La transición española había comenzado. Considerada como ejemplar por muchos, este proceso significó sin duda cambios importantes para un país que vivió al margen de la historia por casi cuarenta años.
En pocos meses fueron disueltas las cortes nombradas por Franco, se redactó y aprobó por voto popular la constitución de 1978, se convocó a elecciones generales, se aprobaron los estatutos de autonomía, se legalizó el PCE. No es poco, más aún si lo comparamos con nuestra tímida transición, aunque también es verdad que nosotros no tenemos Rey.
El «caudillo» murió en la cama, es cierto. Pero no menos cierto es que la sociedad española resistió como pudo y luchó contra la dictadura de múltiples maneras, pero la represión fue más fuerte y no pudieron con ella. A causa de ambos hechos el proceso democratizador tuvo de dulce y de agraz. La dictadura no había sido derrotada, pero tampoco estaba en su mejor momento. De ahí su carácter amplio y los sustanciosos avances institucionales que restablecían el estado de derecho. Pero al mismo tiempo la oposición pagaba el precio más caro que hubiese podido pagar.
Para la mayoría de los dirigentes políticos la transición debía ser un proceso tranquilo y sin traumas. La sociedad española ya había sufrido demasiado, la memoria sólo traería divisiones. No había que reabrir viejas heridas, la guerra fue culpa de todos y todos hemos de olvidarla. De esta manera precisamente quienes más padecieron bajo la dictadura, y lucharon por la democracia, fueron olvidados, marginados y estigmatizados. Se impuso la voluntad política de la amnesia.
El fantasma de la Guerra Civil fue profusamente utilizado para esos fines. Franco, una vez ganada la guerra, se encargó de erigir monumentos y placas para los caídos en nombre de dios y la patria. Mandó construir el Valle de los Caídos para rendirles homenaje y hasta el día de hoy se beatifican por decenas los curas «muertos por los rojos». Para ellos nunca hubo olvido. Para los abandonados en las cunetas de España, los desaparecidos, los que cayeron defendiendo la república, los que lucharon contra la dictadura, para los niños perdidos del franquismo, los exiliados, ni una palabra. La dictadura los había perseguido, la democracia los ocultaba.
Pero Franco ha muerto. Hace algunas semanas, más de treinta años después de iniciada la transición, el parlamento español aprobó la Ley de Memoria Histórica. Un conjunto de medidas que por fin vienen a reparar las heridas, que no se cierran sólo por olvidarlas. Leyes que nos recuerdan el valor de la vida y la dignidad humana. Esta ley promueve la rehabilitación y reparación material y simbólica de todos los represaliados del franquismo, otorga recursos para la localización e identificación de los desaparecidos durante la guerra y la dictadura, ordena la eliminación de los símbolos franquistas y todos aquellos que exalten la guerra, se hace un reconocimiento a los brigadistas internacionales que lucharon por la República otorgándoles por gracia la nacionalidad española, y da un reconocimiento especial todas las asociaciones que actuaron en defensa de la dignidad de las víctimas.
Así mismo y como una forma de promover el conocimiento histórico y su divulgación se destinarán esfuerzos para consolidar el Archivo General de la Guerra Civil, en Salamanca, donde otrora funcionara el archivo de la masonería, depósito de todos los documentos confiscados por el franquismo. Anula También el decreto de 1969, que hizo prescribir los crímenes de Franco.
En definitiva es una Ley que se propone defender y reivindicar las libertades y derechos democráticos. «Es la hora, así dice la ley- de que la democracia española y las generaciones vivas que hoy disfrutan de ella, honren y recuperen para siempre a todos los que directamente padecieron las injusticias y agravios producidos, por unos u otros motivos políticos o ideológicos» Más vale tarde que nunca, suele decirse, y en parte es cierto, pero sólo en parte. La mayoría de quienes dieron su vida por la libertad y la democracia en España han muerto sin ver hecha realidad esta ley. Sin siquiera haber recibido un apretón de manos. Tarde, muy tarde es para la labor de la justicia. Pero es verdad, más vale tarde que nunca. Que nunca sea tarde para la memoria. Celebremos que Franco por fin ha muerto.
Por Carla Peñaloza Palma.Académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad de Chile. La autora es colaboradora de Crónica Digital.
http://carlamilar.blogspot.com/
Santiago de Chile, 23 de noviembre 2007
Crónica Digital
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