No es, pues, un objetivo nuevo. Es más bien connatural a su existencia como región en el concierto internacional. Tal como se lo plantearon los líderes de la época, en particular Simón Bolívar, sin unidad regional la independencia de cada Estado es precaria, virtualmente imposible.
Bolívar planteó la unidad geopolítica americana en forma político-jurídica integral. Primero dependiendo de un Congreso con poderes supranacionales, y al final en términos menos ambiciosos pero más viables:
Dejándole a la autoridad regional las facultades de relaciones exteriores, guerra y hacienda; y a cada una de las nacientes naciones todas las demás facultades inherentes a la soberanía del Estado, tal como lo asumiría la Unión Europea, más de 100 años después, sin darle crédito al Libertador.
Con este trasfondo histórico, los países americanos se encuentran probablemente en una posición más ventajosa que los del resto de las regiones del sur para enfrentar las nuevas condiciones globales, surgidas con la desaparición del bloque socialista.
Nuevas condiciones que se caracterizan por la emergencia de un solo polo de poder militar y por el surgimiento de la correspondiente concentración del poder político a escala global; es decir, por la unipolaridad militar y la unilateralidad política.
A partir de entonces, Estados Unidos asume la categoría espuria de estado-universo.
Una posición global que también le permite al gobierno norteamericano consolidar su vieja pretensión de arrogarse el derecho de garantizar la seguridad mundial mediante el establecimiento de parámetros propios, principalmente de naturaleza militar, que incluyen como medida coercitiva-punitiva el principio de la guerra preventiva.
Es a través de esta cadena de actos espurios que Estados Unidos pretende garantizarse la reproducción de su propio sistema, actualmente neoliberal, obligando al resto de las naciones desarrolladas que comparten el sistema a sumarse a la unipolaridad-unilateralidad.
Pero también la unipolaridad-unilateralidad ha obligado a las naciones el sur a luchar contra esta concentración de poder que les cercena su soberanía, reduciéndolas de hecho a la categoría de subnación.
Y para esta lucha se han impuesto el objetivo colectivo de participar con pleno derecho en el ejercicio de la gobernabilidad mundial y en el diseño e implementación de las políticas de seguridad global; reafirmando entonces su conciencia acerca de la necesidad de restablecer su soberanía plena, cediéndola sólo parcialmente mediante la firma de convenciones internacionales en igualdad de condiciones con todas las naciones de la tierra.
De ahí la necesidad de su unidad geopolítica, para garantizar su soberanía como estado-región y mejorar su correlación de fuerzas en las nuevas condiciones globales. Con este propósito, y obviamente con
el rechazo activo del norte, las naciones del sur también se han impuesto el objetivo de orientar hacia la unidad política la integración económica de cada región, transformándola en polo político con su propia institucionalidad jurídica, apropiándose de la vieja estructura integracionista que beneficia al norte.
Y es precisamente mediante la unidad de sus respectivos polos políticos que el sur se está convirtiendo en una fuerza multipolar, enfrentándose así, políticamente, a la unipolaridad militar; y sobre la base de esta multipolaridad política fortalecer su posición a favor de la multilateralidad para enfrentar mejor la unilateralidad, para incidir en la gobernabilidad mundial y en la seguridad global. En otras palabras, el sur está logrando confrontar exitosamente la unipolaridad-unilateralidad con la multipolaridad-multilateralidad.
Una confrontación dialéctica actualmente muy potenciada. Esto porque las múltiples guerras preventivas y la reciente decisión irracional norteamericana de reiniciar la carrera armamentista espacial a nivel global han revitalizado la anterior alianza natural de las potencias emergentes con el sur.
Y esta lucha se expresa con mayor énfasis en las reuniones internacionales, entre los cuales la ONU es el foro por antonomasia.
Es ahí donde los líderes más connotados de los 192 Estados que la constituyen se confrontan abiertamente. Unos a favor del estatus quo y otros a favor de un nuevo orden multilateral pleno: para lograr la gobernabilidad mundial en paz, en justicia, en libertad, en beneficio de la humanidad, sin excluir a nadie por ninguna causa, ni como pueblo ni como Estado.
En el caso del sur, además, esta confrontación también está orientada por el pensamiento de los líderes históricos de cada región en torno a su respectiva unidad geopolítica, como medio para garantizar su pervivencia frente a terceras potencias. Para nuestra América es incuestionable la vigencia del pensamiento de los independentistas, en particular el de Simón Bolívar.
Ésta es también la razón por la cual continúan vigentes el pensamiento de José Martí y el de Augusto C. Sandino, sus legítimos continuadores.
Por Aldo Díaz Lacayo
Managua, 16 de octubre 2007
Prensa Latina
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