Tras Piñera están los que sueñan con una sociedad sometida a un orden del terror, a la fuerza de las balas, o de los martillazos sobre la cabeza, a los que hacen valer en sus programas y en su práctica, la fuerza del poder, la corrupción o imponer la lógica brutal del lucro, a los que consideran la educación y la salud, la previsión social, como mercaderías sujetas al libre mercado, un mero “bien de consumo”.
Son los mismo que claman por una solución militar, una “pacificación de la Araucanía. Versión siglo 21”, frente a las demandas de los mapuches, y que no vacilarían en utilizar la fuerza de las armas para impedir, someter, las demandas de los jóvenes, trabajadores, los intelectuales, los profesionales o a quienes expresen sus reivindicaciones en la calle.
Sin duda Piñera y las fuerzas que lo secundan o manipulan -es lo mismo- son un riesgo para el país, la democracia y los derechos, las aspiraciones y demandas de los chilenos. Y por ello se impone la unidad más amplia y decidida de los ciudadanos para oponerse a esos designios.
Ello explica y justifica totalmente, como lo señaló el presidente del Partido por la Democracia, Gonzalo Navarrete, que independiente de la competencia que se desarrolla hasta el 19 de noviembre- se adelante por parte de centenares de diputados y dirigentes progresistas, incluyendo democratacristianos, radicales, socialistas, comunistas, y de otras fuerzas, un compromiso de apoyo para la segunda vuelta.
Se trata, dijo Navarrete, de ”un acuerdo explícito de proyección, corrección y propuesta para Chile en segunda vuelta”, un compromiso para “la proyección de un gobierno de centroizquierda que garantice derechos sociales, que produzca un desarrollo económico inclusivo, que mejore lo que son las grandes demandas de Chile en materia de pensiones, salud y educación, y que se haga cargo de los grandes avances que ha hecho el gobierno de la Presidenta Bachelet, con los debidos perfeccionamientos que eso requiere, implica un acuerdo político transversal”.
Este camino realista y de responsabilidad histórica fue el que hizo falta por ejemplo en la segunda vuelta presidencial de enero del 2010, cuando Marco Enríquez-Ominami (MEO), no se pronunció por apoyar a Eduardo Frei, tras haber logrado un determinante 20.14 por ciento de la votación en la primera vuelta el 13 de diciembre de 2009.
Piñera, ganó la elección con un 51.61 por ciento y Frei obtuvo un 48,39 por ciento.
Otro candidato, Jorge Arrate, que debe ser considerado “de izquierda”, que renuncio en el proceso electoral a su militancia en el partido Socialista como lo había hecho también MEO, y apoyado por el Partido Comunista obtuvo en la primera vuelta, un 6.21 por ciento de la votación.
La lección política y estadística de las decisiones políticas que permitieron el triunfo de la Derecha en 2009-2010, luego de 20 años de recuperación de la democracia tras la dictadura de Augusto Pinochet, son obvias y parecen estar siendo tenidas en cuenta en las cúpulas políticas.
Con razón, los analistas políticos de las distintas facciones de la derecha, han puesto el grito en el cielo, ante la perspectiva de la unidad de todas las fuerzas progresistas y democráticas.
Hay también quienes quisieran revivir, o chantajean con ello, un supuesto “estatuto de garantías” al estilo del impuesto a Salvador Allende en 1970, y que después se transformó en realidad en un pretexto más- una justificación hipócrita- para la sedición y el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y la criminal dictadura posterior.
Este es un desafío crucial para Chile. Y en esta hora decisiva de la democracia, no caben excusas, pretextos ni reticencias.
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director
Santiago de Chile, 14 de octubre 2017
Crónica Digital