“La literatura no es un mero juego de palabras; lo que importa es lo que no queda dicho, o lo que puede ser leído entre líneas. Si no fuera por este profundo ímpetu íntimo, la literatura no sería más que un juego, y todos nosotros sabemos que puede ser mucho más que eso”.
En 1972, el destacado narrador Jorge Luis Borges (1899-1986), con el apoyo de su traductor Norman Thomas di Giovanni, reunía en Borges on Writing parte de los diálogos sostenidos con estudiantes y profesores de Literatura de la Universidad de Columbia, en tres jornadas desarrolladas durante la primavera del año anterior. Las conversaciones se organizaron temáticamente en torno a la creación del autor argentino en ficción, poesía y traducción. Este año, Editorial Sudamericana ha publicado la versión en castellano de esos textos bajo el título El Aprendizaje del Escritor. Además de preguntas referidas específicamente a tal o cual cuento surgido de su pluma, Borges fue consultado sobre la responsabilidad del escritor frente al momento que le toca vivir, a lo que respondía centrándose en los aspectos formales, más que en los de fondo. “Pienso que la ficción está siempre comprometida con su tiempo. Nosotros no tenemos por qué preocuparnos por eso. Por el solo hecho de ser contemporáneos, no podremos sino escribir en el estilo y el modo de nuestro tiempo (…). Ustedes tienen una cierta voz, una cierta identidad. Entonces, ¿por qué molestarse en ser moderno, contemporáneo, si no se puede ser otra cosa?” Luego, puesto a no eludir el tema de fondo, agrega: “Quizá deba ser más claro. Yo soy un antagonista de la litterature engagée (la llamada ‘literatura comprometida’) porque creo que se sostiene sobre la hipótesis de que un escritor no puede escribir lo que quiere. Para ilustrarlo, déjenme decir –si me permiten una confidencia– que yo no elijo mis propios temas, ellos me eligen a mí. Hago lo posible por oponérmeles, pero esos temas siguen preocupándome y persiguiéndome, de modo que finalmente tengo que sentarme a escribirlos, y luego pulirlos para deshacerme de ellos”.
En el apartado dedicado a la poesía, discrepa del planteamiento de un estudiante que insiste en desechar las estructuras líricas. “Creo que los poetas jóvenes tienden a empezar con lo que es en realidad lo más difícil: el verso libre”. E intenta explicar cómo decide él, sólo después de haber dominado las formas clásicas y su métrica, si escribirá un poema valiéndose o prescindiendo de ellas: “en algún momento me será dada una idea, o quizá alguna vaga noción –acaso una imagen– de un poema, todavía lejano. A veces, apenas puedo descifrarlo, luego esa forma borrosa, esa vaga nube, cobra forma, y entonces oigo mi voz interna que me dice algo. Desde el ritmo de lo primero que oigo, eso me deja sospechar si voy a escribir un poema blanco o un soneto”. El Premio Cervantes transandino llama a aprender de los autores predecesores, señalando: “Si usted escribe en inglés, usted sigue una tradición. El lenguaje mismo es una tradición. ¿Por qué no seguir esa larga e ilustre tradición de sonetistas, por ejemplo? Yo encuentro muy extraña la ignorancia de la forma (…). Yo no creo que sea posible descartar todo el pasado. Si lo hiciera, usted correría el riesgo de descubrir cosas que ya han sido descubiertas. Yo creo que eso se debe a falta de curiosidad”.
Por Academia Libre
Santiago de Chile, 9 de octubre 2014
Crónica Digital