Los estallidos sociales nunca son espontáneos. Siempre tienen contexto; sentido de la historia; subjetividad; intensas emociones que brotan; sujetos y actores sociales.
Sí, pueden ser episódicos. Dejar huellas, pero desvanecerse en la espesura social de un sistema de dominación que, casi por definición, siempre intentará domesticarlo.
Nadie puede negar que son millones los que protestan; se movilizan; se expresan en las calles.
Nadie puede desconocer que lo hacen porque no soportan condiciones de vida que, no son de unos cuantos meses. Son de años, y de décadas.
Nadie puede, a estas alturas, buscar perversas asociaciones entre esas movilizaciones multitudinarias, y las acciones de saqueo, violencia, que también tienen una explicación social.
Es tal la fuerza de todo esto, que hasta el pesado y burocrático sistema de medios hegemónicos de Chile, especialmente los grandes canales de TV, han debido abrir reducidas brechas, no porque tengan cierta simpatía con estas expresiones, sino porque están cuidando su mercantilizada credibilidad de rating.
El sistema político y su institucionalidad, fatigado y elitista, también ha sido permeado. La “democracia representativa” muestra sus carencias de forma y fondo.
Ante este cuadro, quienes hoy gobiernan el sistema de dominación que, esencialmente surge desde comienzos de la década de los 90 del siglo pasado, se mueven entre “la guerra y el diálogo”, literalmente. Represión; estado de emergencia; toque de queda; disparos; torturas; militares en las calles. Al mismo tiempo, almuerzos en La Moneda, intercambios tensos en el Parlamento; anuncios cosméticos que, simplemente, pasaron de largo.
No se puede descartar que la militarización de la sociedad y la política se incremente. Y, muy lamentablemente, que la derecha vuelva, como lo ha hecho en toda la historia de Chile, a profundizar la violencia del estado sobre la sociedad.
Varios intentos de la derecha, y su gobierno, por retomar la iniciativa, han tácticamente fracasado. No se puede descartar que esta situación se prolongue en el tiempo.
Muchas y muchos, casi atávicamente, hablan y hablan de “la salida”. Pero lo hacen en lo reducidos encuadres del actual sistema institucional, incluso reducido.
Sin embargo, en los encuadres democráticos, que siempre son dinámicos, hay un camino, y bastante realista.
Que el gobierno, y el Parlamento, asuman su fatiga y desgaste. Y que ayuden a generar los espacios de diálogo en donde las organizaciones sociales; los movimientos sociales; sean protagonista como contraparte legítima y necesaria. Esto, en situaciones de crisis, se ha realizado en diversas partes del mundo. No es ninguna novedad. Sí lo es, en Chile, un país que, hasta ahora, era considerado una especie de taza de leche neoliberal.
Pero no era así…y tal vez nunca fue así.
De ese diálogo democrático, efectivamente puede surgir un gran Acuerdo Nacional que, por definición, no puede poner límites de contenidos antes de iniciarse ese mismo diálogo. La base del diálogo democrático es partir reconociendo las partes, y su posibilidad de incidencia.
En ese proceso, por cierto, los partidos políticos pueden, y deben, jugar un gran papel.
Pero asumir que, hoy, es la hora de los movimientos y de la sociedad civil, contradictoriamente, tan reducida e invisible, y que sin embargo nunca, nunca dejó de empujar y empujar, en todo este inconcluso proceso de transición, y por algunos momentos, incluso, marcando la agenda política y social de Chile.
En la base de este proceso, está el Pueblo, el Soberano, y hay que recurrir a él para dirimir, sea en elecciones, plebiscito, referéndum, en fin, formas democráticas de consulta nacional.
Juan Andrés Lagos
Periodista
Encargado de Relaciones Políticas del Partido Comunista
Santiago de Chile, 28 de octubre 2019
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