Por Alejandra Mendez : La educación digital en el contexto de crisis sanitaria Covid-19

La crisis sanitaria del COVID 19 que trae aparejada, además, una crisis multidimensional a escala planetaria, nos está obligando a repensarnos en todo ámbito. Uno de los aspectos más importantes que debemos replantearnos como sociedad es sin lugar a dudas, la Educación. Para esto, debemos partir desde interrogantes primarias como lo son: ¿Para qué educamos? y ¿Cuáles son los desafíos pedagógicos que nos presenta la Educación virtual en el modelo educativo actual?

Dada la lectura incompleta y descontextualizada que ha tenido el Ministerio de Educación durante la actual administración, es vital que nosotros como educadores y miembros del Magisterio chileno tengamos una posición clara, reflexiva, pertinente y actualizada de cuáles son nuestras posibilidades, acciones e incidencia, durante y posterior a este período.

Debemos comprender que la revolución de la era digital no comenzó con esta pandemia y que, además, al menos en el ámbito educativo, ha estado precedida por varios cambios paradigmáticos que han logrado constituir la “educación tradicional”, como todos la conocemos actualmente. Brunner, por ejemplo, ve la “empresa social llamada educación” como un proceso signado por la sucesión de cuatro “revoluciones”: la primera fue la aparición de la escuela y la fase de producción escolarizada, la segunda, la creación de los sistemas escolares públicos, la tercera, la fase de “producción masiva” y la cuarta, la que actualmente estamos viviendo, aquella que gira en torno a las “tecnologías de información y comunicación, la globalización y la sociedad del conocimiento”.

Hay que tener claro que la sociedad digital nos presenta innumerables innovaciones disruptivas en un período muy corto de tiempo. Se habla de disrupción al referirnos a las tecnologías o innovaciones cuando un producto o servicio nace y luego de un tiempo, se convierte en líder sustituyendo a otro anterior. Ejemplos de esto son: el correo electrónico, la fotografía digital, el teléfono móvil, etc. Estas innovaciones, como señala García, llegaron a reemplazar a las anteriores que venían ofreciendo servicios similares, pero de menor calidad y eficiencia que las nuevas.  Sabemos que nuestros estudiantes no aprenden como lo hacían antes y que su medio social está configurado por una serie de instrumentos que tienen características y funcionalidades que no hemos sabido aprovechar del todo. Un ejemplo de la poca o nula lectura que se ha tenido respecto a la incidencia de la tecnología en el proceso de enseñanza fue la encuesta infructuosa llevado a cabo por el Ministerio de Educación en el año 2019, encuesta que tenía como objetivo analizar la apreciación de profesores y apoderados respecto al uso del celular por parte de los jóvenes. Cabría entonces preguntarse si antes que eso, el análisis a priori de algún experto, no habría sido simple y llanamente asesorar e instruir a los agentes educativos sobre el apropiado uso que se le puede dar a un dispositivo móvil dentro del proceso de aprendizaje. Ahora bien, tenemos que comprender que en general, muchos de los estudiantes, utilizan su celular como una forma de entretenimiento, así, sacar a un niño de su espacio de distracción para situarlo como espacio de trabajo requiere de tiempo y de una formación adecuada.

Sin embargo, pese al avance técnico del que disponemos, es necesario considerar que la experiencia virtual no puede reemplazar la presencial, ambas funcionan subjetiva y socialmente de otro modo. En la educación virtual no hay territorio, no existe un espíritu colectivo, sino más bien, existen individuos aislados avocados a un proceso individual y más bien solitario. Contrastando con lo anterior, es innegable que la educación virtual sí es un instrumento que se ha legitimado a lo largo del tiempo, con una serie de estudios que así lo avalan. Como instrumento, nos presenta una serie de ventajas para efectuar nuestra labor educativa; por un lado, es una herramienta que nos permite democratizar el saber, por otro, rompe la barrera socio temporal de los individuos que participan, optimizando recursos y desarrollando cualidades como la autonomía, la apertura y la multidireccionalidad, por mencionar algunas. Hay que ser críticos eso sí, al entender que es un instrumento empleado por los sujetos. Siendo así, se puede utilizar con diversas intencionalidades, puede servir como agente democratizador, pero también puede convertirse en un medio de control y de agobio, como los estamos viendo hoy en nuestro país, dada la escasa o inexistente planificación que se ha tenido en su implementación.

Antes de reflexionar sobre las preguntas hechas al inicio debemos tener en cuenta que la solución de impulsar la educación masiva en este contexto, se ha configurado como una “respuesta desesperada” para no “perder clases” o para mantener la lógica contenidista de continuar con el curriculum planeado. Prueba de ello es la plataforma “Yo aprendo en línea”, donde aparecen una serie de módulos o clases que no hacen más que dirigirnos a páginas de los libros de estudio, o bien, en el caso de Educación física, a videos que muchas veces ya ni siquiera están en la red. Esta lógica responde a una educación “bancaria”, los estudiantes son repositarios de un conocimiento, pero no existe una retroalimentación y mucho menos la conformación de una comunidad interactiva en donde los estudiantes puedan discutir, compartir o comunicarse con sus pares o profesores.

Es de esta manera que la emergencia sanitaria nos ha mostrado la cara más voluntarista y reduccionista de la educación digital. Los docentes nos hemos visto obligados a emplear una serie de dispositivos que no estábamos habituados a usar, además claro está, de tener que lidiar con la carencia de recursos por una considerable parte del estudiantado más vulnerable, poniendo en evidencia y no de manera sutil, la violencia estructural nacida de la desigualdad de este país.  Cada profesor y estudiante fue arrojado a su suerte en un campo de improvisaciones gobernado por un afán tecnócrata que no responde en lo absoluto a las necesidades de la población y de los agentes educativos. 

El desafío está entonces en revertir la situación actual, pero no desde el voluntarismo aislado, sino de políticas que deben emanar de una planificación gubernamental. Ya lo declaraba la UNESCO en Qingdad en el año 2015: «Hacemos hincapié en el valor de las soluciones basadas en las TIC, que garantizan que en el periodo posterior a un conflicto o un desastre natural que produzca la destrucción de escuelas o universidades, o imposibilite su funcionamiento normal, se siga aplicando el derecho a la educación. Por tanto, invitamos a los gobiernos, organizaciones internacionales, organizaciones no gubernamentales y proveedores de tecnología a cooperar para idear y aplicar, de forma rápida, eficaz y oportuna, las soluciones más apropiadas.»

Si en Chile un 12% de los hogares en Chile no tiene Internet, la brecha digital implica primeramente un desafío en materia de conectividad que debe resolverse a la brevedad. Además, es imperativo invertir en capital humano, es decir, formar a los docentes para que puedan desarrollar las nuevas competencias que va a demandar el mercado laboral.  Es innegable que debemos cambiar nuestros métodos de enseñanza, debemos implementar profundos cambios tanto metodológicos como organizativos en nuestro sistema educativo. Aprovechar la educación digital implica aprender a implementar prácticas con acompañamiento, crear espacios virtuales para desarrollar aprendizajes colaborativos, significativos y críticos. Debemos ser capaces de modelar la forma de aprender en la era digital, sabiendo que ningún aprendizaje es automatizado, sino interactivo y conectado.

El desafío actual está en configurar nuestra identidad docente, desde la innovación, la actualización, la autoconciencia y por sobre todas las cosas la ética humanista. Si los medios digitales nos predisponen a la soledad, hay que entender que nuestro deber primordial es colocar al sujeto en un contexto comunitario. Ahora bien, dada la crisis en la que nos encontramos debemos ser categóricos en ver a la enseñanza como un dispositivo que está al servicio de las personas, que debe ser un agente liberador y no un mecanismo de agobio que incremente los niveles de estrés. Así entonces, en vez de mostrar resistencias infundadas a la influencia de la era digital debemos reflexionar cuanto antes en las formas en que vamos a abordar su implementación en el mediano plazo, no cayendo en el afán tecnócrata del actual gobierno, sino convencidos que los avances tecnológicos deben ser un derecho para todas las familias y comunidades de nuestro país.

 

Alejandra Mendez es profesora de Lengua y Literatura.

Santiago de Chile, 28 de abril 2020
Crónica Digital

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