El padre, José Aldunate Lyon, se hizo cura obrero para ser y vivir pobre entre los pobres, y desde ahí, acompañarlos y socorrerlos. Durante la dictadura militar suma a esta opción el rescate de los derechos humanos conculcados, jugandósela con todo por la vida, en escenarios de asesinatos, torturas, miedos y hambre. Por Myram Carmen Pinto.
En 1973, en Chile, el golpe y la instalación del régimen militar, a fuego y sangre derramada, remece a las iglesias cristianas y luterana. Lideradas por el cardenal, Raúl Silva Henríquez, asumen la defensa legal y social de los caídos y perseguidos; aquellos sindicados al margen de la ley por haber sido parte y adherir al gobierno del presidente Salvador Allende.
Las persecusiones no solo sobresaltan al mundo político sino también al mundo eclesial. Cinco sacerdotes mueren asesinados y torturados, encarcelan alrededor de 50, expulsan del país a los extranjeros, allanan parroquias e incendian capillas. La justicia no tenía oídos, miraba hacia otro lado.
No podemos callar lo que hemos visto y oído
Poco antes del golpe militar, el padre, José Aldunate, junto a cuatro sacerdotes, entre ellos, Rafael Maroto y Mariano Puga, se habían vuelto curas obreros, suspendiendo su ejercicio ministerial. Se habían convertido en pobres, viviendo entre ellos, y desde ahí, impulsar su servicio pastoral.
Inicialmente la gente no creia que eran sacerdotes. Viven en modestas casas insertos en poblaciones marginales, trabajan como obreros de la construcción, viven de sus salarios sin pedir plata ni a sus congregaciones, sus superiores, sus familias, ni feligreses.
Fue ello lo que les permite conocer y dimensionar, desde adentro los alcances de los abusos desatados, lo que los lleva a decidir y hacer suya la defensa y rescate de los derechos conculcados. Se organizan en el grupo Equipo Misionero Obrero, EMO, incorporando a su poco andar a religiosas y laicos.
Escondían en sus casas, capillas y conventos a los perseguidos políticos. Los ayudaban a salir del país, pero su accionar va más allá del compromiso asumido por la iglesia oficial. Se suman a los ayunos y huelgas de hambre que realizan los familiares de detenidos desaparecidos y con ellos protestan en las calles, clamando por la verdad y la justicia.
Eran curas que no presidían misas ni liturgias tradicionales, pero sí las eucaristías de los funerales de víctimas de la represión; entonces pan de cada día. En romerías, peregrinaciones, actos solidarios y vías crucis populares, eran la voz de los sin voz; denuncian la verdad silenciada y promueven una nueva manera de pensar a Dios; un Dios de la vida que trae esperanzas liberadoras, desde el amor y respeto por el otro.
También se insertan en comunidades y mundo pastoral de base que brinda atención y apoyo integral a las víctimas de la violencia política y el modelo económico neoliberal impuesto; una nueva forma de iglesia en respuesta a una nueva realidad.
Sobre su marcha y paso de los años se articula un activo tejido social, con participación de la base cristiana y la izquierda de base no creyente, que sale a las calles a protestar y que en 1988 derrota a la dictadura militar en su propio traje constitucional. Organizan ollas comunes, compras conjuntas, comedores familiares, talleres laborales, comités de salud, bolsas de cesantes… un sin fin de organizaciones populares que buscan soluciones a problemas concretos, adoptando estilos de vida solidaria, desde la propia realidad vivida.
Venciendo muros sagrados
En 1975, los padres, José Aldunate y Roberto Boltón, arriesgan su vida y se exponen a ser expulsados de la curia, jugandósela por la vida de un grupo de 22 personas requeridas por los militares. Los ayudan y saltan con ellos las sagradas murallas de la Nunciatura Apostólica, la sede diplomática representante del Vaticano en Chile.
Pedían refugio o protección para salir de país. Y lo logran.
Al día siguiente, el grupo viaja a Buenos Aires, asilándose en embajadas de países europeos. Los padres estuvieron a su lado hasta que pisaron la escalera del avión rumbo hacia la libertad.
Ese mismo año, el padre Aldunate, funda la revista clandestina “No podemos callar”, rebautizada, más adelante, “Policarpo”, el obispo del siglo II, perseguido y mártir, despedazado por fieras del circo romano.
«Policarpo», publica estadísticas de la represión, casos y reflexiones orientadas a fortalecer la resistencia cristiana y ética. La imprimían por las noches en los mimeógrafos de un convento, circulaba de mano en mano y en el extranjero, los exiliados chilenos, la fotocopiaban y distribuían, entre sus comités. Se editó hasta 1995, planteando la urgencia de la reconciliación.
En sus primeros números aborda la muerte de dos agentes pastorales integrantes del grupo EMO; Catalina Gallardo y su marido, Juan Rolando Rodríguez. Los torturaron hasta morir, al igual que al padre y un hermano de ella. Un familiar indirecto se había enfrentado con un policía uniformado.
En 1983, la gente protesta en las calles, pero no hablan de la tortura ni los mismos torturados y los torturadores, menos todavía. Proponiéndose denunciarla, el grupo EMO crea el movimiento «Sebastián Acevedo».
En siete años realizan 180 protestas. La policía les lanzaba agua, gases. A palos y golpes, intentaban disolverlos. Resistían tomados de la mano, cantando y rezando el padre nuestro, y cuando se llevaban preso a uno de ellos, todos se subían carro policial. En los cuarteles, al constatar que en buena parte eran curas y monjas, no sabían qué hacer con ellos.
A su paso, al leer las proclamas, la gente los aplaudía, algunos se sumaban espontáneamente. La tortura no estaba solo oculta en cuarteles secretos, sino en comisarías policiales. Allí habían instalado artefactos especiales.
Sebastián Acevedo, fue un obrero del carbón que se inmoló en Concepción, frente a la catedral. Estaba desesperado porque no accedía al paradero de dos de sus hijos detenidos en una cárcel secreta. Tras su muerte, horas después, la policía dijo el lugar donde los tenía.
La iglesia de todos los días
Hasta convertirse en cura obrero y activista de derechos humanos, el padre José Aldunate, navegaba por aguas de mares que lo conducían directo a las altas esferas del vaticano chico y obispado chileno.
Tenía todos los ingredientes necesarios. Viene de una familia conservadora y de la elite económica. Su madre procede de una familia inglesa. Fue criado por institutrices traídas desde Inglaterra, cursa estudios primarios y secundarios en Londres y un doctorado en Teología Moral, en Italia y Bélgica, que le permite impartir una cátedra en la Universidad Católica.
Trabaja con el padre Alberto Hurtado, a quién sucede en la dirección de la revista «Mensaje», ocupa altos cargos en el centro Bellarmino, además de ser Provincial de la compañía jesuita y secretario de la Conferencia de Religiosos, Conferre. Así y todo no estaba conforme. Buscaba ejercer un apostolado social que le permitiera decir y hacer; vincular la teoría de la doctrina social a la praxis.
En la universidad hablaba de derechos humanos, justicia social y compromisos con los más desprotegidos. Se sentía un cura Gatica que predica y no practica.
Era por ahí, a mediados de los años 60…. Grandes vientos de cambios corren entonces.
El Concilio Vaticano II y la teología de la liberación sitúan la opción de los pobres como un centro de preocupación y atención. Reflexionan y debaten de cómo ser cristiano en un continente oprimido, cómo conseguir que la fe no sea alienante sino liberadora, a la luz de un Jesús liberador, viviendo entre los oprimidos.
Estos postulados sincronizan en el Chile de las reformas sociales y la revolución del presidente Allende y su gobierno de la Unidad Popular. A nivel político, surgen los partidos, Izquierda Cristiana y Movimiento de Acción Popular Unitario, MAPU, y se constituyen una serie de movimientos y grupos al interior de la iglesia. Los de acción obrera y social fortalecen su quehacer, las comunidades de base siguen el camino de la promoción popular, y los cristianos por el socialismo plantean un ser solidario y participante en el espacio político.
En este contexto, los sacerdotes, José Aldunate, Rafael Maroto, Mariano Puga, José Correa y Santiago Fuster, asumen una postura más radicalizada. Deciden ser obreros y vivir entre los pobres, ser un pobre más. Era su revolución. Todos vienen de una cultura burguesa y familias conservadoras.
El padre jesuita, Ignacio Vergara, se había convertido en cura obrero en los años 50. Era un maestro gasfiter especializado en fierro forjado. Se vincula al grupo de los curas obreros, aunque continúa independiente. Murió en Venezuela.
Al interior de la iglesia tradicional, al grupo de curas pobres les llamaban “los muchachos malos” y en sectores más cercanos «los guerrilleros de la fe».
Estatua viviente de un pedazo de la historia
El padre José Aldunate, ya no vive en mediaguas de madera, ni trabaja como obrero. A sus 95 años sigue activo y vital. Continúa escribiendo artículos de opinión y trabajos de análisis teológico que da a conocer en la revista “Reflexión y Liberación”, medios de comunicación y publicaciones internacionales. Aunque sus ojos ya no ven, su cuerpo conserva la misma energía, arreglándoselas para escribir de manera manuscrita.
Reside en un convento jesuita, donde el teléfono no para de recibir llamados que lo buscan para prologar libros, hablar en homenajes a víctimas de la represión, inauguraciones de memoriales, y responder preguntas a estudiantes tesistas de Historia. Vive rodeado de gente. Hay quienes llegan, desde el extranjero, agradeciéndole sus sabios consejos, los alientos que les dio para recuperar la confianza, las esperanzas y vencer miedos. Algunos son los hijos de la memoria.
A todos recibe y acoge con sencillez y humildad; la misma actitud tiene cuando lo aplauden en los actos y premiaciones que reconocen su valiente trayectoria. Y es que es un pedazo vivo de la historia, una estatua viviente de aquellos oscuros años, un testimonio vivo de vida, desde la vida y por la vida. Cuando joven, no quiso seguir el camino de los negocios trazado por su padre. Quería hacer el bien al prójimo, andar libre y lejos de los círculos económicos y de poder; caminar sin nada a cuestas para comprometerse y entregarse a quienes lo necesiten. Así es, así fue.
Myriam Carmen Pinto. Zurdos no diestros (serie). La autora es periodista. Colaboradora de Crónica Digital
Santiago de Chile, 7 de agosto 2012.
Crónica Digital
Nota de la edición: Entre 1973 y 1985, los padres, José Aldunate y Mariano Puga, fundadores del movimiento, fueron detenidos en más de cinco ocasiones cada uno. En 1988, el padre Aldunate recibe el premio Nobel Alternativo de La Paz y en 2009 y en el 2006 recibió el Premio a la Dignidad Periodista Augusto Olivares del diario electrónico Crónica Digital y es miembro de su Consejo Editorial, el padre Mariano Puga, que reside en Chiloé, recibe el premio Héroe de la Paz.
Fotografias: (1) retrato blanco y negro. Fernando La Voz; (2) foto color Marcelo Agost (Recuperación del centro de tortura Villa Grimaldi hoy Museo Parque por la Paz); fotos manifestaciones archivos institucionales de organizaciones de promoción y defensa de derechos humanos.
Amigos de Crónica Digital:
Felicitaciones por tan buen e histórico reportaje sobre Pepe Aldunate y Mariano de la periodista Myriam Carmen Pinto.
Hace bien leer sobre estos curas, de verdad, del pueblo!
José Aldunate es también Fundador de revista Reflexión y Liberación.
Saludos a todos! Atte.
Jaime Escobar
http://www.reflexionyliberacion.cl