EL DÓLAR, UN ENFERMO TERMINAL

El dólar estadounidense, el cual debe su supremacía entre otras circunstancias al ya superado acuerdo de Bretton Woods de julio de 1944 que dio origen al sistema monetario y financiero internacional, pierde fuelle como moneda de reserva del mundo.

 

Esa divisa tan devaluada tiene una enfermedad terminal, lo cual no significa que morirá mañana ni que ya esté en terapia intensiva aun cuando las grandes potencias financieras y comerciales se preparen de forma acelerada para asimilar cambios sistémicos profundos.

Sin un respaldo en oro desde que el presidente Richard Nixon se lo retiró en agosto de 1971, la economía de Estados Unidos, con un déficit presupuestario brutal y una deuda astronómica generadora de impresiones multibillonarias de billetes que lo debilitan en su raíz, es técnicamente el garante del dólar aunque no ofrece confianza por esas disfunciones que convierten a dicha divisa en factor de inestabilidad financiera.

Cuando los delegados a la conferencia de Bretton Woods designaron al dólar como la moneda de reserva más importante del mundo, en tácito reemplazo de la libra esterlina, se hizo con la idea de crear un sistema estable que evitara guerras comerciales y conjurara peligros para la paz.

En la conferencia se consideró que una moneda internacional no podría devaluarse nunca y, más allá del potencial del Producto Interno Bruto del país que la arropara, estaría respaldada por una paridad fija en oro, el metal más valioso y recurrente, que fue acordada en 35 dólares por onza.

Salido indemne de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos inició la nueva era del mercado monetario y financiero con un gran almacenamiento del metal amarillo en las bóvedas de la Reserva Federal (FED), que en su momento de mayor esplendor llegó a sobrepasar las 20 mil toneladas métricas.

Las demás monedas fuertes en todos los continentes debían pasar bajo las horcas caudinas de la FED, el ente emisor del billete verde, que de alguna manera movía a su conveniencia la paridad de todas ellas ante el dólar.

Esto directamente maniobrando con las tasas de interés o mediante el Fondo Monetario Internacional (FMI), la entidad que otorgaba el permiso para la depreciación o apreciación de las otras divisas.

Pero apenas 24 años después, las reservas de oro de la FED cayeron en trance, en particular durante la crisis global de 1968, cuando los acreedores de Estados Unidos comenzaron a retirar de los bancos oro en lugar de dólares hasta dejarle solamente nueve mil toneladas.

Mientras, se aceleraba la emisión de dólares y con ello un proceso devaluativo de larga duración.

Se trataba de una crisis de confianza aguda hacia el gobierno de Estados Unidos, agravada por sus dificultades militares en la guerra de Vietnam. La reacción de acreedores y socios europeos, principalmente Alemania, Francia e Italia, fue poner a salvo sus reservas retirando oro en lugar de dólares.

La situación llevó al presidente Richard Nixon a retirar el respaldo de oro al dólar el 15 de agosto de 1971 y decretar la no venta de éste en las ventanillas de los bancos.

Pero la fiebre no fue atajada en la cuantía esperada, e incluso empeoró en 1972 cuando se produjo una verdadera estampida de los tenedores de dólar hacia el deslumbrante metal y otras divisas.

Casi medio siglo después de aquella ‘fiebre del oro’, sigue la corrida del metal amarillo, aunque de manera menos escandalosa, porque la desconfianza en el dólar es hoy por hoy con Donald Trump más fuerte y dramática que nunca antes.

Aquel viejo precepto de Bretton Woods de que el dólar no se devaluaría, fue hecho trizas por Nixon y todos los presidentes posteriores incluido Ronald Reagan, a quien se le atribuye junto a Margaret Thatcher la globalización neoliberal.

Un análisis que aparece en http://independent.typepad.com indica que desde el abandono de la paridad del oro en agosto de 1971, el dólar ha perdido más de 85 veces su valor nominal o de cambio.

Si el Gobierno de Estados Unidos devaluara el dólar a su valor real con respecto al oro (1895 la onza en 2011), la devaluación tendría que ser 4388 por ciento ya que desde 1973 en que la onza de oro costaba 42,22 no hubo una devaluación oficial.

Han pasado siete años desde ese examen de valor y la relación dólar-oro se ha deteriorado muchísimo, más aún con Trump, en especial por un regreso nefasto a la política proteccionista que ya está desatando una peligrosa guerra comercial, lo mismo que se trató de evitar en 1944 en Bretton Woods.

Ante los desaciertos de Trump en política y economía, no es extraño que el mundo busque desligarse del dólar como en aquella época hicieron con la libra esterlina.

Al igual que entonces surgió Estados Unidos con una moneda presuntamente prodigiosa, una producción material muy solvente y un PIB envidiable, hoy también hay naciones que abren brechas hacia una relación financiera y monetaria diferente a la actual.

La prioridad no está en la moneda que sustituirá al dólar -aunque se habla de una guerra de divisas- pues el asunto va mucho más allá de esa circunstancia. La ONU incluso ha propuesto en varias oportunidades el uso de una moneda virtual y casi paralelamente surgen con potencia las criptomonedas.

Tampoco se vislumbra como necesaria otra reunión del tipo Bretton Woods para determinar la moneda que serviría de reserva internacional, en cambio sí se piensa qué sistema monetario y financiero internacional la respaldaría aun cuando en el horizonte no se ve ningún atisbo de respuesta y todo queda en el campo de la especulación.

Lo que sí está en el foco de atención de todo el mundo, pero en particular en los aliados europeos de Estados Unidos, son los permanentes déficits comerciales, presupuestarios y la enorme deuda externa de Washington que no parecen tener solución.

Además, son generadoras de mayores impresiones de billetes cuyo respaldo en la producción de bienes y servicios de Estados Unidos es cada día más dudoso.

Algunos economistas aseguran que hoy por hoy el mayor respaldo de la divisa norteamericana no procede de Estados Unidos, sino de los tenedores de dólares a quienes les cuesta bastante trabajo desprenderse de billones de billetes.

En cambio, están recibiendo la inflación que les exporta Estados Unidos, la cual puede aumentar enormemente si esa moneda se elimina como reserva internacional.

Es una encrucijada de la que Europa, China, Rusia y Japón están muy conscientes, y todos intervienen en la batalla de las divisas abiertas en el mismo inicio de este milenio con la aparición del euro que hizo visible la caída del dólar como moneda de reserva.

El momento es trascendente. Al depender técnicamente de la fortaleza de la economía de Estados Unidos, los países tenedores de dólares ya no están obligados a acumularlos para desarrollar sus actividades comerciales y lo más conveniente es salirse de su círculo de influencia, aunque hasta ahora no lo han podido lograr.

‘Si el dólar dejase de ser la divisa de referencia mundial, Estados Unidos perdería el derecho a imprimir dinero para pagar su deuda y esto crearía problemas a la hora de pagarla’, advirtió Rafferty Capital Markets. El euro podría aprovechar esa coyuntura para ganar en preponderancia a pesar del abandono de Reino Unido de la Unión Europea.

A pesar de ser de base económica y financiera, la cuestión de fondo en este caso tiene una connotación política estratégica atinente a todo el sistema capitalista, y consiste en el hecho de que un abandono del dólar como moneda de reserva internacional ineludiblemente será consustancial a una pérdida de liderato de Estados Unidos en el mundo, el cual ya está en precario con Trump por el rechazo que experimenta.

Las trompetas heráldicas ya suenan en viejo continente. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, fue claro y directo al expresar en el parlamento regional flamenco que Europa necesita reemplazar a Estados Unidos como líder mundial, puesto que Washington ya no desempeña ese papel.

Esas ásperas declaraciones las motivó el anuncio de Trump de retirarse del pacto nuclear con Irán, en las cuales Juncker se mostró convencido de que Estados Unidos ha perdido vigor como actor internacional.

Y en lugar de echar agua al fuego, la Casa Blanca le riega gasolina. Estados Unidos amenazó con imponer sanciones a las compañías europeas que hagan negocios con Irán, en represalia a la rebelión de sus aliados que se niegan a salir del pacto nuclear con Teherán.

Es una muestra más de que Estados Unidos se desentiende de los factores de equilibrio garantes, si no de la paz, al menos de la concordia, y doblemente peligroso si es coincidente con un cuestionamiento severo a la que todavía sigue siendo la divisa internacional más recurrida.

Por Luis Manuel Arce
*Editor de Prensa Latina.

La Habana, 17 de mayo 2018
Crónica Digital /PL

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