“…El debate sobre Marx y el marxismo no puede limitarse a una polémica a favor o en contra, territorio político e ideológico ocupado por las distintas y cambiantes señas de los marxistas y sus antagonistas.”
Para Hobsbawm “Cada historiador tiene su nido, desde el que observa el mundo (…). El mío está construido, entre otros materiales, de una niñez en la Viena de los años 20, los años del ascenso de Hitler en Berlín, que definieron mis ideas políticas y mi interés por la historia, y de Inglaterra, y especialmente el Cambridge de los años 30, que confirmaron los dos primeros”. Dicho de otra manera: toda producción intelectual va definiéndose y delimitando en acuerdo o desacuerdo con la singularidad histórica.
Hobsbawm proviene de una familia judía-polaca. Nace en Alejandría, Egipto, el 9 de junio de 1917, cuando la ciudad aún se encontraba bajo el protectorado británico. Su padre era británico de segunda generación y su madre austriaca; pero sus años de crianza y primeras lecturas formativas suceden en ciudades de Europa Central: Viena, después Berlín.
Huérfano de ambos padres a temprana edad, fue criado por un tío paterno llamado Sydney. Sydney era un pequeño empresario judío que, habiendo tenido éxito colocando una serie de pequeñas tiendas en el levante mediterráneo y presintiendo lo que se vendría después, se trasladó, junto con su familia y empresa a Inglaterra durante el neurálgico año de 1933. Dicho año se caracterizó por la maduración de las ideologías fascistas en Europa, y el rápido ascenso al poder de la más exitosa de todas: el nacismo. Son años turbulentos de marcada polarización social y política que vienen confirmar la crisis del optimismo burgués decimonónico ya planteada con anterioridad a 1914.
Marx va a proporcionarle la base teórica a partir de la cual desarrollará su posterior reflexión intelectual. Se afilia al Partido Comunista Inglés en 1936 en el que permanece hasta su disolución en 1991. Cuando estalla la II Guerra Mundial se ofrece al gobierno británico como voluntario para trabajar en inteligencia. Su ofrecimiento es rechazado debido, precisamente, a su militancia política. Acaba ayudando en la construcción de las defensas costeras de East Anglia. Dicha labor le permitió entrar en contacto real con los trabajadores manuales. “Esa experiencia en tiempos de guerra me convirtió para siempre a la clase obrera británica. No eran muy inteligentes, excepto los escoceses y los galeses, pero eran muy, muy buena gente”.
Se doctoró en historia por la Universidad de Cambridge y ejerció el profesorado en el Bircbeck Collage de Londres consagrándose, posteriormente, como profesor visitante en universidades de Estados Unidos, en particular en la Universidad de Stanford, California. Fue colaborador y director de las revistas Past & Present, y Marxism To-Day, ambas editadas en Gran Bretaña. Ha ofrecido conferencias y realizado charlas por todo el mundo occidental incluyendo América Latina, continente en el cual, según su impresión, aún es posible hablar la política desde el marxismo y el socialismo.
En sus trabajos, ensayos, conferencias y entrevistas, jamás dejó de manifestar la vigencia teórica de Marx y la necesidad de ‘superar’ la lógica del capitalismo como agente ordenador de la experiencia social.
Su pensamiento, substancialmente democrático, ha hecho de él un socialista por otras vías; uno inglés, heredero, por adopción histórica, de un movimiento de clase consciente y de permanente crítica contra la explotación. No nos confundamos. No fue ni eurocomunista, ni socialdemócrata, ya que entendió el socialismo como voluntad de cambio revolucionario y no como disfraz del liberalismo.
Marx e historia:
La importancia de la contribución de Marx a la historiografía, es que a partir de él comienza la modernidad disciplinar. Actualmente son pocos los historiadores que no utilicen a Marx para desarrollar sus hipótesis interpretativas; ya sea aplicándolo de forma vulgar (determinismo mecanicista, economicismo, asimilación de puntos de vista contemporáneos no marxistas, pero que se las hace pasar por tales) o de forma seria (correcta traducción y crítica). Trabajos intelectuales que aún utilizando una versión marxista vulgar, han permitido arrojar luz sobre aspectos oscuros de la historia, difíciles de comprender por otras vías. Esta eclosión y difusión de nuevas áreas y temas de la historia, han resultado particularmente fértiles en países de Asia y de América Latina, en donde la ‘creación’ de la moderna historiografía se ha hallado particularmente ligada a la penetración del marxismo en el pensamiento crítico-social de historiadores y teóricos fuertemente solidarizados con los movimientos insurreccionales de masa.
Hobsbawm ha entendido la historia como campo disciplinar privilegiado para el estudio del cambio social. De allí la utilización que él hace del concepto “evolución”, el cual tiene al menos dos dimensiones fundamentales: a) la historia es la ciencia que estudia el cambio, y b) dicho cambio tiende al progreso. Y Marx nos ayuda a ver los elementos estabilizadores y disolventes propios de toda ‘evolución’ social; esto constituye la médula de su análisis dialéctico.
Defensa teorética de la historia como campo científico particular, avalado, incluso, por las ciencias naturales: “Los avances en las ciencias naturales [devolvieron] a la historia evolucionista de la humanidad toda su actualidad (…). En otras palabras: la historia es la continuación de la evolución biológica del homo sapiens por otros medios”. Esto le permite generalizaciones al teórico y, por tanto, universalizaciones que se oponen a la despolitización del sujeto social. Precisamente es esto último lo que acontece con las teorías del relativismo historiográfico del post-modernismo, donde la explicación racional es reemplazada por la “significación”, y la solidaridad interdisciplinaria por la ‘isularidad’ retórica.
Si bien el derrumbe de la Unión Soviética, y la irrupción del relativismo científico significaron duros golpes para la ‘Teoría de la praxis’, sin embargo, después de la crisis económica de 2008, se produjo una vuelta a Marx por caminos insospechados que, liberándolo de su identificación con el leninismo “teórico” y con los “regímenes leninistas en la práctica”, han permitido su reactualización.
Desafíos a futuro:
Hoy los gobiernos de las naciones occidentales democráticas, se hallan enfrentadas a fuerzas actuantes que ya no es posible contener simplemente a través de la consulta a un electorado. Efectivamente, a partir de 1970, y acelerándose hacia el final de la década de 1980, los Estados del socialismo real entran en crisis terminales, y junto con ellos, las socialdemocracias. Estas últimas tendieron a favorecer, en términos reformistas (aún todavía en la década de 1990), a la formación política-ciudadana como táctica de superación de los cuellos de botella que el liberalismo reinante ha tendido a formar en las bases de las sociedades estratificadas. De este modo se evitaba, y siempre y cuando sus demandas no fueran extremas, una declaración abierta de lucha de clases. Sin embargo para que el reformismo socialdemócrata tuviera legitimación y facilitara la gobernabilidad mediante los mecanismos del consenso, era necesario la estabilidad y el crecimiento constante de una clase obrera fuertemente cohesionada, políticamente activa en términos de partidos, que operara dentro del sistema prevalente, y que, de preferencia, centrara sus demandas en el ámbito gremial o sindical. Sin embargo, una vez caída la justificación de los mecanismos de equilibrio social, la política ‘formal’ ha entrado en un proceso acelerado de vaciamiento de significados (elección de consumidores ‘en el mercado’) sin que hallan podido ser reemplazados.
El hueco se ha ido rellenado, de manera forzosa, y a pesar de la ‘clase política actuante’, con “gestos, anuncios, y a veces, [con] leyes innecesarias”. Las decisiones son cada vez más técnicas, y los conflictos se resuelven bajo parámetros teóricos pobres, más bien ‘logarítmicos’, del tipo ‘resolución de problemas’, instituyendo verdaderas cajas negras donde el ciudadano común ha debido ceder su lugar al experto.
Esto mismo ha periclitado el sistema en su conjunto, precipitado la búsqueda de ‘realización social’ de los sujetos bajo otros recursos.
Los mecanismos políticos liberales actuantes, han dependido y dependen de la supervivencia de los estados-nacionales, al menos como concepto operativo, que les permite subsumir las diferencias en una homogeneidad superior (el pueblo como parte de la nación). Sin embargo actualmente, éstos se hallan enfrentados a un “mundo interconectado” que rebasa sus fronteras formales y teóricas, hallándose un ‘poco más allá’ de sus operaciones. De otro lado, la gobernabilidad basada en el consenso ya no es posible actualizarla debido a la velocidad de los cambios.
No sólo ha caído la máscara del reformismo socialdemócrata que fomentaba la ilusión de la comunidad de los intereses. De igual manera las democracias liberales, además de asegurar la gobernabilidad, se han visto empujadas y enfrentadas a dar respuestas positivas a intereses nuevos y exclusivos de la economía globalizada “que opera a través de unidades harto heterogéneas y para las cuales son irrelevantes la legitimidad política y el interés común (…)”. Los que además se suman a problemas de calibres geológicos difícilmente solucionables a través de mecanismos consultivos, y cuyo diagnóstico, en el mejor de los casos, resulta incierto.
¿Entonces…?
“Encaramos el tercer milenio como el irlandés apócrifo que, preguntado por la mejor manera de llegar a Ballynahinch, y tras una breve pausa reflexiva, espetó: ‘si yo fuera usted, no partiría de aquí’. Pero aquí estamos, y de aquí partimos”.
Por Jaime Rodríguez
Crónica Digital