Celebrar los 90 años de Fidel Castro Ruz, Fidel, para todos nosotros, es repasar la historia de un hombre de excepción, pero también de la épica romántica de un continente en los últimos decenios, y de generaciones de jóvenes que ofrecieron sus vidas y desarrollaron su energía en pos de un proyecto social revolucionario.
Fidel supo encarnar los ideales de generaciones de patriotas revolucionaros de América latina, de antiimperialistas, y traspasó las fronteras geográficas e ideológicas para convertirse en un símbolo de consecuencia, de pensamiento y acción revolucionaria, de victoria, sin perder su condición de líder político, referente moral, y combatiente persistente, de adalid de la revolución, que fue tras su ejemplo, una síntesis entre la utopía de la justicia social, el patriotismo y la audacia, el sueño, la voluntad y el objetivo de construcción del progreso y la justicia social.
Fidel como los padres fundadores, Miranda, Bolívar, San Matín, O’Higgins, Artigas, los Carrera, Manuel Rodríguez, y los que vinieron después, Recabarren, Martí, Pancho Villa, el Che, y tantos otros, pertenece a la historia de la liberación de nuestros pueblos.
Y su figura, más allá de la anécdota, del panegírico, del análisis critico, ocupa un lugar de privilegio en la historia contemporánea de nuestro continente. Su pensamiento y su acción, sus proyectos y sus realizaciones, sus sueños y sus pasiones maduraron junto a los pueblos en marcha y sus esperanzas colectivas.
Es sin duda protagonista de la historia contemporánea de América Latina y del mundo. Referente de generaciones que adquirieron conciencia de ser pertenecientes a una Patria Grande y al llamado de la dignidad surgido en la Sierra Maestra, Fidel escribió su historia, la de Cuba, la de América Latina y la de muchos de nuestra generación que convivimos con su gesta, sus proyectos con un motivo y un sueño: la liberación nacional, la dignidad de la lucha por el futuro, la lucha libertaria, patriótica, revolucionaria.
Nunca antes la Patria Grande soñada por Bolívar tuvo tanto significado práctico tanto como poético, una exigencia de premura, una demanda de compromiso permanente y de entrega sin condiciones como con Fidel.
Durante 50 años dirigió con mano firme un proceso revolucionario singular, pero su aporte fue más allá del escenario cubano, influyendo a través del aporte solidario, incluso transcontinental, del desarrollo teórico político, de la acción estatal, del compromiso revolucionario y de la meditación estratégica.
Cuba, que aportó política, económicamente y militarmente en el escenario africano y fue determinante en el proceso final de descolonización, encontró también allí un lugar protagónico en los procesos de normalización en ese continente.
En América Latina, gracias también a un cambio en la correlación de fuerzas políticas regionales, y sobre todo a su firmeza en una política de principios en el terreno internacional, Cuba, conducido por Fidel y luego por Raúl, restablecieron la autoridad de sus principios y de su práctica diplomática, ocupando su lugar tanto en la Organización de Estados Americanos, OEA, como en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC y las restantes estructuras regionales e internacionales.
Hoy Cuba, en los 90 años de Fidel, enfrenta nuevos y desafiantes momentos de su historia, los cuales tienen la impronta de su líder histórico, como es el proceso de normalización de sus relaciones con Estados Unidos.
En este proceso, cuyo anuncio sorprendió al mundo el 17 de diciembre de 2014, y que se materializó en 2015. según deja constancia el apasionante libro “Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las negociaciones secretas entre Washington y la Habana” (Colección Política y Derecho), Fondo de Cultura Económica), está presente el pensamiento y la acción práctica de Fidel, materializado en un logro histórico por Raúl.
Pero quisiéramos apuntar un par de elementos teóricos y prácticos, aportados por Fidel Castro y la Revolución Cubana, que trascienden a su propio proceso, y que enriquecen al acerbo de las fuerzas políticas progresistas de América Latina.
Uno primer elemento tiene que ver con una concepción vigente en los años 50 en el mundo teórico de la izquierda comunista de la región y que tiene que ver con un asunto sustancial_ el de las “fuerzas motrices” de la revolución.
El carácter de las fuerzas revolucionarias encabezadas por Fidel, jóvenes estudiantes o pertenecientes a capas sociales y económicas acomodadas, desafiaba la ortodoxia que establecía que las fuerzas motrices revolucionarias eran “el proletariado y los campesinos”.
Un segundo elemento, que revela la originalidad, y singularidad que pueden asumir los movimientos revolucionarios, fue el reconocimiento del carácter protagónico de una realidad étnica y social hasta ahora olvidada o relegada a un segundo plano subordinado u objeto de “entretención” (ritmo, baile, jolgorio) como es la de los afrodescendientes de América Latina.
Esto tuvo y tiene un valor práctico, también a nivel regional y en cada país de Latinoamérica, como el reconocimiento y apoyo a sus demandas en el continente y el de la solidaridad efectiva que presta Cuba a la lucha anticolonial y democrática de los pueblos en el Continente Africano.
Un tercer aporte de la Revolución Cubana y de Fidel Castro, es el reconocimiento del valor revolucionario de las demandas históricas y presentes de los pueblos indígenas, y de la consiguiente realidad de un fermento de luchas políticas, económicas, culturales y medioambientales de los pueblos aborígenes del continente.
Pero también, es una cuarta reflexión sobre su aporte a la teoría y la práctica de la revolución latinoamericana, es el desafío victorioso de rebelarse contra el imperio, a 90 millas de sus fronteras, en ´su “zona de influencia” inmediata, sorprendiendo y desacatando las leyes de la geopolítica, y de la “fatalidad geográfica”.
Muchos son los campos- la juventud y su rol social, las mujeres y sus derechos, la cultura y su aporte social- donde esta grabada la impronta de Fidel, su convicción, su optimismo, la proyección de su pensamiento, y será materia de los historiadores resaltar al momento de los balances, el aporte y la trascendencia de su acción y su aporte teórico.
Pero nos quedamos al saludarle en sus 90 años, desde Crónica Digital, con palabras de su discurso en el Estadio Nacional de Chile, el 2 sde diciembre de 1971, las que hacemos nuestras:“¡El arma del revolucionario es la verdad! ¡El arma del revolucionario es la razón!¡El arma del revolucionario es la idea!¡El arma del revolucionario es el pensamiento!¡El erma del revolucionario es la conciencia!¡El arma del revolucionario es la cultura!¡ El arma del revolucionario contemporáneo es la interpretación correcta de las leyes científicas que rigen la marcha de la sociedad Humana”.
Por Marcel Garcés Muñoz
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 14 de agosto 2016
Crónica Digital