Por Juan Andrés Lagos: PROYECTO INCONCLUSO, PERO NO DERROTADO

El golpe fascista del 11 de septiembre de 1973 (con una altísima intervención e injerencia de los Estados Unidos, como lo demuestran informes, antecedentes e investigaciones de instituciones de ese mismo país, y que en Chile hasta ahora no ha sido investigado a fondo), es en sí mismo una muestra de que el proceso democrático encabezado por Salvador Allende no podía ser detenido con formas políticas institucionales, democráticas.

La experiencia histórica que culmina con el gobierno de la Unidad Popular, y que en los años siguientes, hasta el golpe, crecía en adhesión electoral, es un acumulado de décadas de construcción social, política, cultural, desde donde emana un programa de gobierno que se puede sustentar en la arquitectura de un Estado profundamente reformado, consecuencia de intensas y profundas luchas, de iniciativas parlamentarias, de brechas y rupturas sucesivas, en donde no sólo las fuerzas de izquierda juegan un papel protagónico. También inciden en ese proceso de reformas permanentes, partidos del centro, como la Democracia Cristiana. Y la progresista Iglesia Católica de la época. Es un período en el que surgen y se desarrollan sujetos sociales de gran incidencia; incluso la Juventud, como estado social producto de esos avances, no como un hecho episódico, ni espontáneo, juega un papel gravitante en la vida social y política del país, en su conjunto.

Es el Estado chileno la expresión de un proceso que parte en la década del treinta, del siglo pasado, y tiene un punto altísimo de síntesis en el gobierno de la Unidad Popular. En su histórica intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Salvador Allende advierte, y pronostica, el surgimiento del principal enemigo de las democracias y los estados nacionales en el mundo, pero especialmente en las naciones periféricas y en América: las corporaciones y consorcios transnacionales, sustentados en el capital especulativo-financiero, que tratarán, dice preclaramente, de destruir las soberanías; controlar sus recursos naturales y energéticos; usar para su beneficio las capacidades tecnológicas; y generar nuevas formas de dependencia.

Chile era una experiencia institucionalmente democrática, que generaba grandes esperanzas en el mundo. Y, a pesar de eso, Estados Unidos y esas corporaciones no dieron ninguna tregua al proceso político chileno, como lo explicitó el prepotente secretario de estado, Kissinger, y el mismo presidente Nixon.

¿Era evitable el golpe, que terminó con esta histórica experiencia democrática?

La determinación del dispositivo imperialista estaba adoptada, y tenía mucho que ver con el carácter del programa de la Unidad Popular, y la vía chilena al Socialismo que, de avanzar y ser exitosa, podía ser factor de emulación en toda la región y en el mundo. Estratégicamente, la determinación de hacerla fracasar se adoptó muy tempranamente. De hecho, el desenlace de la situación se produjo en muy poco tiempo, escaso tiempo, si se le compara con las décadas de acumulación previa.

Hubo un momento, una posibilidad, de ensanchar las alianzas y las correlaciones de fuerzas, sin que el proceso se modificara sustancialmente. Y fue cuando el líder presidencial de la DC, de corte progresista y hasta izquierdista para esos tiempos, Radomiro Tomic, planteó la “unidad del pueblo” y acercar posiciones. En la izquierda no tuvo eco, y en su partido, la DC, los sectores que veían en ese acercamiento un peligro tremendo para las posiciones más conservadoras, que miraban a la derecha como aliado principal, hicieron todo para abortar ese camino de posible unidad.

Decantado los tres tercios de la política chilena: derecha, centro e izquierda, (la mesa de las tres patas, como dirían muchos analistas, historiadores y políticos de la época), el tema crucial fueron las alianzas, y la iniciativa que, desde una posición totalmente minoritaria, tomó y adoptó la derecha criolla, fuertemente respaldada política, monetaria y militarmente por los Estados Unidos. Una hipótesis plausible, es que, si esta disputa de fuerzas políticas se hubiera mantenido en los cauces democrático-institucionales, es probable que mínimos entendimientos entre el centro y la izquierda habrían sido factibles. De hecho, el Cardenal Silva Henríquez intervino para intentar esa vía de diálogo. Y el mismo 11 de septiembre, el Presidente Allende tenía decidido convocar a un plebiscito para consultar al pueblo, respecto de la continuidad del proceso, que de seguir, él consideraba necesario sobre bases de entendimientos mayores. ¿Ingenuidad?, ¿Demócrata hasta el final?, ¿Firme convicción institucional?

El punto determinante es que la ofensiva derechista, orientada y fuertemente estimulada por la estrategia norteamericana, obviamente nunca tuvo como objetivo “salvar” la democracia chilena, su meta era destruirla y derribar al gobierno de la Unidad Popular. Todo lo que viene después, confirma esto, y con dramatismo extremo, incluso porque tanto la dirigencia política del centro y de la izquierda, creen inicialmente que se podría tratar de un golpe breve, tal vez acotado. Y lo que vino fue una contra revolución que barrió con a lo menos 50 años de logros y conquistas, e impuso una arquitectura neoliberal extrema, sustentada en lo que Allende había proyectado en su discurso en Naciones Unidas.

En rigor histórico, la derecha fraguó y construyó el golpe, diseñó sus condiciones, intervino al interior de las Fuerzas Armadas, obviamente aprovechó todos los errores de las izquierdas y el propio gobierno. Sin embargo, desde el presente y desde la historia, ninguno de esos hechos alcanza, siquiera en lo más mínimo, a justificar el golpe. La construcción de la “necesidad” de un golpe de estado a la democracia chilena, es el factor sustantivo que tanto Washington como la derecha chilena, consideraron totalmente irrenunciable. De hecho, el golpe se “adelanta” y se confirma cuando el mando cívico-militar se percata del “peligro” que podía significar, para sus planes fascistas, el plebiscito al que iba a convocar el Presidente: un ejercicio y confrontación política en el terreno que la derecha sabía que podía perder, o debilitarse, esto es, la consulta informada al soberano.

Salvador Allende convocó a miembros destacados de las Fuerzas Armadas a su gabinete, cuando estaba desatada la ofensiva golpista, porque estimó que ellos podían jugar un papel de estabilización del proceso. Por cierto, la derecha lo cuestionó y acusó de traidores a los comandantes que asumieron tareas ministeriales: Después del golpe, el comandante en jefe del Ejército, Carlos Prats, y su esposa, fueron asesinados en Argentina por agentes del estado fascista chileno; y el general Bachelet, muere producto de las torturas y la detención de la que fue objeto. En algunos sectores de izquierda, no se compartió ese paso de Allende, e incluso hubo voces que advirtieron del riesgo de una “militarización” del gobierno. Se entendía poco, o nada, el paso dado por el Presidente.

Aún en medio de la aguda crisis, las elecciones mostraron que la adhesión ciudadana al gobierno, a los partidos de la UP y a Salvador Allende, crecía. El tercio izquierdista chileno, crecía. Principalmente los partidos comunista y socialista. En la alianza de centro-derecha, comenzaba a producirse un fenómeno histórico: En las últimas elecciones antes del golpe, la derecha aumentaba su caudal de votos, y le quitaba adhesión electoral al centro, que perdía votación. La derecha golpista tenía el liderazgo en la alianza con el centro, ganaba posiciones político-electorales, y mantenía la ofensiva para legitimar el golpe de estado fascista.

En medio de la crisis, así se abrió paso a la ruptura histórica con la Democracia chilena. Un estado social que, producto de décadas, a proporción comparativa, era uno de los más avanzados de la región y del mundo.

¿Era defendible ese estado social democrático?

Sin ninguna duda lo era. En primer lugar, con las armas políticas e institucionales de la propia democracia. Aun cuando la arremetida norteamericana fue en toda la línea, y en todo el continente. Con mirada histórica, los pasos tácticos de Allende iban en esa dirección.

Desde mi personal visión de los hechos, quien mejor describe el último y heroico gesto de Allende, es el primer ministro de Francia que vino a Chile cuando los restos del Presidente fueron traídos al mausoleo en donde hoy descansan. Dijo: “Allende murió en La Moneda, con un fusil en sus manos, defendiendo la Democracia y el Estado de Derecho”.

Ya en curso evidente el golpe, cuando la violencia terrorista se metía por todos lados, antes del criminal 11 de septiembre, hubo expresiones totalmente legítimas de las y los trabajadores; de las mujeres; de los jóvenes; de las y los campesinos; en fin, de contundentes sectores del Pueblo, que expresaron su determinación de defender al gobierno y al Presidente. Esa defensa, no logró expresarse en una articulación política, social, incluso militar y orgánica. No es cierto que TODAS las Fuerzas Armadas estaban por el golpe. Sí es verdad que, asumida la conducción de Pinochet en el Ejército, el alineamiento fue rápido y brutal. También al interior de las instituciones castrenses hubo represión, incluso antes del golpe militar. Muchos uniformados fueron víctimas de sus propios compañeros de armas, tras el golpe, en una vendetta que sería bueno que todo Chile pudiera conocer, y especialmente al interior de los institutos militares.

La izquierda, fragmentada y a la defensiva, concluyó en una derrota estratégica. Sin embargo, el proceso hacia un estado democrático de derechos y de igualdad, que encabezó Allende, sigue vigente. Ya cerca de cumplirse 50 años del golpe, mirando las tendencias mundiales y regionales; la multilateralidad que se sigue abriendo paso en el planeta y en nuestro continente, es evidente que el proyecto revolucionario y democrático interrumpido sólo con un brutal golpe de estado, sigue vigente.

No es casual que, en nuestro continente, y en el mundo, diversos proyectos emancipadores tengan como referencia, en la actualidad, el proceso chileno democrático hacia el Socialismo. Mirar esta experiencia como realmente fue, en sus contenidos y formas, es necesario con un mínimo de honestidad. La UP y Allende no pueden ser objeto de falsas interpretaciones. Otra cuestión distinta es expresar desacuerdos, incluso con mirada retrospectiva, eso es respetable.

La explícita solidaridad de Allende con Cuba; Vietnam; con los pueblos de África; con el campo socialista de ese entonces, son asuntos claros, contundentes. Con la misma fuerza, Allende defendió hasta el final la vía chilena democrática al Socialismo. No era partidario de copias, ni de modelos.

Periodista. Encargado de relaciones políticas del Partido Comunista

Santiago de Chile, 20 de septiembre 2018
Crónica Digital /revistaopinion.cl

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