“La paz es la aspiración suprema del hombre que siente la libertad como imperativo de conciencia” Raúl Roa García.
Donald Trump ha autorizado a disparar contra la caravana de migrantes centroamericanos y si fuera necesario los exterminaría a todos. Y no debería sorprendernos, si antes ya autorizó a torturar niños menores de 3 años, al separarlos de sus padres, encarcelarlos, drogarlos y llevarlos a juicio, violando toda norma del derecho Internacional. La lista de crímenes y violaciones a los derechos humanos cometidos por Estados Unidos crece día a día.
La caravana de migrantes está compuesta por valientes latinoamericanos que se han visto obligados a abandonar sus países a causa de las condiciones de vida infrahumanas, producto del sistema neoliberal impuesto por Estados Unidos, similar a lo que ocurre con la Unión Europea y su reacción frente a la crisis de migrantes africanos y refugiados de Medio Oriente que amanecen muertos todos los días a las orillas del mar Mediterráneo y que huyen de sus tierras por miseria, hambre y guerras provocadas por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, o sea, provocadas por quienes hoy rechazan y criminalizan esta inevitable migración.
En un gesto de notable dignidad la caravana de migrantes centroamericanos decidió hacer lo que los gobiernos de sus países no son capaces: enfrentar a los responsables de que hoy sus patrias sean territorios inhabitables; su determinación los lleva incluso a estar dispuestos a resistir en total desigualdad de condiciones, sin armas y con niños al hombro, a un escuadrón de más de 15 000 soldados y 100 civiles armados que el magnate ordenó sean desplegados en la frontera entre Estados Unidos y México.
Y es que el reverdecimiento del neofascismo a escala global es un hecho ineludible. No hay plaga más eficaz en la historia de la humanidad que el engendrar el odio y la intolerancia a la diferencia. Los civiles estadounidenses armados convocados por Trump a disparar en nombre de la nación —a través de la operación militar “Patriota Fiel”—, llevan años esperando este momento; les han alimentado este deseo desde todos los lugares posibles, al exaltar constantemente el fascismo en la sociedad (encubierto bajo un aparente patriotismo). Las palabras de Donald Trump dan cuenta de aquello, al referirse a su muro de alambres de púa de manera sádica y psicópata: “el alambre de púas utilizado de manera apropiada puede ser una escena muy hermosa”.
Lo mismo hace Bolsonaro en Brasil, por eso la primera medida es la tenencia de armas para el “pueblo”, porque cuando decida atacar a Venezuela —si los pueblos de Latinoamérica se lo permitimos— lo hará con su ejército y con el 55,21% de la población fascista que votó por él.
Las claves para generar el cambio de subjetividad que ha sufrido la humanidad dominada por el sistema cultural hegemónico de Estados Unidos, son el control de las masas a través de los medios de comunicación, que, en un principio de manera subliminal y ahora frontalmente, enaltecen la doctrina fascista exacerbando el nacionalismo, el odio y la intolerancia. Como ocurriera con los nazis hacia los judíos, poner al otro en esa condición de “no humano” con lo que no te identificas, justifica la cosificación, la agresión e incluso el crimen en nombre de “Dios y la defensa de la nación”.
La derecha latinoamericana, fiel vasalla del imperialismo de Estados Unidos ha perpetrado el fascismo en la sociedad, niegan los derechos fundamentales como educación y cultura para el pueblo, vacían al ser humano de espiritualidad y razones profundas por las cuáles vivir. Eso genera como consecuencia un sujeto carente de identidad, moldeable, dispuesto a recibir a través de evangelios la doctrina fascista. Y es lo que viene ocurriendo en Latinoamérica desde los 90. Las transiciones de las dictaduras militares hacia las falsas democracias —o sea, la “democracia representativa”—, estuvieron acompañadas por fuertes movimientos de evangélicos fanáticos que se desplegaron en todo el territorio, sobre todo entre las poblaciones marginales, y reemplazaron la articulación social por el credo sometido.
En 1972 los evangélicos en Estados Unidos constituían el 18% de la población y ya en 1989 habían llegado al 28%, cifra que se mantuvo constante hasta 2016. Pertenecen a la extrema derecha y apoyan incondicionalmente a Trump. Es un fenómeno a estudiar por la izquierda, y urge afrontar el desafío. Boaventura de Sousa Santos, destacado intelectual portugués, lo alertó en una entrevista al diario El País:
Desde luego no es una convulsión repentina, tiene sus causas. Si dejamos de ocupar un espacio, otros lo harán. Si los partidos clásicos se dedican a procesos electorales y a sus alianzas, y no trabajan con las clases populares, otros lo harán. Y no solo los partidos. La iglesia católica tenía en América Latina un fuerte enraizamiento con la Teología de la Liberación. Juan Pablo II la liquidó y ese vacío está siendo ocupado por la llamada teología de la prosperidad de las iglesias evangélicas de influencia norteamericana… Las izquierdas tienen que acabar con sus dogmatismos y aislacionismos y tener conciencia de que, en este ciclo reaccionario, las fuerzas de izquierdas son las que mejor pueden defender la democracia porque la derecha se entregó absolutamente (la izquierda parcialmente) a los poderes financieros.
Florencia Lagos Neumann
La Habana, 15 de noviembre de 2018
Crónica Digital