Para la construcción del espectáculo, tomaron todas las medidas necesarias. Han sido pulcros. En eso la derecha chilena es experta. Arrinconados, desprestigiados, sin piso posible, se esmeraron en negociar con los de siempre, con un elemento novedoso, necesitaban la firma del Frente Amplio o de un sector de ellos, para dar legitimidad al acuerdo por la paz social y la nueva constitución.
El viejo orden intenta sobrevivir de algún modo. Lo que pudiera ser considerado distinto, no es más que la constatación del espíritu de casta, finalmente los hijos y nietos de la vieja Concertación, vuelven al rebaño.
Desde diversos lugares de la política tradicional, se ha dicho que es un acuerdo comparable al de finales de los 80, el que permitió abrir las puertas a la transición democrática. La tesis es sugerente, sin embargo no se hace cargo de un elemento vital, los sectores firmantes de ese entonces, en especial de la oposición, contaban con un respaldo amplio; se tenía líderes en el tejido social, los partidos de ese acontecimiento histórico, no estaban plagados de operarios y tecnócratas, por tanto su rúbrica poseía un valor simbólico y material.
La situación de hoy es distinta. Los partidos firmantes (gobierno-oposición) como los que se restaron, no ostentan ese grado de legitimidad. La respuesta de diversos fragmentos organizados, donde La Mesa Social, ha ido posesionándose con mayor fuerza, es de una crítica severa en forma y fondo.
El senador Felipe Kast, ha dicho en Radio Cooperativa el 28 de noviembre, que es un gesto de humildad del Ministro Blumel, abrir diálogo con La Mesa Social, luego de su crítica lapidaria al acuerdo. Tengo la impresión que ese razonamiento, implica una dificultad mayor. La madurez del movimiento social y de sus actores, es mucho mayor de lo que se piensa, aceptan conversar luego de 40 días, con muertos, heridos y víctimas de diversas vejaciones por los organismos del Estado, aceptan conversar, luego de ser sistemáticamente invisibilizados, ninguneados, por las castas que hoy rondan en El Congreso y en la administración estatal.
Convengamos que en un acto de realismo político de ambos sectores, se intenta enmendar el error desde el gobierno -y por parte del movimiento social- se reconoce que la situación es delicada; siendo necesario buscar acciones concretas que permitan destrabar el conflicto, con señales claras y consistentes que hasta ahora no han existido. Lo indiscutible, es la insuficiencia en los hechos cotidianos del acuerdo.
En una lectura más profunda. Se firma un pacto que pudiera ser significativo, donde se reconoce que Chile despertó. No obstante, el mundo político sigue actuando, como si se encontrara con el calendario estancado el 17 de octubre del año en curso. Sin asumir que la elite política, económica, religiosa y militar, son parte esencial del problema: por su comportamiento abusivo y de corrupción sistemática.
Transcurridas las semanas, los grandes perdedores -hasta el día de hoy- son los asesinados y sus familias, los heridos cuyas secuelas serán de por vida, las y los torturados. En otro sendero, el gobierno en la figura de Sebastián Piñera, porque las propuestas de su administración han sido borradas, para gestionar una agenda incierta en lo social y político, manejada por los partidos firmantes del pacto. En el mismo redil, los medios de comunicación uniformados, han perdido legitimidad. Las informaciones más importantes de estos días, las fotografías simbólicas, provienen de un celular de ciudadanos anónimos, dispuestos a difundir las manifestaciones de todo tipo.
Imposible no dedicar unas líneas a las instituciones de orden y seguridad (el caso más dramático es carabineros) han salido seriamente lesionadas por su manejo y efectividad, lo que ha desatado una crisis difícil de asimilar. La tentación del momento, es creer que se soluciona por la vía de la criminalización y de la restricción de libertades públicas, buscando conceder atribuciones a organismos que no han mostrado capacidad profesional, ni respeto por la ciudadanía que se manifiesta de manera pacífica y democrática.
Ubico en otro espacio, los daños materiales y de infraestructura pública como privada, tienen un costo que nadie en su sano juicio puede desconocer, pero son de otro carácter. Significa menospreciarlos, de ningún modo, pero no pueden estar en el centro de una fotografía; cuando existen informes lapidarios, sobre la generalizada violación de derechos humanos. La exacerbación de lo material, de la pérdida monetaria sin pensar en lo irreparable, lo imprescindible del derecho a la vida, no hace otra cosa que denigrar los argumentos y por cierto la buena fe, de quienes asumen ese tema primordial: traducido en crecimiento.
Las relaciones sociales reproducidas desde el golpe de Estado, se encuentran bajo una crisis terminal. Incluso los modelos de análisis, centrados en las formas e imaginarios políticos construidos desde la llamada modernidad euro-centrada, no son capaces de dar cuenta de la situación, estamos frente a un cambio de época, en una disputa civilizatoria que tiene características distintas, en relación a las regiones, continentes y países afectados.
La vieja máxima liberal de la representatividad se desmorona, por el cansancio propio de una institución que nace en el siglo de las cartas a los amigos, por las tecnologías que permiten formas horizontales de participación impensables en el siglo XIX y XX. En ese sentido, los márgenes de autonomía de los representantes se encuentran en tela de juicio, hasta casi disolverse o verse obligados a reinventarse. La construcción del poder, entendida como dominación y obediencia a lo Weber, no da garantía a un pueblo con mayor conciencia de sus capacidades.
Es cierto, un sector de Chile despertó y se encuentra disputando su derecho a imaginar lo distinto, con las formas atávicas de una elite que ve sus privilegios en peligro. La lección principal del momento político es: “caballo viejo, no aprende trote nuevo”
Por Omar Cid
Escritor
Crónica Digital
Santiago de Chile, 4 de diciembre 2019