El alzhéimer borra la memoria, pero no la pasión por el fútbol ni las emociones, según algunos científicos y es que el llamado deporte rey ha marcado nuestras vidas incluso hasta el menos fanático lo reconoce y el recuerdo demasiado cliché del penal de Caszely en el Mundial del “82, no cambiaba mucho lo que vendría después si el balón hubiese entrado, pero lo concreto, es que ese hecho marcó nuestra adolescencia, entonces el gustito por todo lo que tenga sabor a fútbol se nos cuela por la piel, todavía me gusta ver “Fuga a la Victoria” de 1981 y nuestra querida “Historias de fútbol” de 1997 dirigida por Andrés Wood, por tanto, leer “El Gol de Lucila” –Historia y Crónicas de fútbol- del debutante en el mundo de las letras y futuro periodista, Vicente Vásquez (ediciones Subterra nis) te vuelve a sumergir en ese mundo único de los estadios, los hinchas, las pichangas de barrio, los equipos de segunda, las grandes derrotas y por supuesto los triunfos. Este libro -lleno de narraciones futboleras- nos da un paseo por los últimos 50 años de nuestro deporte nacional y si bien es cierto hay un rescate histórico, la realidad va mesclando ficción en estos veintiséis relatos.
El primero de estos cuentos es justamente el que le da el nombre al libro “El gol de Lucila”, que es una pequeña de quinto básico atrapada por el juego del balompié, la lejanía y sus compañeros hombres que tienen el monopolio de la pelota. “La Gabi tiene talento. Tiene la técnica de Pancha Lara, se barre como Carla Guerrero y transmite seguridad como Tiane Endler. Es un prodigio, pero le tocó nacer en un recóndito rincón del mundo, tierra de uvas, poesía y estrellas. Su amor por el balón es incomparable. Sabe algunas cosas de Gabriela Mistral, poetisa chilena que nació en Vicuña y recibió el Premio Nobel de Literatura en 1945. De hecho, esta pequeña estudia en la escuela que lleva el nombre real de la escritora: Lucila Godoy Alcayaga.”
En las páginas de este autor vamos encontrando un verosímil trayecto entre sus personajes que bordean la ficción y la realidad, como en “Y si vuelves” que apelando a su condición de periodista recrea una entrevista a Alexis Sánchez –Sólo quiero ser feliz, volver a sentirme como ese niño que volaba en aquellas canchas de tierra. Sucio, sudado, llegando a mi casa para recibir un beso cariñoso de mi mamá-.
–¿Y si vuelves?
–¿A mi hogar?
–No, a ser el que nos sorprendió.
Los episodios de su propia vida, Vásquez los va desmembrando inteligentemente y su memoria emotiva va desgranándose poco a poco es sus historias: “Mi tía falleció de un cáncer al pulmón. Tenía 50 años. Los cigarros habían pasado la cuenta. La última vez que estuve con ella me preparó unas marraquetas con huevos revueltos. Las mejores de mi vida. Ese mismo día dieron un partido de fútbol por la televisión abierta y lo vio conmigo, a pesar de que no le interesara en lo más mínimo”
Hay un relato ingenuo, que te hace volver a la niñez, esa tierna, donde la preocupación mayor con rabia y pena fue haber perdido un penal. “El peor dolor” es volver a esa pichanga de barrio, a ese refugio tan maternal de consuelo en el hogar y que hoy a la distancia es solo una anécdota: “Me he reído de Caszely, Baggio o Messi, ¿Con qué cara? Siento la vergüenza en la mirada de mis amigos. Quiero llorar, ojalá no estuviera nadie aquí. ¡Mamá, déjame solo! ¿Por qué yo? ¿No podía ser el Mario? Él insistió toda la semana. Ahora tengo más miedo que nunca. ¿Cómo levantarse?”
La escena nacional bombardeada tras el Golpe Militar del 73 trajo consigo cientos de historias y Vásquez hace un relato desgarrador de un detenido desaparecido: “Iba todos los fines de semana a verte. Mi mamá estaba desesperada. Presentíamos que sí te encontrabas en ese lugar, escondido contra tu voluntad. Nunca te encontré. No me dejaron hacerlo. Seguí yendo con el paso de los años. No podía disfrutar de los partidos que alguna vez vi contigo, de alguna forma estabas ahí. En el coliseo deportivo más grande del país. Sin libertad. Después te vimos en esa lista. Tu nombre y un número. ¿Dónde estás?”
Y si de contingencia se trata este joven escritor hace una referencia directa a la causa mapuche en -Eterna Capitana- “En Lautaro nació una mujer. La llamaron Andrea Linconao…Quería dedicarse a su pueblo…La mataron y nadie quiso asumirlo. Era mejor tratarla como delincuente. Como una extremista. Como una miserable. Y lo justificaron. Mintieron. Pero su alma no partió. Se protestó. Se exigió una respuesta…Vive en los recuerdos de un país sin memoria. Irónico. Es eterna. El engaño se esfuma y su jineta permanece. No la pudieron matar. Ni lo harán”.
Vicente Vásquez, sin duda logra en estas páginas que su hinchada se mantenga pendiente del juego y si bien le falto alguna historia de amor o de sexo ligada al fútbol, mantiene una escritura fresca, bordeando el lirismo, es capaz de llegar a un lector sin fronteras ni edad específica, donde sorprende su versatilidad y agudeza para entregarnos distintos temas que van involucrando el futbol, su narrativa es coloquial y nos hace parte de sus recuerdos que de pronto son también los nuestros. Y como dijo Eduardo Galeano: “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol.”
Por Miguel Alvarado Natali
Crónica Digital, Stgo 4 de Octubre 2019
Gracias por compartir y felicitaciones por la labor que desarrollas.
Te comparto un pequeño cuento de mi autoría:
FINAL DEL MUNDIAL 2006
Vicente Vásquez (de Guatemala)
Domingo 9 de julio de 2006, se enfrentan las selecciones de Italia y Francia. De ese crucial juego saldrá el campeón mundial de fútbol.
El Papa dirige la mirada al cielo y luego se hinca sobre seis granos de maíz, tres en cada rodilla. Está dispuesto a orar previo al encuentro, durante el tiempo que dura un partido de fútbol, en pro del triunfo de Italia.
Los granos de maíz se le incrustan dolorosamente en sus sensibles rodillas, pero cualquier sacrificio es válido y aguanta como los hombres.
Está por dar el silbatazo final a sus oraciones y terminar con su voluntario martirio, cuando lo asalta la incertidumbre; qué pasaría si el último partido del campeonato del mundo se va a tiempos extras. Ante la duda, no le queda más que prolongar su sacrificio.
A pesar de la confianza que le tengo a la selección de Italia -piensa-, es mejor apostar sobre seguro y orar por media hora más. Y resiste el dolor y el cansancio con el estoicismo del más entregado de los santos o el más esforzado de los hinchas.
A la hora programada, enciende el televisor y vive las emociones del partido. Termina el tiempo normal: Italia 1, Francia 1.
Hice bien, se dice, en orar por los tiempos extras. Sin embargo, algo le molestó durante el encuentro. En ningún momento se le había ocurrido orar por los cruciales minutos de reposición, pero gracias al Altísimo, no tuvieron consecuencias.
Los tiempos extras terminan y el marcador no se ha movido. El campeonato se tendrá que definir por tiros al marco; penales, que les dicen. Se hinca de nuevo, con la vista puesta en alto y los brazos en cruz, pero sin perder de vista al televisor que le transmite el desenlace en vivo.
Se llevan a cabo los penales y el resultado favorece a su Italia. Lágrimas de gratitud y emoción recorren su rostro. Vuelve a ver a las dos camisolas que, en previsión de cualquier eventualidad, esperaban el resultado; desecha la francesa y con la italiana en alto, sale al balcón, en donde es aclamado por la multitud.
Publicado en el libro: La verdá os hará libres.