La realización en La Habana, Cuba, del 15 al 17 de julio, de una nueva versión del Foro de Sao Paulo, es una oportunidad indispensable y responsable para un análisis, sereno y profundo y con una perspectiva de futuro, pero también asumiendo un sentido autocrítico, del escenario político social de nuestra región y de la nueva épica indispensable, que conjugue proyectos y realismo con nuevos protagonismos y tradiciones que permanecen en nuestra cultura, historia, la cambiante realidad y el futuro.
Al mismo tiempo deberá ser escenario de reflexiones sobre la responsabilidad de los sectores democráticos y progresistas, y de los nuevos actores sociales emergentes tanto como los que asumen ser herederos de las viejas tradiciones, proletarias, insurgentes, reformadoras, en el camino que hay que construir o reconstruir, y que aparece obstaculizado por las políticas cavernarias de la Casa Blanca administrado por Donald Trump y sus aliados en la región.
Los peligros para la democracia, la paz, el respeto por los derechos humanos, sociales, económicos, medioambientales, étnicos, para la convivencia, el progreso, la seguridad social, la salud, la educación, generados por un modelo neoliberal y una política neocolonial, amenazan la democracia, la seguridad internacional, la convivencia social y el porvenir de las nuevas y viejas generaciones.
No es casual que desde la Casa Blanca se revelen planes de intervención militar para ahogar en sangre el proceso venezolano, aprobado por su pueblo y ratificado por decisiones político-electoral democráticas.
Si tenemos una OEA que busca- tras años de conspiraciones, dar una plataforma jurídica a una intervención armada a tropas de Estados Unidos o de una “coalición” de gobiernos y Fuerzas Armadas subordinadas, en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Brasil o Colombia, los sectores democráticos de la región, no pueden quedarse impávidos frente a la agresión.
Esto no es ciencia ficción. En agosto del año pasado en la Casa Blanca el presidente Donald Trump planteó a sus asesores más cercanos la posibilidad de una invasión militar contra Venezuela para derrocar a su gobierno legitimo,- según reveló la agencia The Associated Press hace pocos días. La “opción militar” fue planteada luego, el 11 de agosto de 2017 en una cena privada con el presidente, Juan Manuel Santos, de Colombia, idea que reiteró en septiembre del año pasado durante la Asamblea General de la ONU, ante Santos y otros aliados latinoamericanos, según la revista por internet “Político”, en febrero pasado.
Además los planes de intervención militar en la región fueron la hipótesis de guerra de la reciente Operación Unitas Lix, segun lo estableció, el jefe del Comando Sur de Estados Unidos, Almirante Kurt W. Tidd en un texto publicado bajo el título de “Golpe Maestro; un plan para derrocar la dictadura en Venezuela”, en que considera que ha llegado el momento de intervenir militarmente en Venezuela, según denunció la periodista argentina e investigadora, Stella Calloni.
No se trata de bravatas castrenses, sino que es un tema que se está discutiendo al máximo nivel de la Casa Blanca., y frente a lo que nadie puede permanecer indiferente.
Se busca elaborar una estrategia de confrontación bélica a nivel global, contra pueblos y gobiernos soberanos, en África, Oriente Medio, y la ofensiva tiene como blancos estratégicos también a China, Rusia, y otros lugares que el presidente Donald Trump, el Pentágono, el Complejo Militar Industrial y las empresas multinacionales consideren su “Teatro de Operaciones”.
Por otro lado la reunión de destacados líderes de fuerzas políticas y sociales democráticas se desarrolla cuando parece venir de vuelta una etapa de reveses políticos y electorales de las izquierdas, y aparecen algunos signos esperanzadores en el horizonte latinoamericano.
Como ejemplo el triunfo abrumador del líder popular mexicano, Andrés Manuel López Obrador y su partido, el Movimiento de Regeneración Nacional, MORENA, en los comicios presidenciales del presente mes de julio, con un 53.17 por ciento y que significó una derrota contundente de la Derecha local y sus aliados internacionales.
Pero lo más importante es la clave de este éxito: la conexión del candidato con la ciudadanía, la empatía lograda por su discurso y el hacerse cargo de las demandas populares, además de la superación de la aparente contradicción entre la retórica política y los problemas reales o aspiraciones de los ciudadanos.
Ello explica, en contraste con la situación que afecta en general a los procesos electorales en la región- una alta abstención y rechazo progresivo a los cenáculos partidistas y desencanto hasta por la institucionalidad democrática- por qué en los comicios mexicanos se registró un significativo bajo porcentaje de abstención,, un 37.56 por ciento- Ello es una enseñanza al mismo tiempo que un compromiso a no olvidar por la izquierda latinoamericana y de Chile en particular castigada por los resultados de los comicios municipales de 2016 y presidencial y parlamentaria de 2017.
Y sobre todo, porque nueva realidad política de México constata una recuperación de la confianza ciudadana en una propuesta política progresista, democrática, latinoamericana con la que los ciudadanos se identificaron.
Este valor de la confianza y la adhesión es un atributo de la política y debe estar en la orden del día de los partidos y movimientos de la Izquierda y se debe pensar creadoramente en lograr este vínculo lenguaje-acción para los combates futuros.
Además, claro, de la unidad y coherencia política, y sobre todo la responsabilidad patriótica y popular, en cada escenario nacional, y de una línea estratégica a nivel regional. De ello depende la claridad de objetivos, el sentido de futuro de las estrategias y tácticas del acontecer político, de las libertades y la profundización de la democracia. En fin de la felicidad de los pueblos.
América Latina está dejando de ser un campo de experimentación y despojo del neoliberalismo, del intervencionismo económico, financiero y militar y algunos de sus presidentes, al mismo tiempo destacados empresarios, prohombres y del modelo económico neoliberal han debido dejar el poder o permanecen en el, con los más bajos niveles de adhesión ciudadana, acusados de corrupción, sobornos, nepotismo.
Ahí están los ejemplos de algunos socios y amigos del presidente chileno, Sebastián Piñera, el peruano Pedro Pablo Kuczynski, que alcanzo a gobernar 20 meses y se vio forzado a renunciar al cargo,; de un Michel Temer, con un rechazo del 90 por ciento de los brasileños; del argentino Mauricio Macri que ha bajado a un 35 de aprobación y una desaprobación de 54 por ciento, y con una movilización opositora de magnitud.
Es evidente que tenemos la obligación de dar respuestas. Y eso esperan muchas voluntades dispuestas a hacer su aporte a las transformaciones necesarias,
El protagonismo popular, la sintonía entre el clamor del electorado y el discurso y acciones de los políticos es una experiencia y una tradición que no se puede volver a olvidar en nuestra izquierda latinoamericana y que estuvo, por ejemplo, presente en la derrota electoral de la izquierda progresista chilena.
Obviamente no esperamos que el evento en La Habana sea una simple reflexión autocritica, o se quede en un mero ejercicio de retórica autoflagelante o un ajuste de cuentas sectario e inconducente , sino que abra una perspectiva de futuro, el germen de un proceso de reagrupamiento de fuerzas, de voluntades, de sueños y la generación de una plataforma movilizadora.
La discusión es indispensable, necesaria, pero no puede quedarse en la academia, en la retórica. Debe encontrar las respuestas, la voluntad, el compromiso para propuestas elaboradas con los ciudadanos, el pueblo organizado, en un escenario de democracia participativa, de efervescencia de “la calle”, con el despliegue del entusiasmo de las masas, vocación libertaria, compromiso con justicia social, más allá del sectarismo, de siglas que no representan sustancia ni fuerza política o representativa, o de un mesianismo con ribetes de soberbia que solo se escucha a si mismo y menosprecia al pueblo.
Tenemos sin duda, los sectores progresistas, un conglomerado que abarca a muchas visiones, demandas, experiencias, grandes tareas políticas y sociales.
Hay muchos sectores, sensibilidades, que esperan su lugar en la construcción de una sociedad que los incluya, y los reciba y acoja como hermanos, camaradas, correligionarios, compas.
En cada rincón del continente hay muchos que confían en las deliberaciones del Foro y en sus conclusiones, con la certidumbre de que hay que pasar de la reflexión a la acción.
Estamos a tiempo.
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 9 de julio 2018
Crónica Digital