El año pasado, Bagdad compró productos no petroleros a Irán por valor de más de seis mil millones de dólares que implica un aporte significativo a una economía devastada por la guerra y la invasión norteamericana de 2003 para derrocar a Saddam Hussein.
En todo caso, los analistas estiman que Iraq camina por una cuerda floja entre las tensiones de Teherán y Washington, este último empeñado en quitar influencia iraní en la región.
Con ese motivo, el jefe de la Casa Blanca, Donald Trump, ordenó la salida unilateral norteamericana de un acuerdo nuclear sellado en 2015 entre Irán y seis potencias mundiales, incluido Estados Unidos, y a continuación reimpuso sanciones contra el país de los persas.
La etapa más reciente de ese castigo entró en vigor el lunes pasado contra los sectores bancario y petrolero.
Sin embargo, su cumplimiento excluye a la economía iraquí que, entre otras, depende de la generación energética iraní sin la cual la red nacional sufriría cortes de hasta 20 horas diarias.
Y aparte, desaparecerían de los mercados todos los productos de Irán que van desde alimentos enlatados y frescos hasta alfombras y automóviles.
Durante meses, el gobierno iraquí intercambió criterios con funcionarios estadounidenses e iraníes, en un intento por aislar a su economía del enfrentamiento entre Washington y Teherán.
El primer ministro iraquí, Adel Abdel-Mahdi, declaró que Bagdad estaba en conversaciones con ambas partes para proteger sus intereses.
‘Iraq no apoya el régimen de sanciones. Habla con todos, y no quiere involucrarse en un conflicto del que no forma parte’, precisó Abdel-Mahdi.
Bagdad, 9 de noviembre 2018
Crónica Digital /PL