EL FIN DE LA POSDICTADURA

 

La elección municipal del pasado 28 de octubre hizo visible lo que ocultan las máscaras del formalismo estatal y las apariencias de vivir bajo un orden democrático estable, a la vez que trazó las líneas y contornos de la escenografía del nuevo momento de rearticulación entre pueblo y política.

 Los hechos son elocuentes: cuatro de cada diez chilenos concurrieron a sufragar el pasado domingo; quienes resultaron electos alcaldes, no lograron superar en promedio el respaldo de dos personas de cada diez votantes de la comuna. Por otra parte, seis ciudadanos optaron por observar con desinterés lo que tenía lugar en la plaza pública. El rito de la elección democrática de autoridades comunales se transformó en una expresiva manifestación del proceso de cambio que vive la sociedad y la política chilena, y nos llevan a las palabras del poeta Brecht que resuenan claras en nuestro tiempo: “La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”.

 ¿Qué no acaba de morir? Los resultados dejan la apariencia que los bloques políticos pos dictatoriales -léase Concertación y Alianza- mantienen una abrumadora presencia en casi el 85% de la sociedad, esto en números sería algo así como que tres de cada diez chilenos son sus seguidores si tomamos el padrón electoral actual. En rigor no es una cifra que lleve a pensar que ejercen un amplio dominio social; más bien, dan cuenta de la precariedad representacional que exhiben. Y podría irse más allá. La Concertación representa a menos de dos chilenos de cada diez votantes actuales. Y con estos datos tratan de demostrar que se ha ganado electoralmente. Lo mismo ocurre con la Alianza. Las cifras indican que se trata de proyectos que han ingresado a una etapa de crisis, y que sólo el formalismo estatal permite su reproducción, amparados bajo la lógica institucional de la despolitización de la sociedad y la primacía del mercado como asignador de valores por sobre los que puede proveer un acuerdo social con arreglo a normas democráticas.

 Detrás de la masiva abstención electoral, que alcanzó casi un 60% de los chilenos, se esconden diversas motivaciones por cierto, pero todas articuladas por una común convicción: lo que haga o deje de hacer el ciudadano poco les importa a los políticos que les gobiernan. Es la frustración social que deviene acto de protesta silenciosa cuyas ruidosas consecuencias producen el ingreso de las autoridades electas al campo de la temible ilegitimidad de facto y crear al mismo tiempo una doble tensión: se puede gobernar en minoría hasta que la mayoría lo impida. Se trata de un dilema democrático cuya resolución no es previsible, debido a que las fuerzas que operan en el nuevo cuadro político en desarrollo, son a la vez fuerzas emergentes y creadoras de un nuevo proceso, ciclo o momento transformacional del Estado.

Lo que a los ojos de los pretendidos triunfadores aparece como provocador de la externalidad -el voto voluntario- al sistema de democracia restringida que impera en Chile, les lleva a especular sobre cómo poner cierre a tan osado y rebelde comportamiento social, y se proponen las más inverosímiles fórmulas para cerrar la brecha o la crisis de representación. Y no logran o no desean ver que la demanda que emerge y que aún no nace a plenitud, y que alude a la aspiración de reconstruir un nosotros, a la superación del orden de privilegios, arrogancia  y abusos que padece la mayoría de Chile.

Lo nuevo está naciendo con los jóvenes que se han atrevido a cuestionar el orden sacrosanto de mercado, con líderes con vocación de cambio dispuestos a levantar programas de gobierno comunal fiscalizables, el voto programático, participación real de la ciudadanía en los asuntos públicos, creación de barrios amables, presupuestos participativos, control de las autoridades, en suma, la recuperación de la democracia para las mayorías y no para las elites tecnócratas y políticos autoritarios.

 Recuperar la confianza social en las instituciones políticas requiere avanzar hacia el término de un orden de exclusiones. El término de la posdictadura está más cerca que nunca y su deceso estará marcado por una nueva composición entre orden estatal y soberanía popular.

 Santiago de Chile 31 de octubre 2012
Adolfo Castillo Director Académico del Magíster en Ciencias Sociales de Universidad ARCIS
Crónica Digital

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CARTA AL DIRECTOR

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  Sr. Director, Fui uno de los cientos de vocales de mesa que tuvieron tiempo para dormir una siesta, aburrirse y elucubrar teorías acerca del voto voluntario y, por extensión, sobre la democracia que tenemos. La desideologización forzada a la que estuvo sometido nuestro país durante los años de dictadura y que se ha prolongado durante los 22 años posteriores del marasmo ideológico liderado por la Concertación y profundizado con maestría por la Alianza, han terminado por transformar al grueso de nuestra población en una suerte de ameba light e individualista, con ansias exacerbadas de consumo y propensa al sobreendeudamiento. Como muchos invertebrados con sistemas neuronales básicos, esta masa social amorfa desde el punto de vista político, responde a estímulos específicos de manera predecible. Cuando los estímulos son pobres o de baja intensidad, un organismo de este tipo no reacciona. La escasa calidad de los candidatos representó un estímulo cercano a cero. La combinación nefasta entre el descrédito casi total de partidos políticos y la oferta a raudales de candidatos insípidos ideológicamente, salvo escasas excepciones, transformó las últimas elecciones municipales en una clara prueba que desde 1990 nos hemos convertido progresiva y sostenidamente en una Nación de invertebrados políticos, incapaces de oponer resistencia racional y coordinada frente a las agresiones permanentes perpetradas por vermes igualmente subdesarrollados, enquistados en las esferas de poder desde que la República es República. Atentamente, Marcelo Saavedra Pérez Biólogo Santiago de Chile 31 de octubre 2012 Crónica Digital

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