUT
y los más postergados de la sociedad. No era ese proyecto social y político, el de la, UP, «su proyecto».
El Cardenal no era un exponente de la Teología de la Liberación ni del movimiento de Cristianos por el Socialismo, él tenía una muy sólida convicción teológica y doctrinal que lo unía a la institución católica, a sus normas, valores y jerarquías, a partir en primer lugar de El Vaticano. Pero la fuerza y el espacio común de búsqueda de la Justicia
Social, lo encontraba con Allende, con la Unidad Popular y con los trabajadores, en especial.
A semanas y días del golpe fraguado por el imperio y sus mandantes locales (entre los cuales El Mercurio, la derecha y grupos castrenses), cuando la ofensiva golpista estaba en pleno desarrollo, el Cardenal intentó abrir un diálogo político entre el gobierno (Salvador Allende) y la Democracia
Cristiana (Patricio Aylwin). Era más o menos claro cuál era sun intención.
Ese hecho, y también el haber años antes estimulado la Reforma Agraria cuando entregó a cooperativas campesinas terrenos agrícolas de propiedad de la Iglesia Católica, le provocaron el hondo rencor de la derecha criolla, que hasta hoy no perdona tales gestos del Cardenal.
El diálogo no prosperó, y se produjo el golpe del 11 de septiembre de 1973.
2) Tras el golpe, el Cardenal, que era también Arzobispo de Santiago, comenzó una acción orgánica y social (que la Iglesia denomina como «acción pastoral») que lo llevó a formar el Comité Pro Paz, primero, y luego la Vicaría de la Solidaridad; la Vicaría de la Pastoral Obrera; varios centros e institutos de acción social que se replicaban en comunas y regiones, y fortaleció la acción de Vicarías como la Universitaria y otras.
En la Vicaría de la Solidaridad tenían su espacio los familiares de los detenidos desaparecidos; los abogados defensores de los Derechos Humanos; los grupos que trabajaban en diferentes ámbitos enfrentando el terrorismo de estado de la dictadura de Pinochet.
José Manuel Parada, militante comunista, fue desde un comienzo y hasta su asesinato por degollamiento (junto a Manuel Guerrero y Santiago Nattino) un activo y destacado funcionario de la Vicaría de la Solidaridad.
Pinochet y la derecha siempre intentaron mostrar esto como una «infiltración» a la Iglesia de la cual, en forma conciente, se hacía parte el Cardenal. Sus odiosas voces llegaron, en varias ocasiones, al mismo Vaticano.
Hay no pocas evidencias que muestran algo muy diferente. El Cardenal abrió una brecha que tiene una relevancia histórica: el diálogo y la colaboración entre cristianos y marxistas, entre creyentes y no creyentes. Y lo hizo no
tanto desde la doctrina, la teología o el diálogo ideológico, sino desde la
práctica y la acción social, que se hizo histórica. El, en rigor, creía que ese diálogo podía generar una fuerza transformadora, y con mayor razón en medio de la dictadura que vivía Chile.
Esta reflexión, que tiene una proyección de futuro, tuve la oportunidad de conocerla de parte de quien la vivió intensamente: José Manuel Parada.
Pero esta misma práctica generó una tensión ideológica y teórica: el Cardenal puso en el centro de su discurso religioso el respeto por los Derechos Humanos, primero y con urgencia los derechos a la vida, a la integridad, por la situación que se vivía (más de 30 mil recursos de amparo y protección presentados por abogados de la Vicaría, fueron rechazados por tribunales y por el Ministerio del Interior que encabezada en ese entonces Sergio Fernandez), cuando la práctica de la desaparición, la ejecución y la
tortura eran una cuestión habitual y permanente.
Pero luego, ese planteo avanzó hacia los derechos sociales y económicos, cuando los efectos del modelo neoliberal provocaron 35% de cesantía, violentos procesos de mercantilización de la salud, educación, vivienda y otros. Ahí surgieron las ollas comunes, los comedores populares y otras formas de organización para enfrentar la miseria y la exclusión.
Antes del golpe, en rigor, la cultura de los Derechos Humanos no tenía el arraigo y la intensidad que tuvo después. Incluso en la Izquierda, el discurso y la doctrina en tal sentido no tenían un desarrollo amplio.
Sin embargo, la izquierda era el único sector político que hablaba ese mismo código, tanto en la práctica como en la teoría.
De hecho, en el proyecto de nueva Constitución Política que tenía pensado Salvador Allende, se partía de la base de una «República de Trabajadores» cuyo centro era la Carta Fundamental de los Derechos Humanos de la ONU.
Bajo dictadura, creyentes y no creyentes, marxistas y cristianos, se encontraron también resistiendo a la miseria y organizando a los millones de marginados de Chile.
De diversas maneras, el Cardenal fue protagonista principal y ayudó a configurar una convergencia que se planteaba un proyecto de emancipación democrática de fuerte arraigo popular, y cuyos pilares fundantes, entre otros, son los que se exponen antes en este mismo artículo.
Cuando cumplió la edad formal que establece El Vaticano, el Cardenal presentó su renuncia al Papa. Hay quienes sostienen que él pensó que el Papa no se la aceptaría y lo reafirmaría como Arzobispo de Santiago. No fue así.
Era la década de los ochenta, y hacia el horizonte se venía el camino del llamado «diálogo» entre sectores de la oposición a Pinochet y sectores que a poyaban a la dictadura, que luego derivó en un pacto que selló lo que fue y ha sido la llamada «transición», hasta hoy.
Por Juan Andrès Lagos, Subdirector de Crónica Digital. Miembro de la Comisión política del Partido Comunista de Chile.
Santiago de Chile, 6 de octubre 2007
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