Por Florencia Lagos: Una Revolución sólo puede ser hija de la cultura y las ideas

Ser culto es el único modo de ser libre” (José Martí).

América Latina y el Caribe están entre los lugares de la Tierra que han sido destinados por su posición geográfica y su naturaleza privilegiada a ser objeto de la codicia de los poderes más grandes de Occidente y escenario de violencias internas desatadas por ellos.

Esto, en un contexto geopolítico actual donde la principal contradicción es la disputa por la hegemonía mundial, y en este caso la vemos reflejada en una de las guerras comerciales más grandes de la historia, la que libran Estados Unidos y China.

En respuesta al actual cuadro geopolítico mundial, el gobierno de Estados Unidos necesita a América Latina bajo su total dominio y, actualmente, en nuestra zona, en nuestro territorio geopolítico, el continente americano, la dominación y hegemonía de ese país constituye un hecho, una realidad.

Esto es especialmente intenso en el campo de la industrialización y mercantilización de la cultura; en la propiedad de los medios de comunicaciones realmente existentes; en la cantidad y en la calidad de los mensajes que, mayoritariamente, inundan los territorios de nuestras naciones y pueblos.

Un poco de historia…

Tras la caída de los muros del campo socialista, cuando el capital especulativo financiero se apropió de la economía mundial en corto tiempo (ciclo que Marx previó y pronosticó con extrema claridad), devino simultáneamente el surgimiento de una estrategia de paradigma político, cultural, comunicacional, que trata de imponer la idea de que la globalización generaría nuevas democracias en el campo del conocimiento, las tecnologías, las redes, los saberes y la cultura.

El campo neoliberal se hizo fuerte con la idea y el paradigma de que este nuevo ciclo de la humanidad formaría grandes espacios horizontales y el surgimiento de diversidades múltiples; comunidades y aldeas globales diseñadas a pincel por teóricos y filósofos de ese mismo campo, como Fukuyama (El fin de la historia) o Marshall McLuhan (El medio es el mensaje). Que en el marco de esa globalización, los territorios para las identidades, las aldeas, los pueblos y naciones tendrían más espacio para una imbricación con las grandes tendencias de la civilización, hegemonizadas en el autodefinido mundo occidental.

En rigor, más allá de nuevos formatos, lo que existe es una tendencia predominante a la estandarización, la homogeneidad, las nuevas tecnologías y la sistematización de datos, que se usan en el contexto de las estrategias de dominación y paradigmas de control y direccionalidad de conductas y saberes.

El tema es que ya no solamente se definen las opciones del conocimiento y de la información… sino el qué pensar y cómo pensarlo.

Salvo excepciones como Cuba y los intentos de nuevos sistemas de medios en Venezuela, Argentina, Uruguay, Ecuador y Bolivia, la transnacionalización del sistema mediático es una tendencia creciente, y genera lógicas y dispositivos de mediano y largo plazo.

Los sujetos sociales, que tenazmente han resistido y han continuado perviviendo y abriendo brechas, los pueblos, como sujetos de identidad nacional, también han resistido, pero es evidente que la ofensiva neoliberal y pos moderna persiste. Y es que como diría Fernand Braudel, las mentalidades son las estructuras de más larga duración muy difíciles de cambiar.

Este es, esencialmente, el territorio real en el cual se debe considerar una contracultura; la construcción de subjetividades e identidades populares y de mayorías nacionales, la batalla por incidir y hasta cambiar los espacios mediáticos y de control transnacional.

Roland Barthes, semiólogo proveniente del estructuralismo marxista francés, hace ya un buen tiempo develó que los procesos comunicacionales originados desde el sistema mediático, especialmente, plantean el desafío de la construcción de mensajes en donde, propiamente, se puede alcanzar grados de verosimilitud (qué no es lo mismo que verdad ontológica y cognitiva) y que pueden cubrir el rango de una lógica: mentira-verdad; verdad-mentira.

Hoy, el campo de la mediación neoliberal y posmoderna ya han desarrollado procedimientos, tecnologías, saberes que potencian para sus intereses y paradigmas lo que Barthes señalaba a finales del siglo pasado.

No son en sí las tecnologías propiamente. Son sus aplicaciones, sus puntos de referencia, sus diseños, sus procedimientos, en fin, es el sistema de mediación en su conjunto, que no es lo mismo que el sistema de medios, el que ha tomado especial relevancia en las estrategias de dominación. Las posibilidades de control y de direccionalidad son mucho mayores, y se han incrementado las estrategias de uso.

La denominada construcción de realidades, la tan mentada posverdad, que en definitiva, y sin eufemismo, es la construcción verosímil de mentiras, que finalmente se traducen en diseños y estrategias que inundan el sistema de medios; las redes; los territorios… en definitiva, el sistema global de mediación–dominación.

Ciertamente, es urgente el diseño de estrategias de contra cultura hegemónica, solo que estas estrategias deben, necesariamente, contar con soportes y dispositivos de poder político y comunicacional.

Asimismo, corresponden ser expresión sustantiva de sujetos socio–políticos que, en su accionar, deben apuntar a la disputa de las hegemonías culturales desde lo cotidiano, y no sólo desde la academia, especialmente cuanto esta no tiene una interacción con el mundo real de la subjetividad social.

Las experiencias de Cuba, Bolivia, Venezuela, y otras naciones, muestran que el tronco identitario–histórico–cultural es la base de la raíz de un diseño de contra–hegemonía. La denuncia es muy relevante, pero en las actuales circunstancias, es insuficiente.

Si bien es necesario utilizar los medios de comunicación masiva, redes, prensa etc.… debemos tener claro que, en atención a lo que señalaba anteriormente: la hegemonía mediática nos dirige qué mirar, qué pensar y cómo pensarlo; esos mensajes sólo llegarán a nuestros seguidores convencidos a priori de nuestros argumentos, por eso se hace imprescindible no abandonar el territorio, la calle, la construcción de subjetividad con los ciudadanos y ciudadanas como protagonistas de los procesos en vivo y en directo.

La propuesta, entonces, es involucrar en toda su complejidad a los sujetos de la construcción de subjetividad desde el campo llano, la comuna, el territorio.

Ejemplo cercano es Cuba, y la alta participación del pueblo en el proceso de discusión de la nueva Constitución que se votó mediante plebiscito popular en 2019.

Hoy lo que vivimos es la irrupción multitudinaria de sujetos populares en Chile, Ecuador, Haití, Argentina, Bolivia, en donde emergen creativas y múltiples expresiones de interacción y construcción de nuevas identidades desde abajo y desde los sujetos populares. No es cierto que se trate de protestas sin contenido episódicas y sin identidad, eso lo podrían decir quiénes niegan esta realidad o quiénes nunca la vieron o no la quisieron ver.

La contracultura hoy se expresa en las calles en las protestas y sus contenidos son bastante claros, tal vez es el momento de reconocer que buena parte de los pueblos de nuestro continente están empujando el carro de la emancipación con identidades explícitas.

El enemigo sigue siendo muy poderoso. Busca desestabilizar Bolivia, tomando en cuenta que no es el primer intento y que ya antes intento generar la guerra civil y la división del territorio Boliviano, aplicando el mismo plan norte americano en los Balcanes. Podría ser tomado hasta con cierta liviandad lo que ha dicho Trump, en el sentido de la injerencia rusa, cubana y venezolana en Chile, pero no están los tiempos para eso.

Cuba es una expresión palpable de lo que el imperialismo norteamericano pretende en nuestra región, lo que están buscando es destruir el proceso revolucionario cubano, porque saben lo que este significa para todo el continente y el mundo, pero no nos equivoquemos no solo vienen por Cuba, vienen por todos los pueblos de nuestra región.

El encuentro Antiimperialista realizado en Cuba se ha producido en horas intensas y hasta dramáticas. Es el tiempo de unir fuerzas, de luchar en contra del enemigo común y de saber defender sin inhibiciones los procesos emancipadores que han hecho historia en Nuestra América y Cuba sigue siendo el principal ejemplo de solidaridad y de auténtica emancipación.

Porque como diría Fidel: “Una Revolución solo puede ser hija de la Cultura y las Ideas”.

Por Florencia Lagos. La autora es analista internacional. Este trabajo fue presentado en la Comisión 3: “Descolonización y guerra cultural. Comunicación estratégica y lucha social” del “Encuentro Antiimperialista de Solidaridad, por la Democracia y contra el Neoliberalismo”, realizado en La Habana, Cuba.

Santiago, 8 de noviembre 2019

Crónica Digital.

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