Que Chile vive una crisis social y política de magnitudes inéditas, es un hecho.
A estas alturas, sólo una esquizofrenia política peligrosa, podría sostener lo contrario.
De igual forma, prácticamente nadie se atreve a negar que el multitudinario; mayoritario y diverso descontento social es también un hecho incuestionable.
Han sido literalmente barridos todos los diagnósticos que, hasta antes de que comenzara el estallido social más grande en la historia de Chile, relativizaban ese descontento, tanto desde la derecha como de la llamada centro-izquierda. Incluso, con prepotencia y falta de sensibilidad humanista, despreciaron por muchos años todos los síntomas de ese descontento que, bajo los parámetros del neoliberal Banco Mundial, nos ubica actualmente en el séptimo lugar de los países más desiguales del mundo.
La oligarquía económica y financiera, extranjera y local, guardan bastante silencio, pero se percatan que los niveles de extremas tasas de ganancias que lograron por décadas (bajo gobiernos de la concertación y la derecha), son proporcionales al descontento de millones que, en situaciones de pervivencia, ahora gritan su rabia y miseria acumulada por muchos años.
Hasta hoy, todos los poderes del estado de derecho (violado por el gobierno de Piñera, en su sensible ámbito referido a los derechos humanos de primera generación), no alcanzan ni logran vías o caminos conducentes a la superación de la crisis. Más bien adoptan una postura defensiva; de blindaje; incluso algunos de ellos dan señales de amedrentamiento hacia la sociedad. Exigen “responsabilidad” de la sociedad civil y del Pueblo mayoritario volcado en las calles por más de un mes, y en cabildos auto convocados que ya van por sobre los dos mil en Chile, y en el mundo.
En cualquier democracia real, que de verdad pretenda que el Soberano juegue un rol, en estas circunstancias, la posibilidad de un camino rápido, democrático y nacional no se debe desechar.
Lo contrario, es simplemente blindar al poder realmente existente y esencialmente cuestionado. La base del autodefinido “acuerdo nacional” tiene ese antidemocrático soporte básico: que no ha considerado ni ha escuchado al Pueblo. Y es muy evidente que los mismos poderes institucionales, y políticos, que son parte de la crisis, buscan legitimar una vía que estrecha; limita; y vuelve a tratar de meter a quienes las mayorías desprecian, como guías autodefinidos de un camino nacional de salida a la crisis.
Ninguna de las demandas que son la base de este descontento, han sido consideradas en su magnitud, y en su mérito: Salarios; pensiones; salud; educación; vivienda. Hasta hoy, ninguna, y el poder ejecutivo y el legislativo siguen provocando la indignación ciudadana, con una agenda y resoluciones que no llegan a los mínimos conducentes.
No se quieren percatar que las mayorías ciudadanas y populares pelean por una nueva constitución y asamblea constituyente, para decidir por sí mismos, e imponer derechos sociales que les han sido negados por una élite insensible.
En este cuadro, y aún cuando no lo dicen en público (el cinismo es bien recurrente en los espacios de la élite), incluso hay más gente en esa élite que cree que se podría abrir un camino democrático, si Piñera diera un paso al lado.
Hay mucho más gente, mucho pueblo y ciudadanía, que consideran que el actual jefe de estado fue superado, y debería dar un paso al costado.
El vacío de poder está hoy instalado. No lo generaría su retiro.
En un análisis realista; sensible y patriótico de la crisis nacional, esta posibilidad debería ser considerada en su mérito.
Ciertamente, un camino en esa dirección implica un acuerdo nacional, y un itinerario para realizar elecciones presidenciales; parlamentarias y de una asamblea constituyente soberana, en el más breve plazo.
Un asunto central, clave, es que quede claro que, las nuevas representaciones electas, en los poderes electos, deben tener como misión fundamental proponer al país soluciones sociales, políticas y económicas a la altura de la crisis y de las demandas sensibles de las mayorías. Ese debería ser el punto medular del proceso electoral.
De una situación como ésta, la única vía democrática de salida es más democracia; más participación y más justicia social.
Juan Andrés Lagos. Periodista, miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital. Dirigente de la comisión política del Partido Comunista de Chile.
Santiago de Chile, 25 de noviembre 2019
Crónica Digital