Se trata de un libro de poemas breve, un libro que destila dureza y contundencia. La contundencia de la que hablo, se refiere a las redes que va tejiendo cada texto con una realidad ida y que, al mismo tiempo, permanece, una realidad que nos ofrece personajes, libros, hechos históricos de un mundo que está en el pasado y en el presente, pero sobre todo, en un tiempo poético distinto, un tiempo poético en el que se da cuenta, en el que se denuncia y se juzga.
Omar Cid nos propone un verso esquelético, soterrado, disparando múltiples significados que aparecen en forma de imágenes comprimidas: “El sol sale y se oculta/ sobre nuestro lomos/ cargados de heridas.” La espalda de la humanidad se transforma en cerros repletos de dolor por donde el sol sale y se oculta sin remedio. Pero la razón del dolor humano está a la vista: “He aquí mi cuerpo/ frac-tu-ra-do/ víctima/ del genocidio industrial.” Nuestros pueblos latinoamericanos oprimidos y aplastados por sus clases dominantes y por un capital sin cara y sin escrúpulos.
A mi juicio, los versos de Omar Cid están lejos de la poesía pura, que se solaza en sí misma y en una belleza fuera del mundo. Más bien se trata de textos que dialogan con el entorno, que en ocasiones toman un caris testimonial: “El taxista piropea a la peruana” o bien, “Los reclutas saltan y corren/ sobre el caprichoso manto de la nada”; y en otras, se tornan herméticos e intelectuales: “Pudo ser la escuela de Friburgo/ pero habitábamos entre el bramido y la histeria/ daga mortal para quienes juegan sus cartas/ más cerca de Benjamin que Adorno.” Y en este sentido, el derrotero de Cid se conecta con el trabajo de Enrique Lihn y, cuando se trata de la utilización poética de los espacios al interior del libro, con Juan Luis Martínez.
Por otro lado, la intención visible del poeta no es ir en busca de una interpretación filosófica o metafísica del universo, pero no nos engañemos, estamos ante una poesía para iniciados. No cualquier lector accede a sus secretos, son más bien los animales literarios los que degustan planicies de pastos profundos y cristalinos, o como decía Huidobro, no estamos frente al “cantor para los oídos de carne, sino del cantor para los oídos de espíritu”.
Tomás J. Reyes, Talca
Crónica Digital
Santiago 9 de diciembre 2017.