Este periodista que se ha dedicado a investigar el periodismo de la década de los “70 y ha publicado los libros: “Estaciones” 1997 y “Barrio Yungay” 2012, se encuentra terminando su último libro “La Animita del Pueblo”, pero quisimos conversar con él sobre su anterior novela histórica “Calle Dieciocho” 2001. Aquí nos remonta a los años “80 con una mirada de un estudiante de enseñanza media que junto con su curso se enfrenta a ese convulsionado tiempo del plebiscito del SI y el NO.
“El carro lanza agua persiguió a los manifestantes hasta calle Londres. Algunos se refugiaron en la Iglesia San Francisco. Todo se nubló y mis ojos de irritaron, tropecé con otro manifestante y caí junto a una pileta, quedé empapado y perdí un casete pirateado de Silvio y Pablo en Argentina”. Así, se va hilando el comienzo de tu libro, pero por qué no haber realizado una investigación histórica en vez de una novela, pensando en que tú eres periodista.
–Bueno hay una investigación periodística a pesar de que yo viví el proceso eleccionario, el punto es que mi curso, mi colegio y todo mi entorno no aparecen en un libro de historia, pero sí en una novela, porque esta te da el espacio para rescatar la hermosa y real aventura de amor que se cruza con la política y que nos muestra los conflictos y prejuicios que influirán en esta generación.
Siempre se habla de la importancia que tuvieron los estudiantes universitarios en la lucha contra la dictadura y el triunfo del “No”, pero tú, haces una reivindicación del movimiento segundario, dándole una trascendencia a ese uniforme escolar. Será tan así, ya que prácticamente ellos es su mayoría no tenían la edad para votar.
-Te recuerdo que en esos años existían los liceos comerciales e industriales, en los cuales se estudiaba una especialidad hasta quinto medio, por tanto, eran muchos estudiantes que salían con 18 o 19 años del colegio y que por supuesto alcanzaron a votar. A partir de 1986 los estudiantes secundarios se unieron además a las protestas contra el proceso de municipalización de colegios públicos llevados por la dictadura y es en este momento que se produce una gran movilización de los estudiantes con el apoyo del Colegio de Profesores. Pero los adolescentes además, participaban mucho en grupos de iglesias y encuentros culturales y es aquí donde se van dando cuenta de la desigualdad social y se comienzan a exigir una educación más democrática, eran sin duda, lo que los jóvenes ochenteros buscaban. Piensa en las imágenes fotográficas y videos de esa época que hay de las poblaciones y te darás cuenta que la mayoría que estaba en la calle y en la las barricadas eran escolares.
Cuáles eran las inquietudes de los estudiantes en 1988 y qué diferencia ves con los estudiantes de hoy?
–Principalmente las motivaciones eran políticas y esta inquietud se despertaba simplemente por el hecho de ser la generación que no conocía la democracia. En el colegio aprendimos que correr por los pasillos era peligroso, ser inteligente era peligroso, crear era peligroso, pero lo más peligroso era pensar distinto. El pelo largo y todo acto de cultura era transformado como algo subversivo por las autoridades del liceo y cuidado con cuestionar la autoridad del profesor. Ellos eran los amos y señores de la clase. Por tanto, dentro de este esquema no era tan difícil darse cuenta que algo andaba mal en nuestro país. Y la diferencia con los jóvenes de ahora es la democracia, pero había una enfermedad que hoy está extirpada de la mente de esta generación y esa enfermedad se llamaba miedo. Lo digo en el libro, el miedo era un síndrome difícil de extirpar. Y el poder de la autoridad radicaba precisamente en nuestro miedo.
“Calle Dieciocho” me recordó a Palomita Blanca de Enrique Lafourcade. Hay un acercamiento a esta narrativa en tu creación o es solo coincidencia?
-Mi adolescencia está marcada por tres novelas: “Gracia y el Forastero”, “Cien años de Soledad” y “Palomita Blanca”. Recuerdo que un maestro de castellano (lenguaje) de primero medio nos leyó “Palomita Blanca” y para nosotros fue la puerta que abrió nuestras mentes a un trozo de historia desconocida y prohibida. Esa diferencia de clases, el MIR, Silo, el Coppelia, el Drugstore, los momios, el festival de piedra roja, todo un mundo nuevo. Entonces quise hacer un poco la historia de la generación que venía después de la del “70 y que mejor que escribir del acontecimiento que de una u otra manera cambió nuestras vidas…piensa que estábamos en dictadura y gritábamos “Iba a Caer, iba a caer” era emocionante cuando lo hacías.
“Chile la Alegría ya viene”…todos la cantamos y vibramos por esto que era más que una canción, era un cambio radical para los chilenos. Crees que la Alegría llegó?
–Claro que llegó, en ese momento llegó y fuimos felices. Fue un cambio notable para todos los que lucharon, se sacrificaron y murieron por la libertad y la democracia. El problema que con el tiempo me he dado cuenta que compramos la libertad, que hipotecamos la democracia y empeñamos nuestras confianzas en una política que no nos defendió de todos los males que vendrían. Piensa que los ganadores del “No” tuvieron que negociar con los perdedores y Pinochet nos hincho las pelotas hasta que murió.
El General Matthei la noche del 5 de octubre reconoce al entrar a la Moneda el triunfo del “No”. Uno de tus personajes, que es un político de derecha, manejaba mucha información de un autogolpe. Es parte de tu mente de escritor este episodio o hay algo del periodista, es decir, es real o ficción eso de que Pinochet quería hacer un autogolpe?
-Pinochet tenía la esperanza y estaba medio convencido de que ganaría el plebiscito, pero todo indica que tenía su plan B. Y este era sencillamente desconocer los resultados, piensa que curiosamente tres días antes de las votaciones, la noche del 2 de octubre quedaron a oscuras siete regiones del país y la Casa Blanca a través de su embajador recibía una denuncia de la posible suspensión de las votaciones por lo militares. Carabineros, además, manejaba información secreta de que el ejército estaba trasladando elementos de guerra, lo que no era necesario para el resguardo electoral. Sin embargo, Mattei se adelantó en reconocer delante de toda la prensa que había ganado el “No” lo que derrumbó cualquier plan de Pinochet de impedir que se dieran a conocer los resultados del plebiscito, que estaba siendo visto por delegaciones extranjeras que venían de observadores y más de 390 corresponsales de prensa de todo el mundo.
-Cuéntame de tu nueva novela: “La Animita del Pueblo”, tiene también ese sesgo histórico.
Claro me atrae jugar con la historia, en este caso hablo de un pueblo que está en un balneario cerca de Santiago y que perteneció a la aristocracia de principios del siglo XX. Aquí desarrollo mis personajes a principios de 1980, cuando estábamos alucinados con los videojuegos como el Space Invaders, nuestros héroes era Carlos Cazely y el Pato Yáñez, pero nuestras mayor perversión era estar tirados de guata en la arena para ver mujeres saliendo de la playa con los bikinis Catalina, donde no había preocupación de ponernos un bloqueador para la piel, ya que ni siquiera sabíamos eso de la capa de ozono y menos el cáncer a la piel. Mientras la comida chatarra comenzaba a popularizarse.
-Veo que aparecen los “80 nuevamente en tus relatos, es ahora un poco de tu vida de niño o adolescente?
-Hay mucho de mi niñez en este relato, pero la ficción está sustentada en distintos momentos históricos. Como niños vivíamos en una burbuja de felicidad en plena dictadura, sin darnos cuenta de nada anormal a nuestro alrededor. Eso éramos los niños, pero en este pueblo el alcalde apoya el sistema autoritario, el cura es un depravado y los protagonistas son dos niños que crecen y se enamoran con un final…la novela termina la madrugada de 27 de febrero del 2010…para el terremoto.
Por Equipo Crónica Digital
Santiago de Chile, 5 de Octubre 2018
Crónica Digital