La aplicación del clima en mi celular decía que la temperatura afuera era de dos grados Celsius. Aun así, salí decidido por las frías calles de Toronto a intentar cumplir un sueño de mi adolescencia.
Pero el sueño quedó en solo eso: una utopía para el recuerdo, porque la economía de un turista latino no le alcanzaba para uno de los shows deportivos más grande del planeta.
Aunque llevaba varios meses con ese partido señalado como una de las ‘cosas para hacer’ en mi visita a la capital de Ontario, el destino impredecible como siempre- marcó un giro inesperado que tiró por la borda las ilusiones de este periodista frustrado con haber sido jugador de baloncesto.
Unos pocos días antes el domingo 29 de noviembre-, el mítico jugador de Los Ángeles Lakers había anunciado que esa era su última temporada en el más alto nivel del baloncesto mundial, desatando una ola de conmoción en los amantes del deporte de los triples y donkeos en todas las latitudes.
Y, por supuesto, el alza de los precios de los tickets para ese partido no se hizo esperar. Tampoco para el siguiente en Portland, ni el posterior en Oklahoma. Así fue hasta el 13 de abril de 2016 cuando protagonizó su último gran acto en Utah.
El asiento que en un principio aspiraba a comprar por Internet en unos 40 dólares, allá en lo último del graderío del por entonces Air Canada Centre, apenas unas horas después se disparó hasta más de 200.
El sueño se iba convirtiendo en pesadilla, pero las ganas de ver en vivo al ídolo siguieron intactas, ‘in crescendo’.
Así que el día pactado marché hacia el Down Town con la esperanza de que alguien se arrepintiera a última hora y vendiera su entrada en las afueras, como usualmente sucede.
Bajo el abrigo llevaba mi camiseta Lakers con el 24 grabado en letras doradas y al salir de casa imaginé que muchos no me mirarían con buenos ojos por hinchar por el equipo rival.
Bus, metro y varias cuadras a pie bajo el clima invernal después, los alrededores de la instalación parecían un manicomio. Mas algo curioso llamaba la atención entre tanta algarabía.
Para mi sorpresa descubrí que no fui el único ‘loco’ que se atrevió a vestir los colores de la estrella rival. Más bien parecía que ese ‘enemigo’ jugaba en casa y Canadá toda salía a rendirle tributo durante su última escaramuza en tierras norteñas.
En definitiva, las asientos más baratos que aparecieron fuera de taquilla sobrepasaban los 300 dólares y casi en el techo del estadio, una simple pincelada del impacto que generó uno de los más grandes seres humanos que ha jamás tocó un balón de baloncesto.
Muchos años antes de lo que hubiera deseado, la tarde de ayer domingo en La Habana me devolvería ese recuerdo como al que le arrojan un cubo de hielo.
Un mensaje por WhatsApp de un amigo con la terrible noticia, luego un SMS de otro. Enseguida te lanzas a Internet a indagar y te aferras a la esperanza de que todo fuera un gran chiste de mal gusto.
Nunca le creas a un tabloide de celebridades a la primera, pensé al conocer la fuente primaria. Pero la realidad fue cayendo a la par que se acercaba la noche.
No solo fue Kobe; además de él y otras personas, también perdió la vida su hija Gianna, quizás la prueba viviente más grande que existía de su mayor legado: la ‘Mamba Mentality’.
Han pasado 24 horas. Los homenajes en todo el planeta no se han hecho esperar. Pocas cosas importan más hoy que palpar esa certeza de que la vida se puede esfumar en un abrir y cerrar de ojos.
Entre tantas palabras escritas o dichas en busca de un consuelo que no llegará pronto, me cobijo en las letras de otro ídolo, el eterno capitán de los Yankees Derek Jeter.
‘Lo vi ganar anillos de campeonatos, medallas de oro. Pero nunca lo vi más feliz, como aquel día en la cancha, estaba como si estuviese de vacaciones abrazando a su hija Gigi, sentados ambos al lado del tabloncillo, sólo conversando sobre las jugadas, satisfecho con el deber cumplido como padre’, dijo Jeter sobre Kobe, uno de los mejores jugadores de la historia.
La Habana, 28 enero 2020
Crónica Digital /PL