“En la transición hacia la televisión digital, crearemos un nuevo canal de televisión cultural y educativo, de recepción, libre, gratuita y sin publicidad”. Con estas palabras, pronunciadas el 21 de mayo, en el marco de la última cuenta presidencial, Michelle Bachelet notificaba sobre la decisión gubernamental de abrir una estación nacional de emisiones. El objetivo, señaló la Mandataria, es “hacer de la televisión un instrumento que dé cuenta de la diversidad cultural y geográfica de Chile y esté al servicio de todos los chilenos y chilenas” (24horas.cl, 21 de mayo).
El proyecto, explicó recientemente el ministro de Cultura, Ernesto Ottone, debe estar listo para su envío al Congreso antes de fin de año. Con ese propósito, el pasado día 2 de noviembre fue inaugurado el proceso de discusión de la iniciativa. En la oportunidad, el secretario de Estado manifestó que “hay que pensar más allá de los ratings y la competencia nefasta que ha sacrificado a lo local en nuestra televisión”. Un diagnóstico semejante esbozó el personero al constatar la enorme deuda de la pantalla chica con los niños en materia de programación. “No se ha consolidado una parrilla infantil en TV abierta tras el boom de 2000 a 2002”, precisó por su parte el ministro secretario general de Gobierno, Marcelo Díaz (La Tercera, 3 de noviembre).
Por cierto, la posibilidad de convertir una estación televisiva en una herramienta poderosa de difusión cultural ha de ser abordada con decisión. Pero el enfoque oficial exhibe, en la materia, varios errores de concepción. Por una parte, un canal público no puede ser sólo visto como una caja de resonancia de determinados contenidos, sino que, fundamentalmente, ha de ser convertido primero en un instrumento de producción de dichos contenidos, pues, de lo contrario, sólo servirá para transmitir la basura medial ya existente.
Por otro lado, resulta lamentable, por decir lo menos, la pasividad con que el Ejecutivo toma nota de los vacíos programáticos de la televisión existente, pues, si realmente le parecen estratégicos, no es admisible que acepte esa situación como un hecho consumado, sin hacer exigibles condiciones mínimas de flujo informativo para seguir emitiendo. No es aceptable, entre otras cosas, porque entonces el canal anunciado se convierte en el mal parche de una falta que se tolera a los canales a los que se permite operar, y porque implica un reconocimiento de que esos objetivos básicos tampoco los cumple Televisión Nacional, de modo que esta señal no es, como dice su lema, “de todos los chilenos”.
Si no se corrigen esas inconsistencias en la televisión existente, el nuevo canal propuesto será, además de una pobre isla, el cebo que justifique el estado de privatización al que han sido condenados el arte y la cultura. Por último, un medio de comunicación de esa naturaleza ha de contar con recursos gravitantes y ser conducido, no por administradores ni gerentes, sino por los grandes creadores que, lejos de lucrar, enriquecen el acervo ciudadano.
Por Academia Libre
Santiago de Chile, 16 de noviembre 2015
Crónica Digital