A seis días de la gran sorpresa que nos dio el pueblo de Chile, la situación política se ha transformado bruscamente. Después de ser un país modelo, nos hemos transformado en una de las muestras de levantamiento en contra del sistema neoliberal. El gobierno se vio sorprendido y declaró Estado de emergencia, casi de inmediato y, en estos momentos, tenemos a los militares en la calle y, con ellos, todos los fantasmas de la dictadura pinochetista. Sin embargo, no son solo fantasmas, se ha instalado la violencia social de grupos indignados y de delincuentes, pero también, y esto es lo preocupante, la violencia política por parte de los que tienen el monopolio de las armas, es decir, el Estado.
Sin embargo, debemos constatar un factor que no tuvimos los que luchamos contra la dictadura, hace 30 años: la tecnología y las redes sociales. Otro hubiera sido el resultado del proceso si hubiéramos tenido estas herramientas. Hoy, a través de ellas, nos llega, a cada momento, y, casi en tiempo real, aquello que captan las cámaras y los teléfonos en todo Chile.
Hemos visto, por ejemplo, operar a las fuerzas especiales o a militares con una ética despreciable, hemos visto como golpean a niños, mujeres y se están investigando torturas y abusos de orden sexual para con los detenidos. Las imágenes nos muestran a uniformados armando barricadas o detrás de los saqueos y, claro, por ahí, en La tercera, surgió un artículo que intenta negar la autenticidad de estas imágenes, negar lo que se ve tan claramente, como si alguien se hubiese dado el trabajo, o dedicado a filmar a personas disfrazadas de policías. La verdad, es irrisorio pensar que eso es posible en el Chile de hoy.
Y, por otro lado, si los agentes del Estado son capaces de acometer este tipo de hechos nefastos y luego negarlos, ¿Quién nos asegura que no son responsables de la destrucción del metro? ¿Quién nos asegura que dicen la verdad, si fueron capaces, hace solo unos meses, de crear montajes para criminalizar a los Mapuche, en el sur? ¿Quién podría asegurar que no se han creado las condiciones para la militarización de manera artificiosa, creyendo que esto detendría el estallido social? Los orígenes de estos hechos violentos tendrán que ser investigados por la justicia, pues, existen señales o pistas sospechosas, o a lo menos dudosas, respecto de la identidad, procedencia e intenciones de los responsables.
Por otro lado, ya van más de quince muertos, y estamos hablando de solo los que reconoce el Estado, que no son el número real. Han asesinado a personas a golpes, a balazos y otros fueron quemados en incendios de origen muy dudoso. La violencia política, la violación a los derechos humanos, poco a poco, se han ido adueñando de las noticias y el quehacer diario de los chilenos. Otra vez la dictadura, con sus largos y terribles tentáculos, nos abraza. La élite ocupa todos los recursos que tiene a la mano para defender sus privilegios.
No obstante, las protestas no han amainado, muy por el contrario, ni siquiera los ofrecimientos mezquinos del presidente han logrado detener el crecimiento de la participación ciudadana. Según mi parecer, los chilenos han despertado para largo, pero ¿qué le espera al estallido ciudadano en esta lucha tan desigual contra el statu quo? Primero, decir que es un estallido distinto a los que hemos visto en los últimos años, un terremoto social que no tiene líderes reconocidos ni línea política clara y, por lo tanto, es un movimiento difícil de combatir, aunque, al mismo tiempo, no tiene objetivos muy claros y, en ese sentido, será difícil de conducir. No obstante, necesita de esa conducción para lograr cambios sustantivos en la estructura y funcionamiento de la sociedad.
La élite seguirá defendiendo su modelo con lo que tiene: policía, milicia, represión, tortura, muerte, miedo. Sin embargo, las posibilidades de lograr verdaderos cambios parecen a la vista, pero no nos engañemos, se necesitará fuerza, inteligencia, conducción efectiva para llegar a un cambio sustantivo. Los peligros: el que se produzca un baño de sangre es siempre una posibilidad y, por otro lado, que la energía del estallido se desgaste y se diluya todo en unos cuantos días de protestas y batallas callejeras.
Por Tomás J. Reyes,
Escritor
Talca, 24 de octubre 2019
Crónica Digital