Las cifras del plebiscito ( 50,2 por el NO, 49.7 por el SI, en un escenario con la abstención del 63 por ciento del padrón de 34 millones habilitados para votar), no permiten triunfalismos ni admiten lecturas oblicuas. Más bien apuntan a revisar conductas, actuaciones, definiciones políticas y humanas, comprometerse en una estrategia consensuada, y respetuosa de los derechos humanos que tenga como objetivo y contenido la convivencia nacional.
Desde luego así aparecen entenderlo tanto el presidente Santos, como los representantes de las FARC- EP, e incluso la oposición derechista encabezada por el Centro Democrático liderado por el ex presidente Alvaro Uribe, habla de la necesidad de la paz y de “unidad nacional”, que aunque no, abandonan totalmente sus pretensiones de exigir una “rendición incondicional” o buscar mediante el terrorismo de Estado una “derrota total” o aniquilamiento de la insurgencia.
Solo el tiempo, en un ambiente de desconfianzas, sospechas e incertidumbre, puede responder a la interrogante de la conducta de este sector, teniendo en cuenta como un antecedente histórico el verdadero genocidio perpetrado por bandas paramilitares contra la Unión Patriótica (UP) que a partir de 1984, desarrolla un diálogo de paz con el gobierno del presidente Belisario Betancourt, proceso que termina en una guerra de exterminio recomendada por asesores norteamericanos, y que deja un balance de por lo menos 6 mil 500 militantes, dirigentes, representantes municipales y legislativos de la organización que creyó en la vía política, e intentó si reinserción en la escena política.
Esa “guerra sucia”, fue recomendada por Estados Unidos, y como producto de la asesoría israelí, se formaron las Autodefensas Unidas de Colombia ( AUC) y otras bandas paramilitares como “Muerte a Secuestradores (MAS), las cooperativas de seguridad “Convivir”, entre otras, sin olvidar los “falsos positivos”, de responsabilidad directa de unidades militares, que asesinaban a jóvenes a quienes disfrazaban con uniformes para contabilizarlos como “bajas” en enfrentamientos, para recibir “premios” en efectivo.
Lo que se impone hoy como un hecho político es que los resultados del plebiscito, a pesar de no ser vinculante, significan un revés para el complejo proceso de paz desarrollado hasta ahora, pero no es una derrota, ni puede ser un empezar de cero . El cese del fuego, el diálogo entre guerrilleros y militares, entre un movimiento insurgente y el gobierno, la entrega de armas pactada, lo básico de la inserción política y social propuesta y estampada en los compromisos adquiridos, deben ser honrados.
El líder de las FARC, Rodrigo Londoño , “Timochenko” ( lo del “alias” es un recurso descalificador que insiste en utilizar la prensa derechista internacional y nacional), ha sido explícito, tras los resultados de la consulta: “No significa que ya se ha perdido la batalla por la paz, yo creo que esto antes nos llena de más entusiasmo y nos compromete mucho más”. El jefe insurgente subrayó que las FARC mantienen ”su voluntad de paz” y su disposición “de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”.
El presidente Santos, indicó por su lado que, “no me rendiré, seguiré buscando la paz hasta el último minuto de mi mandato porque ese es el camino para el futuro de nuestros hijos”.
Al mismo tiempo abrió un espacio de diálogo con el Centro Democrático, y entidades empresariales y sociales, quienes deberán ahora mostrar algo más que una oposición vociferante contra el acuerdo de paz.
No cabe dudas de que los colombianos necesitan un gran acuerdo nacional y los consensos políticos y sociales necesarios e indispensables para construir la paz y abandonar las posiciones de trinchera, que objetivamente son consecuencia de los 52 años de guerra.
En una posición opuesta están no pocos enemigos de la paz, como los sectores ultra derechistas de la política, los paramilitares, sectores militares intransigentes y la industria bélica, y las bandas de narcotraficantes, a quienes beneficia un ambiente de conflicto y de violencia.
El hecho de que un 63 por ciento de los ciudadanos colombianos no se hayan expresado en la disyuntiva, no significa que no tengan opinión, solo que por diversas razones, entre otras por la desconfianza en los políticos no se sintieron estimulados a hacer oír su voz. Pero, sin duda, están también por la paz.
De todas formas, en este camino complejo, puede haber quienes conspiren contra el acuerdo y tengan la tentación de las armas o de la venganza criminal y busquen la derrota de la esperanza abierta, apostando por la derrota total del “enemigo”, un propósito claramente imposible e inconducente.
La insurgencia colombiana tiene profundas raíces sociales y económicas que no han desaparecido del escenario del país, y los afanes de la derecha local y regional, así como de la intervención norteamericana en el conflicto, buscan eludir esta problemática y negarla.
En Chile habrá quienes intenten demonizar a las FARC, levantar la figura de su amigo político a ideológico, Alvaro Uribe, como el triunfador político o sacar cuentas locales en busca de también “castigar” a los combatientes contra la dictadura de Augusto Pinochet.
Ojo con los belicosos de allá y de por estos lados.
Por Marcel Garcés Muñoz
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 6 de octubre 2016
Crónica Digital