Eugenio Lira Massi fue uno de los más célebres periodistas chilenos, durante el período inmediatamente anterior al golpe de Estado. En los 60 logró una enorme popularidad por sus crónicas en el diario “Clarín”, por su participación de la revista “Topaze”, por su exitoso libro “La cueva del Senado y los 45 senadores”, por su conducción del programa “La entrevista impertinente” en el Canal 13. En 1970 se comprometió, a fondo, con la candidatura presidencial de Salvador Allende y levantó el diario “Puro Chile”. Hoy tiene el carácter de mito de la historia del Periodismo.
Se ha destacado su sentido del humor y su forma traviesa para abordar la contingencia. Pero también era notable su agudeza. Así, en los meses previos al 11 de septiembre de 1973 Lira escribió una sucesión de trabajos, en su “columna impertinente” del diario “Puro Chile”, en que advertía de la conspiración en marcha, en perspectiva del golpe de Estado.
Parece pertinente recordar algunos de esos textos, en los complejos momentos que enfrenta América Latina, sobre todo considerando la extraña polémica que se levantó sobre las similitudes y diferencias entre la experiencia del Gobierno de Salvador Allende y los actuales acontecimientos en Venezuela.
El 6 de junio de 1973 escribió una columna en que señalaba: “La cosa está clara. Para los magistrados de la Corte Suprema (…) todo lo que sirva para atacar al Gobierno (de Allende) es ‘legítimo’. Toda medida de defensa del Gobierno es ilegítima (…) Tienen la sospecha de que este Gobierno camina demasiado cerca, para su gusto, del pueblo”. Daba el siguiente caso: “Lo sucedido con la Radio SNA (Sociedad Nacional de Agricultura), que maneja el sector más derechista de la reacción (…) es un ejemplo claro. La SNA, la noche del 30 de mayo, propalando noticias falsas pretende crear una asonada callejera en Rancagua y Santiago”. La emisora había hablado de una supuesta represión, con muertos y heridos, a manifestantes contrarios al Gobierno de Allende, lo que se demostró después que era falso.
Continúa Lira: “El Gobierno la clausura. La Corte Suprema y la Corte de Apelaciones dicen que esa clausura ‘atropella la legalidad’ y acusan a un miembro de la estructura superior del Ejecutivo de desacato. En una palabra: llamar a la asonada callejera, propalar noticias falsas, provocar un desorden en dos ciudades matizado con llamados a derribar un Gobierno es ‘legítimo’… impedirlo, es ilegítimo”.
Luego de las informaciones falsas, Lira Massi reprodujo parte de las declaraciones de líderes opositores que “reaccionaban” a las «noticias» respecto de una supuesta represión por parte del Gobierno: Alfredo Alcaíno, alcalde de Providencia: “Que la gente salga a las calles a defender la libertad”; Gabriel Hernández, locutor de Radio Agricultura: “Hacer efectiva la resistencia civil”; Hermógenes Pérez, diputado: “La gente debe salir a las calles para defender la democracia y la libertad de prensa”; Arturo Frei, diputado, calificó al Gobierno de “la tiranía del frívolo señor Allende”; Carmen Luz Amunátegui, dirigente de la Juventud Nacional: “Ha llegado el momento de volcarse a las calles”; Rafael Otero, diputado, habló del “anciano tirano de Tomás Moro” y del “asesino de Tomás Moro” (calle donde se ubicaba la residencia del Presidente Allende).
Es decir, concluía Lira, “todo esto, para la Corte Suprema y la Corte de Apelaciones (…) es ‘legítimo’. Acallar este rosario de injurias y estos llamados a la asonada callejera, es ‘atropellar la legalidad’. Conspirar es ‘constitucional’. La cosa está clara”.
El 5 de septiembre de 1973, pocos días antes del golpe de Estado, Lira Massi escribió una estremecedora columna titulada “Una receta gratis”. Señalaba: “No hay nada más fácil que derrocar un Gobierno Popular”. Con sarcasmo anotaba que “si la CIA (…) u otros sectores interesados, estimaran conveniente pedirme consejo, y me aseguran que cuentan con los medios de difusión y económicos necesarios” podría sugerir los caminos para materializar ese propósito.
Indicaba que lo primero era generar las condiciones para el desabastecimiento de los productos esenciales, para que los efectos del conflicto “recaigan en la gran masa, en el pueblo, en los trabajadores, en sus familias”.
“Junto con esto hay que desatar una ola de terrorismo con atentados personales, a fin de que todo el mundo ande entre espinas y se le empiece a meter en la cabeza la idea de caos y desorden en que nadie obedece a nadie y la autoridad está sobrepasada. Esto obliga a reaccionar a las autoridades con firmeza, entonces se les resiste y se empieza a hablar de brutal represión (…) Cuando ya se empiezan a sentir los efectos del conflicto y empieza a faltar de todo, y el pueblo tiende a desesperarse, hay que hacer objeto de una gran provocación a las Fuerzas Armadas, a fin de que si pensaban intervenir, lo hagan a favor de este lado y no del otro”, anotaba.
Agregaba: “A estas alturas de la película ya es fácil empezar a actuar en el terreno enemigo. Sembrar la confusión en la clase obrera, empujar movimientos reivindicativos de tipo económico, afirmándose en la evidente escasez, en la especulación y en el mercado negro. En una palabra, desmoralizarlo, desmovilizarlo (…) Si se consigue hacer resaltar las discrepancias entre los partidos de la clase obrera hasta llegar a dividirlos, es cuestión de sentarse a esperar que el Gobierno caiga”.
Y advertía: “Para que el plan resulte, los trabajadores tienen que ser unos perfectos pelotudos, y sus dirigentes mucho más”.
Por Víctor Osorio.
El autor es periodista y fue Ministro de Estado.
Santiago, 4 de marzo 2019
Crónica Digital.